El próximo domingo se inaugurará en la plaza Colón ─ese
parque público robado a los ciudadanos por encontrarse demasiada cerca de la
casa de gobierno─ la estatua de Juana Azurduy, regalada por el gobierno
Boliviano. Sustituirá en su emplazamiento al viejo grupo escultórico dedicado a
Cristóbal Colón ─que da nombre a la plaza y a la enorme avenida que nace de
ella─, regalado por la comunidad italiana de la ciudad para celebrar el
centenario de la Revolución de Mayo.
Se aproxima la celebración, pero el proceso de
encontrarle nueva casa a la imagen desterrada va bastante lento ─se supone que
debería ir a la Costanera Norte, aunque quien sabe─, y se está realizando de
una forma poco ortodoxa. Las piezas que formaban el grupo escultórico rematado
por el marino, siguen diseminadas por el suelo, dejándose llevar por el hastío
y el odio gubernamental desde hace ya dos años.
Hace un par de días la enorme grúa que lleva semanas
en el lugar levantó la imagen de Colón que estaba recostada sobre una plancha
de madera aglomerada, chupando las humedades del suelo. Al menos ya está de
pie, al menos el pasto ya no ganará terreno sobre la imagen trabajada en mármol
de Carrara, labrada con la genialidad de un escultor del siglo pasado.
Al mismo tiempo que se mostraba de
nuevo la pieza, un arquitecto experto en restauración artística, Marcelo Magadán,
alertaba en la prensa que los daños sufridos por la escultura podrían ser
irreversibles, después de tanto tiempo dejada a su libre albedrío y a la
intemperie. Tras volver a la verticalidad las fotos del tipo en cuestión, y de
varios miembros de una plataforma ciudadana local en contra de la destrucción
del Patrimonio, mostraban un pie, y la parte baja del faldón que engalana al
marino revestidos de periódicos, pegados con algún tipo de resina química. Hoy
esos restos de prensa habían desaparecido cuando yo me acerqué al lugar, pero
la blancura del mármol de Carrara ha tomado un color ambarino. Parece una
piedra enferma, como los dedos de esos fumadores compulsivos que fuman y fuman,
mientras la nicotina vuelve amarillentos los dedos con los que sujetan el
cigarro.
La otra queja del grupo pro patrimonio y del experto,
venía a recaer sobre la espalda de la escultura, la cual pasó apoyada sobre varios
tacos de madera al menos dos largos años. Esos tacos- carentes de una capa
protectora- se le han quedado impresos en la superficie pétrea, dando una
sensación de pobreza y de suciedad, al menos artística. Eso no podía arreglarse
tan fácilmente como los periódicos mal pegados de los pies y la falda, por lo
que hoy decidió cubrir la imagen con una lona de plástico y unas cuerdas.
Supongo que hay gente que piensa que por tapar el problema, por ocultarlo a los
ojos de los críticos y de los amantes de arte, del patrimonio y del sentido común,
éste desaparece. Cuanto más peligroso es un ignorante que un malvado.
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