Cuando el 23 de mayo de 1936, es decir hace setenta
años y un día, se inauguró el obelisco en el centro de Buenos Aires, nadie, ni
siquiera su arquitecto, pensó que hoy fuera uno de los símbolos principales y
más característicos de la ciudad. De hecho, muchos pensaban que no tardarían en
demolerlo. Las críticas que sufrieron en su inauguración su arquitecto, el
intendente de la ciudad y el presidente del país fueron de órdago. Tanto que
hoy en día se siguen recordando.
Colocar un obelisco de sesenta y siete metros de altura
en el cruce de la avenida 9 de Julio, la Diagonal Norte y la avenida Corrientes
fue tomado como un insulto para con la historia y la ciudadanía porteña. Sobre
todo hacía Hipólito Yrigoyen, pues en el lugar ocupado por el considerado en la
época horrendo esperpento, estaba proyectada una estatua en honor al ilustre y
querido prócer rioplatense.
La obra de construcción se llevó a cabo en tiempo record,
solo cuatro semanas y ciento cincuenta obreros fueron necesarios para llevarlo
a cabo. Cierto es que el trabajo se vio aligerado al ser sus cimientos
absorbidos por las bóvedas de las líneas de subte C y D que pasan justo por
debajo, y no fue necesario una obra de gran envergadura para instalarlos.
El
obelisco en construcción. Año 1936.
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El lugar no era ni es una plaza cualquiera, hoy conocida
como plaza de la República y punto clave de reunión de amigos, turistas,
vendedores ambulantes y manifestaciones, fue el lugar original donde se ondeó y
homenajeó por primera vez la bandera argentina en Buenos Aires: el 23 de agosto
de 1812. En aquella época, en mitad de la plaza se levantaba la iglesia dedicada
a San Nicolás de Bari, y el reconocimiento patrio se llevó a cabo en su torre.
La iglesia desapareció, como decenas de cuadras con ilustres y magníficos edificios
y construcciones de los siglos anteriores, cuando en 1912 se proyectó la
creación de la enorme avenida 9 de Julio, cuyas obras no comenzaron hasta 1936.
Aun hoy es considerada como una de las avenidas más anchas del mucho, con
dieciséis carriles y cuatro zonas ajardinadas interiores que sirven para
separar estas calzadas atestadas de coches y motos a cualquier hora del día.
Además, en el centro se levanta una enorme dársena de colectivos en ambas
direcciones, metrobus lo llaman, que cubre prácticamente la avenida y por donde
circulan y tienen parada casi todos los colectivos que dan servicio en la urbe.
Se da la casualidad, o más bien la causalidad de que justo en este punto, don
Pedro de Mendoza primer fundador de la ciudad, juró apoyando su espada sobre un
viejo y precario madero, la defensa de la villa en el año 1536.
Inscripción
en uno de los laterales del obelisco de 9 de Julio.
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El
intendente de la ciudad Mariano de Vedia y Mitre, nombrado por el presidente
Agustín Pedro Justo, firmó el decreto para cambiar la futura estatua del
próvido Yrigoyen por un monumento más extraordinario, que recordara a las
generaciones venideras el carácter fundamental de la efeméride suscita en la
torre de la iglesia de San Nicolás. Para ello encargó la realización del
obelisco al arquitecto Alberto Prebisch, uno de los grandes referentes
argentinos del modernismo, y autor del teatro Grand Rex entre otras obras. Las
obras estuvieron a cargo del consorcio alemán Siemens Bauunion - Grün & Bilfinger, de fuertes vínculos con el
nazismo, y que eran los mismos que habían aprovisionado de vagones y locomotorasa la línea C del subte, construida por la empresa española del conde de
Guadalhorte.
El famoso Obelisco se
inauguró como ya hemos dicho el 23 de mayo de 1936 y desde el primer día fue
duramente criticado por los ciudadanos y algunos políticos de la ciudad. Más si cabe
cuando en 1938, un día después de haberse llevado a cabo a sus pies un
multitudinario acto público, con la presencia del presidente Ortiz, comenzaron
a desprenderse las placas de piedra que revestían decorativamente el obelisco,
destruyendo por completo las gradas donde horas antes se habían llevado a cabo
los homenajes. Inmediatamente las placas se desmontaron por su peligrosidad y
el obelisco se pintó de blanco, imitando el ornamento original, así permanecen
hoy. Como ven, el arquitecto era el Calatrava de la época.
Estos percances, y el efecto óptico no convencían ni a
propios ni a extraños, tanto fue así que en 1939 en el poder legislativo de la
ciudad se llevó a cabo una votación para derruirlo. Votación en la que ganó el
sí por veintitrés votos contra tres. Finalmente el obelisco se salvó por el
veto utilizado por el intendente, contra la ordenanza aprobada por la mayoría. Cosas de la democracia.
Operarios
desmontando las placas ornamentales de la superficie del obelisco en 1938.
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Con la llegada del obelisco, y la creación de la
avenida 9 de Julio en 1936, Buenos Aires comenzó a ser sesgada por las macro
construcciones. A estas obras se unieron al creación de las Diagonales que
nacen en plaza de Mayo hacía el este y el oeste de la ciudad. Buenos Aires comenzó
a perder patrimonio y tranquilidad. Tanto fue así, que en 1975 con el paso de
los años y el obelisco ya aceptado por los ciudadanos más reticentes, éste se
utilizó como cartel publicitario o informativo, para dar un tirón de orejas a
los conciudadanos. Se colocó en la parte inferior del obelisco un anillo giratorio,
donde se pedía encarecidamente a los habitantes de la nueva, cosmopolita y caótica
ciudad que fueran cívicos. En él se podía leer: El silencio es salud, y Mantenga
limpia Buenos Aires. Algo que por entonces comenzaba a convertirse en una
necesidad, y que hoy en día es una utopía totalmente imposible de conseguir.
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