El
1935 se amplió la lista de monumentos que engrosarían las plazas y calles de la
ciudad de Buenos Aires. Bajo la atenta mirada del por entonces presidente de la
Nación, Agustín P. Justo, del ministro de Obras Públicas y del Presidente de la
Dirección Nacional de Vialidad, se inauguró el hito del kilómetro cero de la
red de carreteras argentinas. Un nuevo lugar para ser visitado por turistas extranjeros
y nacionales, cuando éstos se dejen caer por la capital, debió pensar alguno.
Al estilo del de la Puerta del Sol de Madrid, o de la plaza de Notre Dame en
París.
Pero como en todo, los argentinos también son especiales
en lo del kilómetro cero, pues a pesar de que en 1934 se inauguró el monumento
de marras en la plaza Lorea ─sobre la intersección que nace donde enlazan la
avenida Rivadavia y la avenida de Mayo─,
junto a la estatua del tallador Isidro Lorea, unos años después ─tras el
decreto de Mayo de 1944─, el hito del que parten todas las carreteras del país
cambió su lugar de ubicación, pasando a estar situado en mitad de la plaza del
Congreso ─llamada realmente Plaza Mariano Moreno, en honor a uno de los
principales ideólogos de la revolución de Mayo de 1810─, justo donde confluye
la plaza con la calle Virrey Cevallos, y muy cerca de la réplica de El Pensador de Rodín. Parece ser que de
la noche a la mañana el punto de nacimiento de las carreteras cambió, al mismo
tiempo que mudó el gusto de los gobernantes por el diseño de la ciudad. Eso, o
que decidieron rebautizarlo como kilómetro cero y cuatrocientos metros ─por
ejemplo─. Aunque supongo, que lo lógico es pensar que el kilómetro cero sigue
en su sitio, olvidado, mientras que el monolito que lo representa, y junto al
que fotografían los turistas y demás, está colocado donde la divinidad de turno
le dio a entender al político que se ocupó del asunto. O lo que dicho en refrán
castellano, unos cargan la lana y otros llevan la fama.
Era muy normal que las caras pétreas del monumento,
que sobre uno de sus laterales representa a la virgen de Luján ─patrona del
país, y por ende de la red de carreteras─ y en el otro un mapa en relieve de
Argentina, amanecieran cubiertas de diferentes colores, pinturas que ocultaban
las imágenes originales, y daban un aspecto bastante sucio del monumento y de
la zona. Por eso, tras su última restauración ─algunos vecinos de la zona me
aseguran que fue en 1993, otros que en 2003─, el ejecutivo bonaerense decidió
proteger el hito con una valla, al menos para evitar las intervenciones más
fuertes contra el monumento. Como ven en ciudades como Buenos Aires, hasta la
más minúscula piedra tiene una historia que contar.
Aspecto
del Kilómetro cero argentino, intervenido y dañado antes de ser vallado tras la
última restauración.
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