jueves, 23 de julio de 2015

EL ÚLTIMO LECHO DE BELGRANO


            El día 20 de junio de 1820 cuando murió Manuel Belgrano, los diarios de la ciudad de Buenos Aires no hablaron de él. Así, sin importarle a nadie, se fue el que pocos años antes había sido el mayor héroe que había tenido la Argentina, posiblemente el último. Se marchó olvidado por sus contemporáneos, y vilipendiado por los nuevos gobernantes, que bastante tenían por entonces con prevenirse de las navajadas de sus seguidores y amigos. No hacía mucho tiempo que Belgrano había conseguido las importantes victorias de Tucumán y Salta, después del exitoso éxodo Jujeño, salvando la vida de aquella población que estaba a punto de caer en manos de los realistas del Alto Perú. Un golpe maestro, de gran estadista, en mitad de la guerra por la independencia de los territorios del antiguo virreinato del Río de la Plata. Poco antes, había creado la bandera nacional y se la había hecho jurar a sus chicos en Rosario, a punto de partir a luchar al norte. Posiblemente, lo que ocurrió aquel día en Rosario, fue el acto más patriótico y más importante de toda la guerra, por mucho que los gobernantes que estaban apoltronados en los salones del Cabildo porteño, se llenaran la boca asegurando que ellos eran los verdaderos rebeldes. 

            El héroe patrio murió en la más absoluta de las miserias, tanto que cuando estaba a punto de fallecer, y llegó el momento de pagar al médico que lo había atendido, solo pudo ofrecerle su reloj de bolsillo, un regalo que le había otorgado el rey inglés Jorge III cuando Belgrano era un mito viviente. Sería enterrado en la puerta de la iglesia del Rosario de los dominicos de Buenos Aires, como había pedido él en su testamento, pues además de militar era miembro de la Tercera Orden de Santo Domingo. Amortajado con al habito blanco de la orden, su lapida debió de ser improvisada con el mármol de una de las cómodas que se encontraban en su casa.  Sobre ella alguien talló Aquí yace el general Belgrano. Nada más, ningún homenaje, ningún reconocimiento. 
             Ni siquiera su muerte fue motivo de cuchicheos en las mesas de los cafés, o en los patios de vecinos, porque el mismo día que el prócer argentino pasó a mejor vida, la provincia se encontraba en mitad de una crisis política que amenaza con la anarquía. Tres gobernadores ─como suele ser habitual─ preferían dejar que se hundiera la ciudad por su beneficio, por lo que estos egoístas políticos, robaron también los últimos comentarios sobre Belgrano. 
            Allí quedó olvidado su cuerpo, a unos metros de su antigua casa, bajo la entrada de la iglesia que tanta importancia tuvo durante la segunda invasión inglesa de 1807, cuando los hijos de la Pérfida Albión se parapetaron en su interior, defendiéndose del avance de las fuerzas de los Tercios de Cántabros Montañeses, que finalmente les dejaron listos de papeles, y les harían rendirse ─en el interior del templo hoy aún se pueden ver las banderas inglesas capturadas en la batalla─. Pero en 1985, un grupo de estudiantes decidieron poner fin a esa larga cuarentena, y mediante una colecta popular, consiguieron el dinero suficiente para levantar un mausoleo que hiciera justicia al creador de su bandera.
            Se llevó a cabo un concurso público de proyectos que finalmente ganaría el escultor italiano Ettore Ximenes. El mausoleo se inauguró el 20 de junio de 1903, ochenta y tres años después del fallecimiento del Belgrano. La construcción que cuenta con nueve metros de altura, es rematada por un féretro realizado en mármol de Carrara y un águila, una alegoría del guerrero que lucha por la libertad y la independencia. El conjunto es portado por un grupo de ángeles dorados. En cada lado de la base se colocaron la alegoría de la Acción y del Pensamiento, algo muy unido al viejo general. Bajo este gran mausoleo, se encuentra la urna con los restos del prócer. En seguida comenzaron a llegar muchas placas de agradecimiento, muchos recuerdos sobre sus honores como economista y como militar. Pero hay una que llama mi atención sobre las demás. En ella aparece escrito Studis Provehendis ─Proveedor de Estudios─, en recuerdo de la donación que Belgrano hizo de su premio por las batallas ganadas del Alto Perú, con la intención de que con él, se construyeran las primeras escuelas en la zona norte del país. Escuelas que él nunca vio realizadas.
            Pero como suele ocurrir en estos casos, Belgrano, a pesar de que ahora reposa en un recinto histórico, y que disfruta de un mausoleo digno de una persona que dio su vida por la creación del país, hoy de nuevo pasa desapercibido ante las miles de miradas que pasean ante él. Muchos, ni siquiera  se fijan en la llama votiva encendida día y noche sobre la puerta de la avenida que lleva su nombre, y que ya avisa de que allí hay algo especial. El lugar se encuentra en la intersección de la avenida Belgrano ─una de las más transitadas entre semana─, y la calle Defensa ─la que más personas alberga los fines de semana gracias al mercado de San Telmo─. Aun así, apenas un puñado de personas entra a visitar el lugar a lo largo del día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario