Aparecen en ocasiones escondidas entre arbustos o en
mitad de un cruce de avenidas o calles. Cada vez que las veo siento como se me
encoge el pecho y el estómago. Más si cabe cuando, en mitad de la estrella
amarilla sobre fondo blanco, aparece escrito el nombre del fallecido en el
accidente.
Es una forma de recordar a las víctimas de uno de
los males más comunes de nuestra sociedad, que cada vez vive más rápido y casi
sin pensar. Lo que a veces se refleja en la falta de cuidado, de precaución o
en simples despistes fatales. Estas estrellas nos recuerdan que todo es muy
frágil en el mundo, nuestras vidas también, y nos exhorta a cuidarlas, al menos
mirando bien al cruzar la calle, respetando al que camina o circula a nuestro
lado, conduciendo despacio y sin tóxicos en el cuerpo.
Estas señales, me recuerdan que en cuestión de
segundos puede desmenuzarse bajo nuestros pies todo lo que pensamos que era
sólido, todo lo que tenemos asumido como imperecedero. Por ello, cada vez que
veo una estrella amarilla en la ciudad de Buenos Aires, más allá de llevarme a
pensar solo en una víctima de tráfico, pienso en la necesidad de vivir, de
aprovechar cada segundo. Porque nuca sabemos cuándo nos va a tocar ser una
estrella en la calzada.
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