Hace trece años que se inauguró por todo lo alto, y
no hace ni diez días que se ha reinaugurado de nuevo, por ─casi─todo lo alto
por supuesto. En poco más de doce años, la Floralis Genérica de La Recoleta ha
pasado de ser una de las señas identitarias para los porteños y un punto clave
para el turismo de la ciudad de Buenos Aires, a convertirse en un pedazo de
metal estropeado en mitad del parque de las Naciones Unidas. Un elemento inerte
que permanecía rodeado de una publicidad estatal junto a la facultad de derecho
de la Universidad de Buenos Aires. Y desde hace unos días, prácticamente unas
horas, de nuevo a ser un orgullo más de los bonaerenses. Lo que habla bastante
mal de la vida útil que se le da en la ciudad, a los monumentos o esculturas
principales y más modernas.
El monumento representa una enorme flor ─un
homenaje a todas la flores del mundo, suelen decir las guías y los paneles turísticos─,
que se levanta sobre un pequeño lago artificial que a la vez de dar
grandiosidad al monumento lo protege, pues se encuentra en un parque que aunque
durante el día tiene mucho movimiento, con decenas de personas paseando por sus
sendas de tierra rojiza y comiendo a la sombra de los árboles que marcan el
perímetro de las cuatro hectáreas de la plaza ajardinada ─cerca de él está la
ya mencionada facultad de derecho, el museo de Bellas Artes de la ciudad, la
Biblioteca Nacional y la galería comercial y gastronómica pegada al cementerio
de La Recoleta─, por la noche la avenida Figueroa Alcorta y el parque quedan
bastante desangelados. No es extraño que las esculturas diseminadas por los
diferentes parques y jardines próximos, sean diana de las iras y del sinsentido
de muchos vándalos o estúpidos que disfrutan destrozando o dañando su propio
patrimonio, como si así lucharan contra algo o contra alguien, más allá de su
inadaptación social.
La obra es una donación del artista argentino
Eduardo Catalano, que parece ser así convirtió en realidad su sueño de crear
una pieza a gran escala ─más o menos veinte metros─, que refleje el dinamismo
de nuestros días: la flor ─y en eso ésta el asunto que tanto gusta y tantas
personas atrae─, se abre al amanecer, y se va cerrando sobre sus pistilos
iluminados cuando la noche se va adueñando de la ciudad del Plata. Esto ocurre ─u
ocurría─, cada noche del año a excepción del 25 de mayo, el 21 de septiembre y
los días de nochebuena y nochevieja, que permanece ─permanecía, supongo que a
partir de ahora también─, abierta durante toda la noche.
Lo cierto es que esta tradición no debió de durar
mucho, pues siete años después de la gran inauguración de 2002 la flor se
estropeó. Corría el 2009 cuando durante un día de tempestad, de fuerte viento, los
pétalos que abiertos hacían frente al torbellino se quebraron, se destrozó el
mecanismo y la flor quedó abierta para el resto. Sus treinta y dos metros de
diámetro han aguantado así durante más de seis años, mientras los técnicos intentaban
recuperarla para la ciudad, algo que hace unos días por fin se consiguió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario