Placa en recuerdo a los estudiantes desaparecidos en
La Plata durante la noche del 16 de noviembre de 1976.
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El gobierno
de Isabelita Perón no era correcto, tampoco fácil, el peso de la memoria del
general y de su primera mujer, Evita, eran una sombra demasiado alargada. Una
losa imposible de soportar por los hombros de una presidente débil, en
ocasiones torpe y sin carisma ─seguro que esto les suena─. Por otro lado los
problemas sociales se le habían ido de las manos al gobierno, los de la
patronal se había convertido prácticamente en unos negreros, exprimían a los
obreros hasta la última gota. Las formas de trabajo, y sus condiciones eran
infrahumanas, en la mayoría de las fábricas se producían accidentes laborales
casi a diario, cada semana un obrero quedaba herido de forma grave, raro era el
mes en el que no había varias muertes de obreros. Los dueños se lavaban las
manos, el gobierno no se enteraba de por donde le entraba el aire y los
sindicatos, que en los años cincuenta habían sido la voz y los brazos de los
trabadores, se habían convertido en meros observadores. Tipos que a veces
ladraban, pero que en cuanto que el patón levantaba la mano se achantaban, como
un perro que ya ha sufrido demasiadas palizas por parte de un dueño despótico y sinvergüenza. Los
trabajadores comenzaban a llevar a cabo paros, protestas y actos subversivos.
En un primer momento intentaron conseguir las mejoras mediante la política,
pero la política sirvió de poco ante las amenazas y las palizas recibidas por
parte de los esbirros de los dueños de las fábricas. Comenzaron a llevar a cabo
actos violentos contra empresarios, miembros de la patronal y del gobierno, una
especie de ojo por ojo. Así nacieron los que para unos serían defensores de los
derechos del pueblo humilde y obrero, mientras que para otros serían simples
terroristas. Así nacieron los Montoneros.
Pero no solo el ambiente obrero y de las fábricas
comenzaba a alterarse, otro de los pilares fundamentales de la sociedad
comenzaban a sentirse perseguidos y vigilados: los estudiantes también
comenzaron a organizarse. Después que el Cordobazo de 1969 ─protesta ciudadana
de enormes dimensiones en la ciudad de Córdoba─, hiciera caer la dictadura de
Juan Carlos Ongania ─el dictador militar que disolvió los partidos políticos y
desmontó la universidad de Argentina en la Noche de los Bastones Largos,
asegurando que eran centros de subversión y comunismo─ las miradas de los gobernantes
se posaron sobre los obreros y los estudiantes. Ese día de mayo de 1969 se
realizaba en la ciudad una protesta más de los trabajadores de la industria
cordobesa ─la más importante del país─, a ellos se sumaron en apoyo los
estudiantes universitarios. Cuando las fuerzas del orden asesinaron a un joven
la protesta se convirtió en revuelta. Esa noche el presidente Ongania envió al
ejército a controlar la situación, algo que hicieron en cuestión de horas, pero
los mismos militares rechazaron llevar la persecución y represión más allá. Ese
no de las fuerzas del orden a la actuación represiva contra los ciudadanos
acabó con el gobierno de Ongania, y dejó herida de muerte la dictadura. En 1973
volvería Perón y un año después tras su muerte, asumiría el puesto Isabelita.
Su segunda esposa
El 24 de marzo de 1976 se produjo otro golpe de estado,
irrumpiendo de pronto en el gobierno de Isabelita Perón, sorprendiendo a paso
cambiado a los grupos organizados de trabajadores y a los estudiantes
universitarios. Como ya saben, el gobierno militar pronto llevó a cabo una
política radical de detenciones sobre todos aquellos culpables, o sospechosos
de ir contra el gobierno, o de haber llevado a cabo alguna actuación subversiva
en los años anteriores. La caza de brujas no pararía tan fácilmente. Por
supuesto los Montoneros, los grupos de lucha armada, los trabajadores que
protestaban pidiendo mejoras en sus derechos laborales, los militantes de
cualquier fuerza política o movimiento que no fuera a favor de los milicos se
convirtieron en enemigos fundamentales
del nuevo gobierno militar.
Por supuesto también lo eran los estudiantes. El gobierno
encabezado en el primer momento por Jorge Videla, tenía asumido que Argentina
contaba con una generación perdida: la juventud. Pues ésta se había dejado
corromper, y manejar por ideologías que la había convertido en rebelde y
contestataria. Por supuesto los militares no trataron a todos por igual, sería
una locura dejar al país sin jóvenes, pero los jóvenes universitarios y
obreros eran para ellos irrecuperables. Las purgas dentro de las universidades
fueron terribles, profesores, catedráticos, bedeles y sobre todo estudiantes
fueron detenidos, torturados y asesinados o desaparecidos.
Cuando terminaron el vacío de las universidades, los
militares pusieron la vista sobre la siguiente generación, los posibles futuros
subversivos. La represión y la violencia caen entonces sobre los estudiantes de
secundaria. En este momento nos vamos a la ciudad de La Plata, el 16 de
septiembre de 1976. El Batallón 601 del Servicio de Inteligencia del Ejército
Argentino, ayudado por la policía de la provincia de Buenos Aires, bajo el
mando del general Ramón Camps, secuestraría a diez jóvenes de entre 16 a 18
años.
Por aquel entonces la ciudad de La Plata ya era la ciudad
universitaria por excelencia de Argentina, por ello fue uno de los lugares que
más sufrió los asesinatos y desaparición de estudiantes durante la última
dictadura. Estos estudiantes contaban con un boleto de trasporte, un boleto que
les permitía moverse prácticamente gratis, y que con la llegada del gobierno de
facto desapareció. Muchos estudiantes habían secundado las protestas que desde
la calle, y los centros educativos pedían que se volviera a implantar ese
beneficio. Estas movilizaciones le sirvieron de perfecta escusa al gobierno militar
para comenzar la purga entre los estudiantes de secundaria, a los que no podía
acusar de bolcheviques o subversivos por las buenas, como habían hecho con los
universitarios y obreros militantes.
Área de servicio de La Plata donde se vio por última vez a los estudiantes |
Esa noche se llevaron solo a diez de ellos, pero
pasaría a la historia como el ejemplo de la violenta locura de los militares. A
los chicos, se les conocería como los desaparecidos en la Noche de los Lápices,
pues los desparecidos prácticamente eran niños, que seguían usando lápices de
colores en sus tareas. Los diez jóvenes fueron sacados de sus casas al
anochecer, y llevados a los cuarteles o centros clandestinos de detención. Los
más cercanos se encontraban El Bosque de La Plata, hoy esos terrenos han sido
arrebatados al ejército, y donados para realizar en sus tierras el nuevo campus
universitario de Humanidades y Psicología. Cada vez que entro en él no puedo
evitar estremecerme.
Al grupo de
jóvenes estudiantes se les vio por última vez en la esquina de la avenida
número 1, al lado de una pequeña gasolinera que a día de hoy sigue abierta y
dando servicio a la ciudad. En ese punto, la avenida se intersecciona con otra
amplia calle, conocida como paseo de los Plátanos. Esa avenida sale de la
ciudad y se interna en El Bosque de La Plata. De los chicos que se llevaron esa
noche cuatro sobrevivieron a las torturas, y pudieron contar su drama durante
los juicios a las juntas militares, pero esa es otra historia.
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