Se habla mucho sobre los últimos negocios llevados
a cabo, y cerrados por el gobierno argentino con el gobierno y los empresarios
chinos. Se habla mucho de los nuevos vagones de metro para el subte porteño- ─sobre
todo de los de la línea B, que no entran por su altura en los túneles, y están
obligando a realizar enormes obras en ese recorrido─. Se habla mucho de los
nuevos trenes quilómetro cero de cercanías ─sobre todo de las obras que se
están realizando en muchas estaciones, como la de Avellaneda o City Bell, para
adecuar los andenes─ de nuevo, debido a la altura de los nuevos ferrocarriles.
Muchos critican estas compras, estos gastos, estos usos
de los fondos públicos. No voy a defender ni a unos ni a otros, no es mi
trabajo, no es mi intención, pero leyendo un artículo sobre el tema en un
conocido periódico nacional, me sorprendió la poca memoria que se gastan los medios
de comunicación argentinos ─como los de todos los países por otro lado─, pues
en la línea C, en la que me movía en ese momento, el cartel de la alarma de
emergencia estaba escrito en caracteres chinos ─ni siquiera se habían molestado
en sustituirlo por un texto escrito en castellano─. Lo mismo ocurre en el
cartel que se coloca sobre la unión de ambos vagones, donde se puede leer; No Smoking, justo debajo de las letras
chinas marcadas en rojo, y que supongo expresan la misma orden en el idioma
oriental.
El tren no era ni mucho menos nuevo, le calculo
bastante más de diez o quince años. Quiero decir que no era de los que se
suponen esperan en algún lugar de la ciudad, a que se finalicen las obras de
adecuación del subsuelo para entrar en funcionamiento. Lo digo por esos tipos y
tipas que se rasgan las vestiduras por los nuevos contratos con China, como si
nunca se hubiesen realizado, como si fuera un empréstito de la modernidad, una
locura pasajera. Lo digo porque los que se preocupan por manipularnos mediante
sus periódicos, o sus canales de información, no se molestan en ocultar las
pruebas. No hace falta ir a la hemeroteca para darse cuenta de que nos
manipulan, solo hace falta viajar en metro, y observar con un mínimo de
atención el mundo por el que nos movemos a diario.
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