El
nombre puede ser bastante chocante, sobre todo cuando lo ves anunciado en las
cartas de los cafés o en las vidrieras de los barcitos. Pero una vez que entras
a un local aterido por el frío, y sobre todo por la humedad del invierno
porteño y se lo solicitas al camarero, te das cuenta de que el submarino ya es parte
de tu vida desde que paseas la ciudad, pues aún sin saber lo que era o lo que contenía,
lo has observado durante cientos de veces en las terrazas de la ciudad. Es la
bebida estrella durante el invierno, pero los bonaerenses más golosos o menos gustosos
del café lo toman a diario.
Creo que la primera vez que vi a una
persona tomarse tranquilamente un submarino fue en La Biela, uno de mis cafés
preferidos de la ciudad, el que más frecuento en La Recoleta sin duda. Era
febrero, en pleno verano austral, con un calor que hacía traspirar cada poro de
tu cuerpo, pidiéndote alguna bebida fría y refrescante. Cuando entré en el
local, observé en una de las mesas situadas entre la cristalera que da a la avenida presidente Quintana, y la
escultura homenaje a Bioy Casares y Jorge Luis Borges, a una señor de unos
setenta años, con el escaso pelo plateado engominado hacía atrás, trajeado, elegante,
y mirando con gula y gusto como la larga cucharilla removía la leche hirviendo,
que se mezclaba con una barrita de chocolate que iba tiñendo, casi tiznando el líquido
en el interior del vaso de cristal.
El submarino es una bebida no solo típica
en Argentina, sino también en Uruguay, allí también lo encontré en sus cartas, y
en las mesas de sus cafés observé a muchas personas disfrutándolo al sol de última
hora de la tarde. Su preparación es muy sencilla, un vaso de leche hirviendo vertida
en un vaso largo de vidrio, con un soporte independiente de metal que incluye
el asa, para no quemarte al agarrarlo. Después solo tienes que echar dentro una
barra de chocolate-mi preferida es la de Águila-, y removerlo con la cuchara
larga hasta que se deshaga por completo, y unas pequeñas burbujas de cacao se
aposenten en la parte alta. Un placer sencillo y recurrente para golosos o
frioleros.
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