jueves, 25 de junio de 2015

LA ÚLTIMA DESPEDIDA DEL MOROCHO



Se cumplen hoy ochenta años del accidente aéreo que acabaría con la vida de Carlos Gardel, y con la de otras dieciséis personas en el aeropuerto colombiano de Medellín. El cantante había hecho una escala reglamentaria en el aeropuerto Las Arenas de la ciudad colombiana en mitad de su gira latinoamericana de 1935, en el momento del despegue, el avión trimotor Ford de la empresa Saco, desvió su recorrido y chocó con otro avión similar de la empresa alemana Scadta, que esperaba su turno para despegar. Inmediatamente los dos aparatos se convirtieron en una bola de fuego, el Rey del Tango murió carbonizado dentro de la estructura metálica de la pequeña aeronave.

           El cuerpo del Morocho fue enterrado en el cementerio de San Pedro de Medellín, a pesar de los intentos de la familia por llevarlo a suelo argentino. Su albacea, Armando Delfino, lo intentó por activa y por pasiva pero no consiguió nada, chocando una y otra vez con la burocracia. Pero cuando parecía imposible que el cuerpo de Carlos Gardel descansara en el país donde creció y se hizo famoso mundialmente, la situación política argentina dio un vuelvo dramático, algo que beneficiaría la empresa del albacea.

            Prácticamente un mes después del fallecimiento de Gardel, al gobierno argentino le estalló un enorme escándalo en mitad de las narices. El gobierno del país acababa de firmar el controvertido tratado Roca-Runciman ─que permitía el comercio de carnes argentinas con EE. UU y Reino Unido─, un acuerdo cuestionado y criticado por la oposición política. El revuelo suscitado en el país fue de alto grado, tanto fue así que el 23 de julio de 1935, y en mitad de la cámara del Senado alguien disparo tres veces sobre Lisandro de La Torre, el líder de la oposición, y una de las voces más discordantes con el tratado. El sicario falló, y las tres balas se hicieron hueco en el cuerpo de Enzo Bondadehere ─compañero de partido del opositor─, dejándolo listo de papeles en el acto. El escándalo en las calles fue mayúsculo, amenazaba con costarle el gobierno al partido que estaba detrás de la firma del contrato, y seguramente del tiroteo en la cámara senatorial. Inmediatamente el presidente Agustín P. Justo y el director del diario Crítica decidieron trazar un plan, crear una cortina de humo que tapara el escándalo del convenio y el asesinato. Fue entonces cuando el gobierno ─apoyado por la prensa─, decidió ayudar a repatriar el cuerpo del malogrado tanguero. Así se lo hicieron saber a la familia y a todo el pueblo, que lo acogió con gran júbilo, dejando ya un poco de lado las protestas por las mafiosas formas de hacer política que tenían sus representantes. Eso sí, el presidente y el periodista urdieron un plan que no se haría público; el cual consistía en extender lo máximo posible el viaje del cuerpo desde Medellín a Buenos Aires, y de paso ir dando buena cuenta del traslado, mediante grandilocuentes artículos de prensa ─como ven la corrupción y la desfachatez de los gobernantes y de la prensa paniaguada no es un invento moderno─. Consiguiendo así que la cortina de humo fuera lo más espesa y opaca posible, distrayendo lo máximo la atención de los habitantes de un país que veían como un triunfo común la vuelta de su estrella a casa.


            Mientras se consiguieron los permisos y se arreglaban los papeles la prensa solo hablaba de Gardel, la noticia del tratado y del asesinato había quedado en un segundo plano. Finalmente el 18 de diciembre de 1935 el cuerpo de El jilguero de las Pampas fue exhumado del cementerio colombiano, y preparado para partir con dirección al puerto de Buenaventura en el primer tren de la mañana. El doble féretro metálico donde descansaba el Morocho, fue colocado en el interior de un tercero realizado en zinc, asegurando así las medidas higiénicas en su traslado. Finalmente los tres descansaron en un cuarto de madera. Aún nadie ─o casi─ lo sabía, pero el viaje iba a ser largo, muy largo.

           Cuando el ferrocarril que cargaba el cuerpo del cantante y todas su pertenecías llegó a la ciudad de La Pintada no pudo avanzar más, se habían terminado las vías. Los restos y objetos de Gardel fueron subidos entonces a dos berlinas, que continuarían camino hasta la localidad aún colombiana de Valparaíso. Aquí comenzaría la verdadera odisea del cuerpo del cantante de tango. La carreteras se había terminado, la berlina no podía seguir adelante, y el cuerpo se acopló a unas mulas de carga que cruzarían la montañosa geografía de Colombia.
          Así siguió su camino, acompañado de un grupo de personas y periodistas, que relataban todas las vicisitudes y etapas del viaje, lo que hacía mantener a los habitantes argentinos en la intriga de lo que pasará mañana, sin saber a ciencia cierta cuando llegaría por fin su ídolo a la ciudad que tanto lo esperaba, y que gracias a la manipulación de la prensa tanto lo necesitaba. El 20 de diciembre la prensa local anunció que el cuerpo ya estaba en Caramanta, donde la población había decido darle un homenaje y velar su cuerpo durante la noche. Esto era algo muy habitual en el camino, la mayoría de los pueblos y ciudades por las que pasaba el Zorzal Criollo querían rendirle el último homenaje, y montar una capilla ardiente donde los pobladores de la zona le pudieran dar el último adiós. Incluso algunas poblaciones como Supía o Marmato, pidieron a los encargados del traslado que se salieran de la ruta establecida para llegarse a su pueblo, y así unirse a las exequias por Gardel. Por supuesto estas peticiones fueron atendidas, y el cuerpo calcinado del cantante siguió la ruta demandada, dilatando la llegada a Buenos Aires, y con ello aumentando el número de artículos periodísticos sobre el periplo, enganchando más a los ciudadanos a la historia y volviendo más persistente la cortina de humo sobre el tema político.



         Finalmente tras muchas vueltas el cuerpo llegó a Pereira, donde retomó el viaje en ferrocarril hasta el puerto de Buenaventura, allí tomaría el vapor Santa Mónica hasta Nueva York donde llegaría el 29 de diciembre de 1935, previo escala en Panamá. En Nueva York el féretro pasaría diez días, los necesarios para que toda la ciudad que lo vio triunfar y resplandecer en vida se despidiera de él. El 7 de enero ya de 1936, sería embarcado de nuevo en el vapor Panamerica, que haría escala en Río de Janeiro y Montevideo ─aquí descendieron el cuerpo de nuevo para homenajearlo─ llegando por fin el 5 de febrero a Buenos Aires, donde los esperaban ─según las crónicas periodísticas─, más de cuarenta mil personas. Éstas asistieron en silencio al largo proceso del desembarco ─ayudado por una grúa─ de la caja con los restos mortales de Carlos Gardel
          Inmediatamente el multitudinario cortejo fúnebre partió camino del Luna Park ─al que The New York Times describía como el estadio cubierto más grande de Sudamérica─, y donde sobre el viejo ring del estadio de Corrientes lo esperaba el mayor velorio del camino. Allí pasaría la noche,  al día siguiente su cuerpo sería trasladado al cementerio de La Chacarita, donde sería enterrado en el Panteón de los Artistas. Durante todo el recorrido, la multitud que lo acompañaba no dejó de entonar las canciones que habían hecho famoso al Morocho del barrio de Abasto. 

         Pero aun así no pudo descasar en paz, pues en diciembre de 1936 fue exhumado por segunda vez ─casi un año después de la primera─. Las autoridades habían decidido asignar a los restos de Carlos Gardel una doble parcela en ese mismo camposanto, donde pudiera recibir todos los homenajes que sus seguidores tuvieran a bien ofrecerle. Finalmente, el 7 de noviembre de 1937 se inauguraría la nueva tumba del cantante más importante de Argentina, donde reposa bajo una enorme escultura que lo representa a tamaño real, sonriente y socarrón. Por supuesto, del cuestionado tratado comercial de la carne argentina, y del asesinato del opositor en el interior del senado bonaerense no se volvió a hablar.




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