Me cuesta reconocer la zona, hace solo un par de
años este tranquilo y evocador paraje era un secarral, un pastizal del que
habían huido los animales y donde parecía que nunca hubiera habido ni una gota
de agua. Hace no mucho veía unas fotos del estado del lugar hace un par de años
y no dejaba lugar a la duda, era un desastre, una perdida que se había
realizado después de una larga sequía, unida a la dejadez de los espacios
naturales por parte de los políticos responsables.
Por suerte hace un par de años se tomó una decisión
no solo correcta, sino sencilla y barata para los bolsillos de los porteños.
Según me cuentan se desmalezó, y se vacío de inmundicia y elementos poco acordes
con lugares ecológicos que suelen aparecer en el fondeo de lagos y lagunas cuando
se secan. Unos días después se transvasaron miles de metros cúbicos de agua
provenientes del cercano río de la Plata, con lo que se trasportaría desde éste
a la laguna de los Coipos no solo el agua, sino también pequeñas especies y
huevos, que servirían para restaurar la fauna y flora marina de la zona. Cuando
el parque se encontraba de nuevo a la vieja usanza las aves también volvieron.
El truco, una inyección de agua constante mediante bombas que hacen entrar y salir
el agua de la laguna, evitando que ésta se seque de nuevo, o que el líquido se
estanque y haga crecer el hedor en la zona.
El lugar es un punto de esparcimiento los domingos,
donde se juntan familias y amigos a disfrutar la tarde de asueto mientras
comparten paseos, bailes, mate y asados. El lugar es agradable, a veces un poco
estridente, pero el paseo es magnífico tanto los días de diario como domingos,
cuando se arremolinan los foráneos y locales alrededor de las parrillas móviles,
y las terrazas crecen en el Paseo de la Gloria, donde los deportistas más
famosos de la historia argentina reciben su homenaje en forma de escultura de
bronce.
Entre
semana el lugar es más tranquilo, hay menos gente, el mercado que se coloca
bajo los árboles en un pequeño paseo interior del parque no existe, y las
terrazas que copan el paseo casi completamente aparecen mermadas, dejando ver
con más libertad la barandilla que separa el paseo y la laguna de los Coipos,
de nuevo lleva de agua y animales. Un poco más allá, al fondo, la reserva
ecológica de la Costanera Sur, asomando por encima de las copas de los árboles
las chimeneas de la central térmica de Puerto Madero, en color gris y rojo.
Desde que en el siglo XIX se creara la por entonces
infraestructura moderna de Puerto Madero, ganando una enorme porción de terreno
al río de la Plata, quedó de esta manera un amplio espacio de tierra vacía entre
las nuevas instalaciones portuarias y el río de la Plata. Fue entonces cuando
se puso la vista sobre este terreno baldío que, parece ser, contaba con aguas
termales. En 1919 se pondría allí en funcionamiento un balneario público que
daría fama a la zona y que se mantendría en funcionamiento hasta 1980, cuando
ya de capa caída se decidió cerrar y dedicar el lugar a lo que hoy es la
reserva ecológica de la Costanera Sur. Dos grandes lagos lo enmarcan, el más
grande denominado de los Patos se encuentra totalmente en el interior de la
reserva. La laguna de los Coipos, la que se secó, y hoy gracias a un movimiento
correcto y acertado de los políticos y legisladores se recuperó para propios y
extraños, se encuentra a medio camino de la reserva y del nacimiento de los
rascacielos de último diseño, levantados
en la parte más elitista del viejo Buenos Aires: Puerto Madero.
He de reconocer que
la zona transmite paz. Entre la vegetación natural y el aire puro apenas se
escuchan ruidos de cláxones o de motores roncos y achacosos. Tan solo asaltan
tu camino los olores a carne y vísceras asándose poco a poco sobre los
rescoldos del carbón. A mitad de mi paseo me paro a observarlo todo con
perspectiva ─es como mejor se entienden las cosas─, y mirando a la reserva
sobre la rescatada laguna de los Coipos, colocado junto a la estatua casi móvil
de Luis Viale ─que nació para ser su cenotafio en el cementerio de la Recoleta
y que hoy se sitúa junto al lago─, pensando que sí, que cuando se quiere y se
pone interés se pueden hacer las cosas bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario