Recuerdo la primera vez que oí hablar de ellas, que leí
sobre ellas mejor dicho. Fue hace muchos años, yo no tendría ni los dieciocho,
y en una de las estancias vacacionales navideñas en Benidorm con la familia,
encontré un quiosco nuevo en la parte alta de la calle Tomás Ortuño, casi en
frente del antiguo centro médico, hoy reconvertido en oficinas. El quiosco se
llamaba ─se llama─ Lo de Willy. En la
pequeña cristalera de la calle, había una cuartilla blanca escrita a mano en la
que se podía leer: Hay facturas por encargo.
No tenía ni idea de lo que podía significar eso,
pensé en documentos. Pronto comenzamos a entrar al lugar, primero a comprar
caramelos, dulces, y alguna cosa más, de las típicas que comen los jóvenes
españoles. Pero en una de las visitas al quiosco de Willy ─después de conocer
ya su origen argentino─, compramos los primeros alfajores Havanna. Algo que junto a mis padres, seguimos haciendo cada año
que volvemos. Allí adquirí, gracias a la ayuda económica de mis progenitores, mi
primer mate y mi primera bombilla. El primer paquete de yerma mate; Cruz de Malta. Por aquella época no
podía elegirse la yerba en España. Con los años Willy ha ido trayendo más
productos, más dulces típicos argentinos, incluso entre sus estantes hay
paquetes de sal Celusal, varias
marcas de alfajores, bombones bon o bon, y una inmensa variedad de yerbas,
mates y termos. También bajo el mostrador de cristal ahora hay empanadas
caseras. Ya no está el cartel de las facturas por encargo, porque años más
tarde ─justo después del corralito de 2001─, y unos metros más abajo, en la
misma calle y en la misma vereda, abrió sus puertas una panadería también llevada
por argentinos: Mafalda. Esta cocina facturas
y empanadas a diario, sin encargo, por lo que las facturas de Willy dejaron de
tener sentido.
Las facturas son en Buenos Aires el sustento de
muchas personas, los tentempiés más famosos y conocidos. No solo las ofrecen
las panaderías, o los hornos, sino que también cada restaurante, café o barcito
las tienen en carta ─siendo posiblemente lo más vendido─. Allí las ves
amontonadas en una bandeja de hornear, colocada directamente sobre la barra.
Hasta el señor que vende café ─supuestamente colombiano─ en la esquina de la
avenida las lleva en su carrito, envueltas en paños y telas para que se
mantengan calientes.
De precio bajo, normalmente unos cuatro pesos ─treinta
céntimos de euro─ cada una, invitan al consumo compulsivo y diario. La enorme
variedad atrae más aún al goloso que a la hora del café, tanto por la mañana
como por la tarde, e incluso tras haber comido copiosamente acompañan su café
con una factura. Las más comunes son las medias lunas de grasa o de manteca ─dulces
o saladas dicen en algunos lugares─, lo que en Europa conocemos por croissants,
pero desde luego tienen un toque diferente a los del otro lado del charco. Son
muchas y muy diferentes; hojaldres, bollitos rellenos de dulce de leche, churros
normales y rellenos, trenzas con dulce de batata, de membrillo, o ambos, con
almendra o virutas de chocolate, alfajores de maicena, y un largo etcétera.
Como casi todo en Argentina, las facturas son mezcla de la repostería española,
italiana, balcánica, y de todos los pueblos que tuvieron que buscarse la vida
como inmigrantes en tierras de la Pampa, que unidas a las tradiciones originarias,
han dado esta variada y apetitosa mélange
de sabores dulces, que acompañan a diario a todos los porteños.
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