martes, 14 de julio de 2015

FACTURAS


            Recuerdo la primera vez que oí hablar de ellas, que leí sobre ellas mejor dicho. Fue hace muchos años, yo no tendría ni los dieciocho, y en una de las estancias vacacionales navideñas en Benidorm con la familia, encontré un quiosco nuevo en la parte alta de la calle Tomás Ortuño, casi en frente del antiguo centro médico, hoy reconvertido en oficinas. El quiosco se llamaba ─se llama─ Lo de Willy. En la pequeña cristalera de la calle, había una cuartilla blanca escrita a mano en la que se podía leer: Hay facturas por encargo.

            No tenía ni idea de lo que podía significar eso, pensé en documentos. Pronto comenzamos a entrar al lugar, primero a comprar caramelos, dulces, y alguna cosa más, de las típicas que comen los jóvenes españoles. Pero en una de las visitas al quiosco de Willy ─después de conocer ya su origen argentino─, compramos los primeros alfajores Havanna. Algo que junto a mis padres, seguimos haciendo cada año que volvemos. Allí adquirí, gracias a la ayuda económica de mis progenitores, mi primer mate y mi primera bombilla. El primer paquete de yerma mate; Cruz de Malta. Por aquella época no podía elegirse la yerba en España. Con los años Willy ha ido trayendo más productos, más dulces típicos argentinos, incluso entre sus estantes hay paquetes de sal Celusal, varias marcas de alfajores, bombones  bon o bon, y una inmensa variedad de yerbas, mates y termos. También bajo el mostrador de cristal ahora hay empanadas caseras. Ya no está el cartel de las facturas por encargo, porque años más tarde ─justo después del corralito de 2001─, y unos metros más abajo, en la misma calle y en la misma vereda, abrió sus puertas una panadería también llevada por argentinos: Mafalda. Esta cocina facturas y empanadas a diario, sin encargo, por lo que las facturas de Willy dejaron de tener sentido.

            Las facturas son en Buenos Aires el sustento de muchas personas, los tentempiés más famosos y conocidos. No solo las ofrecen las panaderías, o los hornos, sino que también cada restaurante, café o barcito las tienen en carta ─siendo posiblemente lo más vendido─. Allí las ves amontonadas en una bandeja de hornear, colocada directamente sobre la barra. Hasta el señor que vende café ─supuestamente colombiano─ en la esquina de la avenida las lleva en su carrito, envueltas en paños y telas para que se mantengan calientes. 

            De precio bajo, normalmente unos cuatro pesos ─treinta céntimos de euro─ cada una, invitan al consumo compulsivo y diario. La enorme variedad atrae más aún al goloso que a la hora del café, tanto por la mañana como por la tarde, e incluso tras haber comido copiosamente acompañan su café con una factura. Las más comunes son las medias lunas de grasa o de manteca ─dulces o saladas dicen en algunos lugares─, lo que en Europa conocemos por croissants, pero desde luego tienen un toque diferente a los del otro lado del charco. Son muchas y muy diferentes; hojaldres, bollitos rellenos de dulce de leche, churros normales y rellenos, trenzas con dulce de batata, de membrillo, o ambos, con almendra o virutas de chocolate, alfajores de maicena, y un largo etcétera. Como casi todo en Argentina, las facturas son mezcla de la repostería española, italiana, balcánica, y de todos los pueblos que tuvieron que buscarse la vida como inmigrantes en tierras de la Pampa, que unidas a las tradiciones originarias, han dado esta variada y apetitosa mélange de sabores dulces, que acompañan a diario a todos los porteños.

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