Pasan
bastantes desapercibidos entre los cesteros de panes calientes y tenderetes de artesanía,
recuerdos y pseudo obras de arte, pero están ahí. Tengo además la impresión de
que cada día van aumentando en número,
que lo que en un primer contacto con la plaza me parecieron un par de
tarotistas en la puerta del Centro Cultural de La Recoleta, ayer se habían
convertido en más de media docena, hombres y mujeres tranquilos, de mirada
reposada, sentados en sillas de terraza de barcito ante unas mesas enclenques,
poco estables, decoradas con manteles coloridos y llamativos, desde donde esperan
a su nuevo cliente. Pero siempre colocados de forma casi ineludible, a lo largo
y ancho de las adoquinadas callecitas de la Plaza Francia, frente a la basílica
del Pilar y el cementerio.
Las personas que buscan sus
servicios no son pocas, la verdad es que es bastante normal ver ocupados los taburetes
plegables, que sirven para que éstos reposen las posaderas-de forma bastante
incomoda por cierto-, mientras el tarotista o quiromante, lee la líneas de sus
manos, o le echa las cartas sobre un tapete gastado y descolorido.
Lo cierto es que el porteño por lo
general, es bastante consumidor de estas prácticas, digamos que son de un carácter
bastante cercano a la sugestión, sea mediante estos tahúres de cartas mágicas,
mediante las numerosas santerías que se abren en las calles del centro, o
incluso, bajo el paraguas de los numerosos psicoanalistas que abren sus
oficinas-más que clínicas- de trabajo, en cada portal de las exclusivas calles
de los barrios más destacados de la capital bonaerense, pero también en los
barrios menos propensos al gasto compulsivo, o al derroche de efectivo en estas
prácticas. Pero el gusto por lo exotérico, y por el control del subconsciente
está realmente extendido en la capital. Seguramente muchos dirán que exagero, que
son una minoría, puede ser, pero de ser
así, cómo es posible que todos estos negocios no solo sigan en pie, sino que
además se multipliquen cada mes.
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