martes, 16 de junio de 2015

FLORALIS GENÉRICA


            Hace trece años que se inauguró por todo lo alto, y no hace ni diez días que se ha reinaugurado de nuevo, por ─casi─todo lo alto por supuesto. En poco más de doce años, la Floralis Genérica de La Recoleta ha pasado de ser una de las señas identitarias para los porteños y un punto clave para el turismo de la ciudad de Buenos Aires, a convertirse en un pedazo de metal estropeado en mitad del parque de las Naciones Unidas. Un elemento inerte que permanecía rodeado de una publicidad estatal junto a la facultad de derecho de la Universidad de Buenos Aires. Y desde hace unos días, prácticamente unas horas, de nuevo a ser un orgullo más de los bonaerenses. Lo que habla bastante mal de la vida útil que se le da en la ciudad, a los monumentos o esculturas principales y más modernas.

            El monumento representa una enorme flor ─un homenaje a todas la flores del mundo, suelen decir las guías y los paneles turísticos─, que se levanta sobre un pequeño lago artificial que a la vez de dar grandiosidad al monumento lo protege, pues se encuentra en un parque que aunque durante el día tiene mucho movimiento, con decenas de personas paseando por sus sendas de tierra rojiza y comiendo a la sombra de los árboles que marcan el perímetro de las cuatro hectáreas de la plaza ajardinada ─cerca de él está la ya mencionada facultad de derecho, el museo de Bellas Artes de la ciudad, la Biblioteca Nacional y la galería comercial y gastronómica pegada al cementerio de La Recoleta─, por la noche la avenida Figueroa Alcorta y el parque quedan bastante desangelados. No es extraño que las esculturas diseminadas por los diferentes parques y jardines próximos, sean diana de las iras y del sinsentido de muchos vándalos o estúpidos que disfrutan destrozando o dañando su propio patrimonio, como si así lucharan contra algo o contra alguien, más allá de su inadaptación social.
            La obra es una donación del artista argentino Eduardo Catalano, que parece ser así convirtió en realidad su sueño de crear una pieza a gran escala ─más o menos veinte metros─, que refleje el dinamismo de nuestros días: la flor ─y en eso ésta el asunto que tanto gusta y tantas personas atrae─, se abre al amanecer, y se va cerrando sobre sus pistilos iluminados cuando la noche se va adueñando de la ciudad del Plata. Esto ocurre ─u ocurría─, cada noche del año a excepción del 25 de mayo, el 21 de septiembre y los días de nochebuena y nochevieja, que permanece ─permanecía, supongo que a partir de ahora también─, abierta durante toda la noche. 

Lo cierto es que esta tradición no debió de durar mucho, pues siete años después de la gran inauguración de 2002 la flor se estropeó. Corría el 2009 cuando durante un día de tempestad, de fuerte viento, los pétalos que abiertos hacían frente al torbellino se quebraron, se destrozó el mecanismo y la flor quedó abierta para el resto. Sus treinta y dos metros de diámetro han aguantado así durante más de seis años, mientras los técnicos intentaban recuperarla para la ciudad, algo que hace unos días por fin se consiguió.

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