martes, 23 de junio de 2015

GUAJIRA AFROCUBANA EN SAN TELMO


            Las calles del barrio porteño de San Telmo tienen un punto cosmopolita que no llegan a igualar el resto de los barrios de la ciudad, por muy modernos que sean, por muchos lujos que tengan, o por muchos locales de moda que se abran en sus calles. San Telmo es un barrio con identidad y con sabor, con gusto. Algo que puede quedar un poco oscurecido en un primer momento, tras una primera impresión, por la dejadez de sus calles y veredas, tal vez por la cantidad de suciedad que se acumula en ciertos lugares, con más basura y desechos en la calzada que en el interior de los contendores.

            Muchas casas y edificios están abandonadas, o lo han estado hasta hace no mucho, lo que ha dado al barrio un toque decadente pero sin hacerle perder personalidad ni vistosidad; un ejemplo magnifico es el patio provinciano, un enorme edificio abandonado, desvencijado y lleno de grafitis tanto en su interior como en su exterior, que los domingos se llena de vida, música, baile, cultura indígena, literatura y alegría. Hoy el barrio vuelve a crecer, los edificios que hace unas décadas ocupaban estudios y casas de escritores, pintores, músicos… los empiezan a ocupar estudiantes, artistas originales, nuevos músicos, recientes y jóvenes familias que comparten las calles con hostales y albergues juveniles, que llenan la zona de caras joviales y miradas vivas a diario. Personas que se paran frente a las viejas paredes llevas de grafitis, y pinturas realizadas por artistas locales de la misma manera que visitan las tiendas de antigüedades, o se detienen ante la vidriera de la tienda de zapatos realizados a mano que se ofrecen a precios módicos.

Los nuevos locales, cafés, restaurantes, cervecerías, vuelven a llevar los vientos porteños de la bohemia clásica hacía las calles empedradas ─aunque bajo esos adoquines, como en los parisinos del 68, tampoco hubo nunca arena de playa─, del viejo barrio. Las calles más allá de la famosa y concurrida plaza Dorrego huelen a pizza recién cocinada, a empanadas salteñas picantes con aceituna verde con hueso en su interior, a asado y bondiola al punto en la parrilla al paso de Chacabuco, a café recién molido servido con galletas de manteca y alfajores, o a pan amasado como toda la vida, y acabado de depositar en las estanterías de madera de la vieja confitería La Vienesa, en plena calle Bolívar.

En todo esto se van deleitando tus ojos, tu olfato y posiblemente tú gusto, cuando de pronto, al volver una esquina te sorprende a lo lejos una música animada, una melodía de sabor caribeño, que  se disputa el dominio sobre milongas y bandoneones más allá de la intersección que hace la calle Defensa con la calle México. En el escenario improvisado un tipo que se autodenomina africano de nacimiento y pasión, interpreta una guajira cubana mientras improvisa la letra, canta desafinadamente pero lleno de sabor ─como reconoce mientras muestra su blanca sonrisa─. Entrar en San Telmo una primera vez y salir defraudado es muy probable, pero repetir y no salir fascinado es imposible. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario