Tal vez sea por adquisición o herencia italiana,
pero en Argentina gustan mucho de los aperitivos fuertes antes de la cena o de
la comida. A diferencia de lo que usualmente tomamos en España, en donde raramente
vamos más allá de un vino, una cerveza o un vermut, aquí es muy normal abrir al
apetito con licores de más graduación, al estilo italiano. Es bastante fácil
ver en las cartas de los restaurantes cócteles con Gancia, Campari, Cinzano, e
incluso el hasta hace no mucho desterrado Negroni. Pero la bebida alicorizada
que se lleva la palma sin duda es el Fernet Branca, licor realizado a base de
hierbas de sabor amargo.
Como supondrán estas marcas famosas tienen sus
competidores en otras marcas menos conocidas, más baratas y también más
populares. Incluso hay una bebida presentada en una pequeña botella de plástico
de medio litro, en donde la marca blanca del Fernet ya viene mezclada con
refresco de cola. Lo cierto es que no abunda mucho, casi solamente puede
adquirirse en los supermercados regentados por asiáticos, pero existe, y es
bastante normal ver sus envases abandonados por las veredas y portales a
primera hora de la mañana. Es un producto barato, de alto contenido alcohólico
y, por lo que he podido observar en todo este tiempo, sirve para calentar el
espíritu de cartoneros y vagabundos que han de dormir en las calles porteñas.
Pero si hay una cosa
más argentina que el Fernet es el sentimiento obrero. El sentimiento piquetero
que renació tras la crisis del 2001 ─aquí nadie la llama corralito, comienzo a
creer que como tantas cosas es un invento europeo─, una especie de suma social
para defender al trabajador, al oprimido y al mismo tiempo sentirse parte de un
todo, luchar por ese algo para conseguir ─intentarlo al menos─, que no vuelvan
las vacas flacas que tanta hambre hicieron pasar a muchos argentinos, que a
pesar de trabajar durante todas su vida de pronto se vieron avocados a la
miseria. En el 2001 muchas personas honradas, trabajadoras, de familia obrera,
de clase media, o como quieran llamarlo, pasaron de la noche a la mañana de
tener una vida normal con su casa, su trabajo y sus sueños, a no tener nada. Pasaron
las de Caín, y eso es una cicatriz, un estigma que no se borra tan fácilmente.
Se siente cuando te mueves por barrios obreros, cuando charlas con asalariados,
o cuando comes en un comedor piquetero, compartiendo charla y mesa con tipos que
lo sufrieron en sus carnes, y que con más paciencia que esperanza auguran que
en diez años volverá a ocurrir. Pienso en sus historias ─que un día decidieron
contarme, que me gané escuchar─, cada vez que al hacer la compra en el
supermercado del barrio paso junto a la estantería de vinos y licores, donde
reposa esperando que alguien a lleve a casa la botella de Amargo Obrero. El
Fernet piquetero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario