Puede parecer
una construcción moderna, un lujo de un nuevo rico, o de un as de las finanzas
y las cuentas corrientes ajenas, pero no. El chalet que asoma casi en la
confluencia de la avenida 9 de Julio y Corrientes ─entre Sarmiento y Cerrito
para ser exactos─, ya estaba allí cuando se construyó el Obelisco, ya existía cuando
la avenida 9 de julio solo era una calle más de las miles de la ciudad,
estrecha y sin luz. Mucho antes de ser la más grande del mundo. Esos enormes
cambios urbanísticos sufridos en la década de los treinta del siglo XX, ya los
presenció en primera fila el dueño del chalet más alto del país ─no sé si del
mundo, aunque sinceramente dudo que haya muchos como éste─.
La historia del chalet es curiosa, pero la de su
dueño creo que lo es más. Rafael Díaz, un chico que se cree era descendiente de
valencianos, y que en los últimos años del siglo XIX ─con apenas quince años─,
trabajaba como simple vendedor en una mercería de la calle Chacabuco. El joven
Rafael era tan pobre, que por las noches debía dormir sobre el mostrador del
mismo negocio que atendía por el día. Como tantas personas de aquella época se agarraban
a un clavo ardiendo para sobrevivir, él también lo consiguió. Además de
trabajador, era listo, espabilado más bien, y tenía buen ojo para los negocios.
Po ello, al ir cumpliendo años fue cerrando tratos con unos y con otros, fue
buscando puestos de mayor relevancia y sueldo, e invirtiendo lo que ganaba en nuevos
negocios, siempre junto a otros socios españoles. La cosa fue mejorando, y el
Rafael Díaz ya adulto consiguió llevar a cabo su sueño en 1927, momento en el
que construyó un edificio en el número 1.117 de la calle Sarmiento, muy cerca
de lo que luego sería 9 de Julio. En el interior del nuevo edifico montó la
mayor tienda de muebles de toda Latinoamérica; Muebles Díaz. Los que lo
recuerdan, aseguran que en cada piso exponía diferentes estilos de muebles,
desde la planta baja hasta el ático.
Al principio, la publicidad realizada en cerámica
blanca y negra ─aún resiste una en bastante buen estado que puede verse desde una
de las veredas de la calle Sarmiento─ de la tienda a penas se veía, el edifico
era muy alto para la época, y la calle resultaba muy estrecha. Pero la suerte
se puso de parte de Rafael Díaz, y pocos años después de que él abriera su
negocio, el gobierno decidió abrir la avenida 9 de Julio, tirando abajo
numerosas casas, y haciendo desaparecer calles estrechas para que naciera la
gran avenida, donde poco después se construiría el símbolo de la ciudad; el
Obelisco. Cuando la calle se amplió y dejó libre de obstáculos la mueblería Díaz,
la gente descubrió no solo los anuncios publicitarios en cerámica, sino también
el extraño edifico que coronaba la mueblería. Un chalet allí arriba, se
preguntaba las personas que lo señalaba mientras cruzaba la avenida ─aún lo
siguen haciendo─, o mientras esperaban la cola para entrar al teatro Broadway
de Corrientes ─desde donde se ve a la perfección─.
Esa fue la mejor publicidad que tuvo
Rafael Díaz durante su vida, nadie iba a comprar muebles a la casa de Díaz,
sino que todos iban a la mueblería del chalecito en el tejado. El chalet se había
construido a la vez que el edifico, pera la gente lo descubrió casi diez años
después, y desde entonces no dejó de ser una típica postal porteña. Lo cierto
es que el chalet fue un capricho de Rafael Díaz, una casa de paso, pues él no vivía
allí de forma continua, sino que lo hacía en la localidad de Banfield, al sur
del Gran Buenos Aires. Como le era imposible viajar hasta allí a la hora del
almuerzo, decidió hacerse esa casa para comer tranquilamente y después dormir
una siesta antes de volver al trabajo. Volviéndose cada tarde a su casa en
ferrocarril.
Desde la
altura del chalet, Rafael Díaz podía contemplar cara a cara el Obelisco, ver la
nutrida avenida Corrientes, y dicen que los días claros, incluso la costa
uruguaya. La casa se copió de unas similares que había observado en sus
veraneos en Mar del Plata, que a su vez estaban inspiradas en el estilo
arquitectónico normando, con dos pisos y un pequeño jardín. Rafael Díaz fue
pionero en muchas cosas, y también lo fue en el mundo de la radio, pues creó
una emisora propia desde el chalet ─LOK muebles Díaz─, desde la que emitía la
publicidad de su tienda. La emisora llegó a tener un gran alcance, pero cuando
la radiodifusión se reguló en el país, y el gobierno fue a su casa a cobrarle
por usar las ondas de todos los argentino, Díaz le mentó la punta del Obelisco,
y dejó claro que no aflojaba un peso por su radio, por lo que la frecuencia fue
cedida a otra emisora emergente. De esa frecuencia salieron las primeras
emisiones de la que luego se conocería como Radio Rivadavia, y
que aún a día de hoy sigue emitiendo bajo esa marca.
Rafael Díaz Díaz haría mucho dinero con el negocio de
muebles a lo largo de su vida, tanto que pudo comprar más edificios, hoteles,
teatros, o cines, tanto en Buenos Aires como en Mar del Plata. Pasó de dormir
sobre el mostrador de una mercería, a ser considerado uno de los tipos más
ricos del país cuando falleció en 1968. La mueblería Díaz fue heredada por sus
hijos, pero en los años setenta abandonaron el negocio y utilizaron los pisos
para alquilarlos y vivir de las rentas. Entonces el chalet de la terraza se usó
para varias actividades: entre otras fue estudio de un fotógrafo, o sirvió de
agencia de modelos. Pero con el paso del tiempo fue abandonado, y tapado por la
emergente publicidad lumínica que abarrota esa zona de la ciudad. Hoy apenas
puede verse desde varios puntos de la calle, y no de forma completa. Aunque
hace no mucho se restauró, utilizándose la parte baja del chalet como oficinas
de administración del edificio, y respetando la parte alta, a la que se sigue
ascendiendo por una pequeña escalera de caracol y que permanece vacía,
guardando la forma original de su creador, aquel niño que soñaba con vivir en
el cielo, mientras dormía en un frío mostrador de la calle Chacabuco.
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