El día 20 de junio de 1820 cuando murió Manuel
Belgrano, los diarios de la ciudad de Buenos Aires no hablaron de él. Así, sin
importarle a nadie, se fue el que pocos años antes había sido el mayor héroe
que había tenido la Argentina, posiblemente el último. Se marchó olvidado por
sus contemporáneos, y vilipendiado por los nuevos gobernantes, que bastante
tenían por entonces con prevenirse de las navajadas de sus seguidores y amigos.
No hacía mucho tiempo que Belgrano había conseguido las importantes victorias
de Tucumán y Salta, después del exitoso éxodo Jujeño, salvando la vida de aquella
población que estaba a punto de caer en manos de los realistas del Alto Perú.
Un golpe maestro, de gran estadista, en mitad de la guerra por la independencia
de los territorios del antiguo virreinato del Río de la Plata. Poco antes,
había creado la bandera nacional y se la había hecho jurar a sus chicos en
Rosario, a punto de partir a luchar al norte. Posiblemente, lo que ocurrió
aquel día en Rosario, fue el acto más patriótico y más importante de toda la
guerra, por mucho que los gobernantes que estaban apoltronados en los salones
del Cabildo porteño, se llenaran la boca asegurando que ellos eran los
verdaderos rebeldes.
El héroe patrio murió en la más absoluta de las
miserias, tanto que cuando estaba a punto de fallecer, y llegó el momento de
pagar al médico que lo había atendido, solo pudo ofrecerle su reloj de
bolsillo, un regalo que le había otorgado el rey inglés Jorge III cuando
Belgrano era un mito viviente. Sería enterrado en la puerta de la iglesia del
Rosario de los dominicos de Buenos Aires, como había pedido él en su
testamento, pues además de militar era miembro de la Tercera Orden de Santo
Domingo. Amortajado con al habito blanco de la orden, su lapida debió de ser
improvisada con el mármol de una de las cómodas que se encontraban en su
casa. Sobre ella alguien talló Aquí yace el general Belgrano. Nada más,
ningún homenaje, ningún reconocimiento.
Ni siquiera su muerte fue motivo de cuchicheos en
las mesas de los cafés, o en los patios de vecinos, porque el mismo día que el
prócer argentino pasó a mejor vida, la provincia se encontraba en mitad de una crisis
política que amenaza con la anarquía. Tres gobernadores ─como suele ser
habitual─ preferían dejar que se hundiera la ciudad por su beneficio, por lo
que estos egoístas políticos, robaron también los últimos comentarios sobre
Belgrano.
Allí quedó olvidado su cuerpo, a unos metros de su antigua
casa, bajo la entrada de la iglesia que tanta importancia tuvo durante la
segunda invasión inglesa de 1807, cuando los hijos de la Pérfida Albión se
parapetaron en su interior, defendiéndose del avance de las fuerzas de los Tercios
de Cántabros Montañeses, que finalmente les dejaron listos de papeles, y les
harían rendirse ─en el interior del templo hoy aún se pueden ver las banderas
inglesas capturadas en la batalla─. Pero en 1985, un grupo de estudiantes
decidieron poner fin a esa larga cuarentena, y mediante una colecta popular,
consiguieron el dinero suficiente para levantar un mausoleo que hiciera
justicia al creador de su bandera.
Se llevó a cabo un concurso público de proyectos
que finalmente ganaría el escultor italiano Ettore Ximenes. El mausoleo se
inauguró el 20 de junio de 1903, ochenta y tres años después del fallecimiento
del Belgrano. La construcción que cuenta con nueve metros de altura, es
rematada por un féretro realizado en mármol de Carrara y un águila, una
alegoría del guerrero que lucha por la libertad y la independencia. El conjunto
es portado por un grupo de ángeles dorados. En cada lado de la base se
colocaron la alegoría de la Acción y del Pensamiento, algo muy unido al viejo
general. Bajo este gran mausoleo, se encuentra la urna con los restos del
prócer. En seguida comenzaron a llegar muchas placas de agradecimiento, muchos
recuerdos sobre sus honores como economista y como militar. Pero hay una que
llama mi atención sobre las demás. En ella aparece escrito Studis Provehendis ─Proveedor de Estudios─, en recuerdo de la
donación que Belgrano hizo de su premio por las batallas ganadas del Alto Perú,
con la intención de que con él, se construyeran las primeras escuelas en la
zona norte del país. Escuelas que él nunca vio realizadas.
Pero como suele ocurrir en estos casos, Belgrano, a
pesar de que ahora reposa en un recinto histórico, y que disfruta de un
mausoleo digno de una persona que dio su vida por la creación del país, hoy de
nuevo pasa desapercibido ante las miles de miradas que pasean ante él. Muchos,
ni siquiera se fijan en la llama votiva
encendida día y noche sobre la puerta de la avenida que lleva su nombre, y que
ya avisa de que allí hay algo especial. El lugar se encuentra en la intersección
de la avenida Belgrano ─una de las más transitadas entre semana─, y la calle
Defensa ─la que más personas alberga los fines de semana gracias al mercado de
San Telmo─. Aun así, apenas un puñado de personas entra a visitar el lugar a lo
largo del día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario