La avenida de Mayo es, junto a la avenida
Corrientes y la 9 de Julio, una de las arterías principales por la que camino,
paseo y disfruto a diario. Están muy cerca de casa y es muy higiénico para la
mente y la razón perderse entre sus cafés, sus tiendas y sus librerías. Pararse
a comprar fruta en la verdulería de la esquina, charlar con la señora que vende
prensa dentro de un quiosco destartalado, ojear las viejas ediciones
plastificadas de forma rudimentaria en las pequeñas librerías, o tomarse un
café en uno de esos locales notables, donde siempre hay un tipo sentado en la
primera mesa de la entrada, vestido como los viejos tangueros, un lunfardo
tocado con Borsalino de fieltro, pajarita y bufanda blanca, con diminutas
líneas de un color más claro marcadas sobre la tela de la chaqueta y los
pantalones, casi tan finas como el bigotito que se deja crecer sobre el labio superior.
Es un tipo curioso, lo observo a diario, tanto cuando tomo café en el lugar, como
cuando paso por la puerta, ahora tiene que salir a fumar a la calle, pero ni por
esas pierde la forma, la chulería arrabalera ─casi peligrosa─ de otra época. Da
la imagen de aquellos viejos galanes ─seguramente lo fue a pesar de su
desgastado aspecto de hoy─, que sentados solos en una mesa apartada del local
donde se baila tango con orquesta, bebe ginebra y observa a las damas que han
ido a la parte de Riachuelo a buscar garufa, para después, elegida la víctima
lanzarse a invitarla a bailar, a beber y a buscarle las vueltas hasta donde
ella se lo permita.
En la zona hay una vista que me encanta, aparece tras
tomar la avenida Callao desde Corrientes, para desembocar después en la plaza
del Congreso y enfilar la avenida de Mayo. Al llegar a mitad de la plaza, más o
menos en donde se encuentra la marquesina de los cines Gaumont, puedes con una
sola ojeada ver el final de la plaza, con los árboles y sus esculturas, además de los primeros edificios de la avenida.
Entre ellos resalta sin duda la fachada del Barolo, y tras ella, como escondida
se deja aparecer la parte alta del edifico de los ministerios de 9 de Julio,
donde cuelga el retrato combativo de Eva Perón, enmarcando el lugar y la vista.
Cuando entré esa tarde en la avenida de Mayo la luz
cambiaba, llevaba todo el día cayendo agua de forma intermitente, las nubes
cubrían el cielo como si fuera a caer el diluvio universal, y después, de
pronto salió el sol e iluminó la ciudad a parches, como eligiendo el sol donde
quería, y donde no, reflejarse. Eso sí, siempre con una cara de agua que avisaba
a los paseantes de que o está espabilado, o sin duda no tardará en mojarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario