domingo, 21 de junio de 2015

YA ESTÁ AQUÍ



            Hace unos días hablaba del uso y estado de varias estatuas, o grupos escultóricos regaladas por numerosos países a la ciudad de Buenos Aires; en él comentaba como unas están olvidadas, dañadas y casi escondidas en avenidas poco transitadas e incluso peligrosas de Buenos Aires. Otras han tenido mejor suerte y se encuentran en una avenida primordial de la ciudad, e incluso algunas han sido desmontadas por orden del gobierno para ser sustituidas por una nueva más a su gusto.

            Eso es lo que ha ocurrido en el antiguo parque público Colón, un parque céntrico, situado tras la Casa Rosada y que de pronto ─aludiendo problemas de seguridad─, apareció vallado, dejando a los ciudadanos fuera del uso y disfrute de un  parque hasta ese momento público y notorio. Allí hasta hace no mucho tiempo se levantaba una prominente estatua en honor a Cristóbal Colón, no por casualidad recibe el jardín y la avenida el nombre del marinero. El monumento fue cedido por Antonio Devoto, un filántropo italiano, creador y fundador de la villa que lleva su nombre  y del hospital italiano, que decidió donarla en  nombre de todo el pueblo italiano asentado en la Argentina, aprovechando el hecho para conmemorar el centenario de la Revolución de Mayo.
            La estatua de Colón fue desmontada, desmenuzada como una piedra de sal y diseminada por la plaza trasera de la casa del gobierno, esperando ser sustituida por una más acorde a la nueva idea gubernativa; la escultura de Juana Azurduy, una rabona del Alto Perú, que acompañó a su marido Manuel Ascencio Padilla en las campañas por la independencia del antiguo virreinato, asumiendo a su muerte la comandancia de las guerrillas patriotas. Complejo escultórico donado y financiado por el gobierno de Bolivia para fortalecer los lazos de ambos países.



La escultura se inaugurará el día 12 de julio, coincidiendo con la jornada de confraternidad Boliviana Argentina. Una escultura que en lo artístico deja mucho que desear, la heroína boliviana ─mejor dicho alto peruana o del virreinato del Río de la Plata, Bolivia no existiría como país hasta muchos años después─, no se parece en nada a las imágenes que se conservan de ella, y por si fuera poco el color hoy brillante, atrayente de la estatua desaparecerá en breve, pues se ha decidido cubrirla con una pintura oscura; un verde pompeyano, similar al que cubre la cúpula del edificio del Congreso Nacional. Un toque que dará al conjunto el punto que le falta para pasar desapercibido a las miradas de lugareños y turistas. 

Es cierto que ha montado demasiado revuelo ─no por la colocación de esta escultura, sino por la eliminación de la anterior─, pero pronto dejará de tenerlo, y la gente no la buscará para visitarla o para fotografiarse junto a ella, salvo los incondicionales. La sustitución de un grupo por otro no tiene un sentido más allá que el político o ideológico, ya sabemos que los políticos no son capaces de usar la historia para otra cosa que no sea para prostituirla y ponerla de su lado; para manipularla en búsqueda de votos y seguir manteniendo sus privilegios. El drama con mayúsculas de nuestra sociedad actual.

Por su lado, la estatua del marinero de incierto origen ─realizada en su totalidad en mármol de Carrara─, sigue hecha porciones en el parque, a los pies de la nueva obra artística ─se cree que algunas piezas ya han llegado a destino─, esperando ser trasladadas a un nuevo lugar alejado del centro ─a más de nueve quilómetros del antiguo emplazamiento─, en mitad de la Costanera Norte, detrás del aeroparque Jorge Newbery, sobre el denominado espigón Puerto Argentino. Un lugar poco accesible si no tienes un coche, mucha paciencia o ganas de caminar. Hace no mucho visité la vieja casona colonial que alberga el club de pesca bonaerense, situado a mitad de camino entre el espigón donde se colocará la estatua de Colón y la ciudad, y desde luego es una zona a la que tienes que llegar echándole ganas ─cruzar la autopista Ilia y la línea Mitre de tren por varios túneles poco agradables, rodear las pistas de despegue del aeropuerto, saltar zanjas, caminar por lugares sin aceras y sin sombra en verano, pasar por la mitad de una rotonda donde pasan camiones portuarios a toda velocidad, y finalmente cruzar una nueva carretera de doble sentido donde no se respetan los colores de los semáforos─,  nadie podrá ver la escultura desterrada si no lo hace de desproceso. Algo que se podría haber evitado con sentido común, con respeto por la historia del país y del continente, y si no se dejara en manos de los políticos la toma de decisiones para las que dejan claro a diario no están capacitados. El parque Colón tiene la superficie suficiente para albergar las dos esculturas, lo que hubiera sido un bonito homenaje a la historia Latinoamérica; juntando en una misma plaza la época colonial, la época de la independencia y la época actual y futura, pues ambas imágenes se hubieran levantado arropadas por el palacio del gobierno argentino. Pero eso sería lo lógico, y la política y la lógica rara vez van de la mano. 

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