Si hay dos cosas que unen y separan a los
argentinos en general, y a los porteños en particular, esas son la política y
el fútbol. Son dos devociones nacionales, y como tales mueven a miles de
personas en las calles y en las canchas. Aunque también las enfrentan,
normalmente de forma pacífica, amigable, aunque en otras ocasiones se les va de
las manos.
Las manifestaciones políticas ─también las he encontrado
apolíticas, pero en menor número─, que se echan a la calle de la capital
federal de Argentina son más que numerosas, raro es el día en que no hay una o
varias cortando el centro de la ciudad. Desde que llevo en Buenos Aires, he
calculado que se producen entre cinco y ocho movilizaciones a la semana, contando
las legales y las ilegales, que también existen.
Entre movilizaciones contra la corrupción
gubernamental, las masivas concentraciones pro gubernamentales, las
celebraciones patrias, las movilizaciones estudiantiles, las reuniones obreras,
las llamadas solidarias por diferentes temas, las marchas de los pueblos
originarios, los aniversarios de tragedias ─siempre sin culpables─, los
homenajes a los desaparecido por la última dictadura, y las celebraciones deportivas,
raro es el día que algún carril ─o todos ellos─ de los que forman alguna de las
principales avenidas de la ciudad no estén cortados parcial, o totalmente al
tráfico. Desde hace una semana el cartel digital de señalización para el
tráfico ─situado entre 9 de Julio con avenida de Mayo─, anuncia que el tramo
entre Corrientes y Maipú está cortado por manifestaciones.
No digo
que sea mejor o peor, que haya muchas o pocas, que tengan mayores o menores
razones. En eso no me meto, cada cual es libre de manifestarse por lo que cree justo
o contra lo que ve injusto, o a favor de lo que cree puede cambiar para mejor
la vida en el país. Yo me he manifestado en muchas ocasiones, y seguiré
haciéndolo ─aunque la nueva ley Mordaza intente arrebatarme mis derechos, y apretar
las tuercas de mis obligaciones─ en contra o a favor de leyes, situaciones, o
ideas que veo como necesarias para mejorar el funcionamiento de mi país, y la
vida de sus habitantes.
Pero desde luego, en Buenos Aires la manifestación,
la protesta ciudadana, es una devoción, casi una religión. No hay un colectivo
que no salga a las calles para mejorar ─al menos intentarlo─, su situación
dentro de la sociedad. Hay quien asegura que la protesta es el deporte nacional
por excelencia, mucho más allá del fútbol.
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