Se cumplen hoy ochenta años del accidente aéreo que
acabaría con la vida de Carlos Gardel, y con la de otras dieciséis personas en
el aeropuerto colombiano de Medellín. El cantante había hecho una escala
reglamentaria en el aeropuerto Las Arenas de la ciudad colombiana en mitad de
su gira latinoamericana de 1935, en el momento del despegue, el avión trimotor Ford de la empresa Saco, desvió su
recorrido y chocó con otro avión similar de la empresa alemana Scadta, que
esperaba su turno para despegar. Inmediatamente los dos aparatos se
convirtieron en una bola de fuego, el Rey del Tango murió carbonizado dentro de
la estructura metálica de la pequeña aeronave.
El cuerpo del Morocho fue enterrado
en el cementerio de San Pedro de Medellín, a pesar de los intentos de la
familia por llevarlo a suelo argentino. Su albacea, Armando Delfino, lo intentó
por activa y por pasiva pero no consiguió nada, chocando una y otra vez con la
burocracia. Pero cuando parecía imposible que el cuerpo de Carlos Gardel descansara
en el país donde creció y se hizo famoso mundialmente, la situación política
argentina dio un vuelvo dramático, algo que beneficiaría la empresa del
albacea.
Prácticamente un
mes después del fallecimiento de Gardel, al gobierno argentino le estalló un
enorme escándalo en mitad de las narices. El gobierno del país acababa de
firmar el controvertido tratado Roca-Runciman ─que permitía el comercio de
carnes argentinas con EE. UU y Reino Unido─, un acuerdo cuestionado y criticado
por la oposición política. El revuelo suscitado en el país fue de alto grado,
tanto fue así que el 23 de julio de 1935, y en mitad de la cámara del Senado
alguien disparo tres veces sobre Lisandro de La Torre, el líder de la
oposición, y una de las voces más discordantes con el tratado. El sicario
falló, y las tres balas se hicieron hueco en el cuerpo de Enzo Bondadehere ─compañero
de partido del opositor─, dejándolo listo de papeles en el acto. El escándalo
en las calles fue mayúsculo, amenazaba con costarle el gobierno al partido que
estaba detrás de la firma del contrato, y seguramente del tiroteo en la cámara
senatorial. Inmediatamente el presidente Agustín P. Justo y el director del
diario Crítica decidieron trazar un
plan, crear una cortina de humo que tapara el escándalo del convenio y el
asesinato. Fue entonces cuando el gobierno ─apoyado por la prensa─, decidió
ayudar a repatriar el cuerpo del malogrado tanguero. Así se lo hicieron saber a
la familia y a todo el pueblo, que lo acogió con gran júbilo, dejando ya un
poco de lado las protestas por las mafiosas formas de hacer política que tenían
sus representantes. Eso sí, el presidente y el periodista urdieron un plan que
no se haría público; el cual consistía en extender lo máximo posible el viaje
del cuerpo desde Medellín a Buenos Aires, y de paso ir dando buena cuenta del
traslado, mediante grandilocuentes artículos de prensa ─como ven la corrupción
y la desfachatez de los gobernantes y de la prensa paniaguada no es un invento
moderno─. Consiguiendo así que la cortina de humo fuera lo más espesa y opaca
posible, distrayendo lo máximo la atención de los habitantes de un país que
veían como un triunfo común la vuelta de su estrella a casa.
Mientras se consiguieron los permisos y se arreglaban los
papeles la prensa solo hablaba de Gardel, la noticia del tratado y del
asesinato había quedado en un segundo plano. Finalmente el 18 de diciembre de
1935 el cuerpo de El jilguero de las Pampas fue exhumado del cementerio
colombiano, y preparado para partir con dirección al puerto de Buenaventura en
el primer tren de la mañana. El doble féretro metálico donde descansaba el
Morocho, fue colocado en el interior de un tercero realizado en zinc,
asegurando así las medidas higiénicas en su traslado. Finalmente los tres
descansaron en un cuarto de madera. Aún nadie ─o casi─ lo sabía, pero el viaje
iba a ser largo, muy largo.
Cuando
el ferrocarril que cargaba el cuerpo del cantante y todas su pertenecías llegó
a la ciudad de La Pintada no pudo avanzar más, se habían terminado las vías.
Los restos y objetos de Gardel fueron subidos entonces a dos berlinas, que
continuarían camino hasta la localidad aún colombiana de Valparaíso. Aquí
comenzaría la verdadera odisea del cuerpo del cantante de tango. La carreteras
se había terminado, la berlina no podía seguir adelante, y el cuerpo se acopló
a unas mulas de carga que cruzarían la montañosa geografía de Colombia.
Así
siguió su camino, acompañado de un grupo de personas y periodistas, que
relataban todas las vicisitudes y etapas del viaje, lo que hacía mantener a los
habitantes argentinos en la intriga de lo que pasará mañana, sin saber a
ciencia cierta cuando llegaría por fin su ídolo a la ciudad que tanto lo
esperaba, y que gracias a la manipulación de la prensa tanto lo necesitaba. El
20 de diciembre la prensa local anunció que el cuerpo ya estaba en Caramanta,
donde la población había decido darle un homenaje y velar su cuerpo durante la
noche. Esto era algo muy habitual en el camino, la mayoría de los pueblos y
ciudades por las que pasaba el Zorzal Criollo querían rendirle el último
homenaje, y montar una capilla ardiente donde los pobladores de la zona le
pudieran dar el último adiós. Incluso algunas poblaciones como Supía o Marmato,
pidieron a los encargados del traslado que se salieran de la ruta establecida
para llegarse a su pueblo, y así unirse a las exequias por Gardel. Por supuesto
estas peticiones fueron atendidas, y el cuerpo calcinado del cantante siguió la
ruta demandada, dilatando la llegada a Buenos Aires, y con ello aumentando el
número de artículos periodísticos sobre el periplo, enganchando más a los
ciudadanos a la historia y volviendo más persistente la cortina de humo sobre
el tema político.
Finalmente tras muchas vueltas el cuerpo llegó a Pereira,
donde retomó el viaje en ferrocarril hasta el puerto de Buenaventura, allí
tomaría el vapor Santa Mónica hasta
Nueva York donde llegaría el 29 de diciembre de 1935, previo escala en Panamá.
En Nueva York el féretro pasaría diez días, los necesarios para que toda la
ciudad que lo vio triunfar y resplandecer en vida se despidiera de él. El 7 de
enero ya de 1936, sería embarcado de nuevo en el vapor Panamerica, que haría escala en Río de Janeiro y Montevideo ─aquí
descendieron el cuerpo de nuevo para homenajearlo─ llegando por fin el 5 de
febrero a Buenos Aires, donde los esperaban ─según las crónicas periodísticas─,
más de cuarenta mil personas. Éstas asistieron en silencio al largo proceso del
desembarco ─ayudado por una grúa─ de la caja con los restos mortales de Carlos
Gardel
Inmediatamente el multitudinario cortejo fúnebre partió camino
del Luna Park ─al que The New York Times
describía como el estadio cubierto más grande de Sudamérica─, y donde sobre el
viejo ring del estadio de Corrientes lo esperaba el mayor velorio del camino.
Allí pasaría la noche, al día siguiente
su cuerpo sería trasladado al cementerio de La Chacarita, donde sería enterrado en
el Panteón de los Artistas. Durante todo el recorrido, la multitud que lo
acompañaba no dejó de entonar las canciones que habían hecho famoso al Morocho
del barrio de Abasto.
Pero aun así no pudo descasar en paz, pues en
diciembre de 1936 fue exhumado por segunda vez ─casi un año después de la
primera─. Las autoridades habían decidido asignar a los restos de Carlos Gardel
una doble parcela en ese mismo camposanto, donde pudiera recibir todos los
homenajes que sus seguidores tuvieran a bien ofrecerle. Finalmente, el 7 de
noviembre de 1937 se inauguraría la nueva tumba del cantante más importante de
Argentina, donde reposa bajo una enorme escultura que lo representa a tamaño
real, sonriente y socarrón. Por supuesto, del cuestionado tratado comercial de
la carne argentina, y del asesinato del opositor en el interior del senado
bonaerense no se volvió a hablar.
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