Suelo decir
que Buenos Aires es mucho más que tango, asado y fútbol. Pero que sobre todo es
tango, asado y fútbol. Raro es encontrarse en la ciudad a alguna persona que no
sea hincha de alguno de los numerosos equipos ─la lista es interminable─ que
alberga la ciudad. Incluso es raro encontrarse grupos de amigos, o núcleos familiares en los que
no haya miembros de diferentes equipos. Todos lucen sus colores, y con total
tranquilidad defienden sus planteles, discutiendo incluso de forma acalorada
para colocar su historia y jugadores por encima de los del resto, pero nada más.
Lo de la violencia es otro tema, que se da en las canchas, un tema espinoso y preocupante,
mucho, pues los barras bravas no solo dominan parte de las gradas, sino que
hacen lo mismo con los clubs y sus políticas. Llegando incluso a amenazar de
muerte a directivos, como le ocurrió hace no mucho al presidente del San
Lorenzo de Almagro, al que llegaron a apuntar con armas dentro del estadio porque éste no
quería satisfacer sus solicitudes. Un quilombo que dicen por aquí, un quilombo
detestable y peligroso. El odio en el interior de la canchas se les está
escapando de las manos a las autoridades, y para ejemplo el bochornoso
espectáculo del último superclásico Boca-River en la copa Libertadores, con el
gas pimienta en el túnel del vestuario rival y los futbolistas saludando a los
violentos antes de irse, no sé si por gusto o por mero y puro miedo.
Lo cierto es que la foto de hoy pertenece a la
parte más graciosa de la pasión descontrolada por el fútbol, un guiño más
malicioso que malvado, desde luego menos peligroso. Es más una broma de las que
se hacen entre los miembros de las pandillas de amigos o grupos familiares. Con
respeto, pero con un poco de mala leche, un punto envenenado que seguramente en
alguien sin humor, o demasiado empecinado en unos colores que no le dejan ver el
deporte, hará que se lo tome como un ataque personal y mortal.
La imagen apareció hace unos días empapelando todas
las paredes, marquesinas, contendores y demás superficies del centro de Buenos
Aires. Es un homenaje irónico y sarcástico, llevado a cabo por uno de los
grandes equipos argentinos contra uno de sus máximos rivales, además de vecino.
El camión de la basura que se va perseguido por el fantasma de la B; la segunda
división del fútbol argentino, hace referencia al Club Atlético Independiente
de Avellaneda, que se fue a la división de plata hace un par de años. Los que
se encargan de recordar esta desgracia deportiva son los seguidores de su
rival, el Racing de Avellaneda.
El Independiente de Avellaneda fue el último de los
cinco grandes en descender de categoría, después de que desde los años treinta
lo hicieran San Lorenzo de Almagro, el propio Racing de Avellaneda o el River
Plate ─Boca nunca perdió la categoría, aunque con eso también hay serias
discusiones sobre amiguismos y favores para evitarlo─. El caso es que los
carteles me llamaron la atención por lo ingenioso y por el coste. El humor es un
tanto enquistado pero que no va más allá, y que a los seguidores no radicales
del club ultrajado seguro que en su más profundo ser les hizo gracia. Sin duda ya
estarán pensando como devolvérsela de la misma manera no violenta. En la parte
económica llamó mi atención el gran gasto en papel, tinta y pegamento, o cola,
realizado por un grupo de socios, o una parte de un club que no está nada
boyante económicamente ─en Buenos Aires muy pocas instituciones lo están─, y
sin embargo a pesar de andar cortos de efectivo, no pueden dejar pasar la
oportunidad de meter el dedo en la llaga del vecino. Desde luego en Buenos Aires
el fútbol no será la cosa más importante, pero si a la que se le da más
importancia.
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