Desde luego no tienen
la misma capacidad de atraer turistas, imágenes y flases fotogénicos que tiene
la manzana de la discordia barcelonesa. Apenas lo hace el central de ellos, el Palacio Barolo, con sus formas exuberantes, y su historia extraña y oscura con la
Divina Comedia de Dante de fondo, llamando la atención de algunos turistas que lo
visitan, y de los habitantes de la ciudad que levantan la cabeza para observarlo
mientras pasan caminado por las calles aledañas. Muchos de ellos preguntándose el
porqué, o cual será su historia. Algunos posiblemente sin saber que se puede
visitar, y que el edificio que tiene un hermano gemelo en Montevideo es una de
las obras arquitectónicas principales de ambas ciudades, no por su belleza,
sino por su intrahistoria.
Desde luego esta manzana ─esta cuadra─ bonaerense, no
se puede igualar a la catalana, aunque no puedo dejar de compararlas, de pensar
en la de la ciudad condal, cada vez que paso junto a la bonaerense (algo que
por la cercanía de mi domicilio realizo varias veces cada día). El caso
bonaerense solo cuenta con el Barolo como pieza fundamental, y con varios
edificios colindantes e incluso enfrentados que muestran diferentes tipos de
arquitectura contemporánea. Con sus torres culminadas por cúpulas de colores
llamativos, la anomalía de sus formas en comparación con la rectitud de los
edificios cercanos y el próximo parque de la plaza del Congreso, dan un toque
especial, que junto a la avenida de Mayo hace que mi cabeza viaje al Paseo de
Gracia barcelonés. Salvando las distancias por supuesto. Aquí salvo el Barolo
los edificios no tienen nombre ni apellido, a diferencia de lo que ocurre en el
punto más significativo de la
arquitectura modernista en el centro de la capital catalana. Al fin y al cabo
las fechas son coincidentes, aunque la mente magnifica de Antoní Gaudí y de
Lluís Domènech i Montaner ─entre otros─, solo estaban en un lugar, y ese lugar
hoy es uno de los más mágicos de la ciudad de Barcelona, sobre todo cuando
comienza a amanecer, y los colores del trencadís se abren camino junto al sol,
huyendo de los brazos de la bruma mañanera de la ciudad.
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