Hace unos días hablaba
del uso y estado de varias estatuas, o grupos escultóricos regaladas por
numerosos países a la ciudad de Buenos Aires; en él comentaba como unas están
olvidadas, dañadas y casi escondidas en avenidas poco transitadas e incluso
peligrosas de Buenos Aires. Otras han tenido mejor suerte y se encuentran en
una avenida primordial de la ciudad, e incluso algunas han sido desmontadas por
orden del gobierno para ser sustituidas por una nueva más a su gusto.
Eso es lo que ha ocurrido en el antiguo parque
público Colón, un parque céntrico, situado tras la Casa Rosada y que de pronto ─aludiendo
problemas de seguridad─, apareció vallado, dejando a los ciudadanos fuera del
uso y disfrute de un parque hasta ese
momento público y notorio. Allí hasta hace no mucho tiempo se levantaba una
prominente estatua en honor a Cristóbal Colón, no por casualidad recibe el
jardín y la avenida el nombre del marinero. El monumento fue cedido por Antonio
Devoto, un filántropo italiano, creador y fundador de la villa que lleva su
nombre y del hospital italiano, que
decidió donarla en nombre de todo el
pueblo italiano asentado en la Argentina, aprovechando el hecho para conmemorar
el centenario de la Revolución de Mayo.
La estatua de Colón
fue desmontada, desmenuzada como una piedra de sal y diseminada por la plaza
trasera de la casa del gobierno, esperando ser sustituida por una más acorde a
la nueva idea gubernativa; la escultura de Juana Azurduy, una rabona del Alto
Perú, que acompañó a su marido Manuel Ascencio Padilla en las campañas por la
independencia del antiguo virreinato, asumiendo a su muerte la comandancia de
las guerrillas patriotas. Complejo escultórico donado y financiado por el
gobierno de Bolivia para fortalecer los lazos de ambos países.
La escultura se inaugurará el día 12 de julio,
coincidiendo con la jornada de confraternidad Boliviana Argentina. Una
escultura que en lo artístico deja mucho que desear, la heroína boliviana ─mejor
dicho alto peruana o del virreinato del Río de la Plata, Bolivia no existiría
como país hasta muchos años después─, no se parece en nada a las imágenes que
se conservan de ella, y por si fuera poco el color hoy brillante, atrayente de
la estatua desaparecerá en breve, pues se ha decidido cubrirla con una pintura
oscura; un verde pompeyano, similar al que cubre la cúpula del edificio del
Congreso Nacional. Un toque que dará al conjunto el punto que le falta para
pasar desapercibido a las miradas de lugareños y turistas.
Es cierto que ha montado demasiado revuelo ─no por
la colocación de esta escultura, sino por la eliminación de la anterior─, pero
pronto dejará de tenerlo, y la gente no la buscará para visitarla o para
fotografiarse junto a ella, salvo los incondicionales. La sustitución de un
grupo por otro no tiene un sentido más allá que el político o ideológico, ya
sabemos que los políticos no son capaces de usar la historia para otra cosa que
no sea para prostituirla y ponerla de su lado; para manipularla en búsqueda de
votos y seguir manteniendo sus privilegios. El drama con mayúsculas de nuestra
sociedad actual.
Por su lado, la estatua del marinero de incierto
origen ─realizada en su totalidad en mármol de Carrara─, sigue hecha porciones
en el parque, a los pies de la nueva obra artística ─se cree que algunas piezas
ya han llegado a destino─, esperando ser trasladadas a un nuevo lugar alejado
del centro ─a más de nueve quilómetros del antiguo emplazamiento─, en mitad de
la Costanera Norte, detrás del aeroparque Jorge Newbery, sobre el denominado espigón
Puerto Argentino. Un lugar poco accesible si no tienes un coche, mucha
paciencia o ganas de caminar. Hace no mucho visité la vieja casona colonial que
alberga el club de pesca bonaerense, situado a mitad de camino entre el espigón
donde se colocará la estatua de Colón y la ciudad, y desde luego es una zona a
la que tienes que llegar echándole ganas ─cruzar la autopista Ilia y la línea
Mitre de tren por varios túneles poco agradables, rodear las pistas de despegue
del aeropuerto, saltar zanjas, caminar por lugares sin aceras y sin sombra en
verano, pasar por la mitad de una rotonda donde pasan camiones portuarios a
toda velocidad, y finalmente cruzar una nueva carretera de doble sentido donde
no se respetan los colores de los semáforos─,
nadie podrá ver la escultura desterrada si no lo hace de desproceso. Algo
que se podría haber evitado con sentido común, con respeto por la historia del
país y del continente, y si no se dejara en manos de los políticos la toma de decisiones
para las que dejan claro a diario no están capacitados. El parque Colón tiene
la superficie suficiente para albergar las dos esculturas, lo que hubiera sido
un bonito homenaje a la historia Latinoamérica; juntando en una misma plaza la
época colonial, la época de la independencia y la época actual y futura, pues
ambas imágenes se hubieran levantado arropadas por el palacio del gobierno
argentino. Pero eso sería lo lógico, y la política y la lógica rara vez van de
la mano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario