Nunca lo he llegado a comprender. Posiblemente porque
yo veo los cafés, su visita y disfrute como un rito, como una ceremonia que no
se puede comparar a otra acción diaria. Tal vez por eso no lo entienda, quizá
por eso no me prestaría a hacer cola en la calle para entrar a un café, por muy
bueno y muy famoso que este sea, o por muchos intelectuales que hayan pasado por
sus sillas y sus mesas.
Suelo ir al Tortoni a menudo, paso por su puerta a
diario, al igual que lo hago por el café 36 billares o por el London City. Más
de una vez, y con intención de entrar a tomar el café de primera hora de la
tarde en el Tortoni, he pasado de largo, disuadido por la fila que se sitúa
ante su puerta, y entrando en cualquiera de los otros dos (dependiendo de hacía
donde me dirigiera). Sobre todo los fines de semana, cuando la cola que se
planta en la vereda de la avenida de Mayo es verdaderamente extensa. Lo es
durante el caluroso verano, durante el frío invierno de la capital, incluso
cuando llueve. Recuerdo el día que se celebró la manifestación, esa clamorosa petición
por aclarar lo ocurrido con fiscal Nisman ocurrida a principios de este año, en
febrero. Ese día cayó sobre la ciudad la que seguramente sería la tormenta más
fuerte de todo el verano. La cola, que casi ocupaba toda la cuadra, permaneció
impasible aguantando estoicamente el chaparrón. Lo sé y lo digo con conocimiento
de causa, porque el aguacero me pilló a mitad de la avenida de Mayo, y lo salvé
como buenamente pude refugiándome durante unos minutos en la marquesina del
café Tortoni.
Un tipo
sonriente, simpático, de pelo y bigote canoso suele estar en la puerta,
recibiendo a los clientes, y avisándoles con atención y una mueca agradable de que
deben esperar la cola. Esa misma que todos ignoran a pesar de verla, pasando de
largo ante ella cuando pretenden acceder directamente al local. La cara de
muchos de esos turistas al enterarse de que deben hacer fila es un poema, pero
después de mirarse uno a otro asombrados, y tras los primeros segundos de
sorpresa e incluso de irritación, se dan la vuelta colocándose mansamente al
final de la cola ya nutrida de por sí.
El Tortoni es un clásico de la ciudad de Buenos
Aires, es por supuesto un punto indispensable para los turistas amantes de la
cultura, y para los porteños que quieren observar de cerca un pedazo de su
idiosincrasia. Un lugar que me agrada a primera hora de la tarde de entre
semana, cuando el lugar no está abarrotado, cuando hay menos turistas ─aunque
siempre hay bastantes─, y puedo disfrutar de un café cortado con una factura tranquilamente,
mientras leo algo u observo el devenir de camareros y clientes.
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