Algunos se refieren a él como bellasombra, aunque la
mayoría lo conoce como el ombú del parque de Vicente López. Lo cierto es que no
sé si es realmente un ombú u otra especie diferente, pues por lo normal que
resulta encontrarse este tipo de especie en muchos de los parques porteños se
ha podido denominar ombú a este también, por generalización del asunto. Lo
cierto es que yo sigo dudándolo, pues se parece más bien poco al que el
gobierno de la ciudad taló en seco hace unos días en la plaza Roma, justo
detrás de Luna Park. Ese si era un ombú de verdad, un santo y seña de la
ciudad, un buque insignia del patrimonio ecológico de la urbe que por la
desidia del gobierno de la capital, su pésimo cuidado y el abandono de la plaza
en general, ha acabado desapareciendo de la memoria colectiva. No pude evitar
recordar el mismo fin que sufrió el famoso drago del callejón del Tinte en
Cádiz. Una enseña de la ciudad desde hace más de doscientos años, que se vino abajo
por su altura y el viento mortal que asola la capital gaditana en los días de
levante. El viento lo tumbó, pero la desidia y la falta de tacto y de
conocimientos de botánica del consistorio lo remataron, y con él un parte de la
historia de la ciudad. Lo mismo que ocurrió con el ombú de plaza Roma de Buenos
Aires.
El supuesto ombú de la plaza Vicente López, en
mitad del barrio de Recoleta, al menos sigue vivo y coleando, o más bien dando
y regalando sombra a todo aquel que quiere acercase a su tronco y descansar un
rato del sol porteño, que a pesar de estar casi en el invierno austral, aún
sigue haciendo de las suyas. El lugar nunca está solo. Por la mañana los jubilados
leen la prensa y charlan sobre fútbol y política mientras llega la hora de
comer, por la tarde las parejas de abuelos pasean a su alrededor, y lo niños
recién escapados de los colegios corretean sin rumbo. Las primeras parejas de
jóvenes enamorados aparecen a su vera a última hora de la tarde, justo cuando
los grupos de amigos que acaban de salir del trabajo, se junta en pequeños
grupos para compartir mate y bromas.
Los fines de semana no cambia, de hecho aumenta la
afluencia de personas. Los sábados por la tarde se juntan bajo sus ramas
frondosas un grupo de gente muy curiosa, de esos que llaman tribus urbanas. Chicas
y chicos jóvenes, que visten de negro, con logotipos un tanto satánicos en sus
camisetas, con el pelo teñido de colores llamativos, rosas, violetas, verdes… y
que portan cadenas y pinchos a forma de ornamento decorativo en las muñecas y
el cuello. Son un grupo animado y respetuoso, los observo desde un banco del
parque mientras leo un rato entre el sol y la sombra. Algunos toman cerveza,
otros mate, y los hay incluso bebiendo zumos y compartiendo una bandeja de
facturas. Todos ríen y charlan alegremente, algunos escuchan música con sus
teléfonos y bailan o lo intentan.
Junto al grupo más nutrido está el viejo ombú, los
chicos andan alrededor de un banco de piedra sobre el que han dejado sus
pertenencias. Algunos se sientan en él de vez en cuando, pero normalmente
apenas lo usan salvo para apoyar sus objetos. Al poco se acercan hacía ellos
tres señoras mayores, de unos setenta años, quizás más. Avanzan hacía el grupo
de chicos lentamente, en un momento dado parece que alguno de los jóvenes del
grupo las reconoce o las ve llegar, y pide a sus compañeros que recojan sus
pertenecías y dejen sentarse a las señoras. Todos los hacen, olvidan durante
unos segundos su cerveza, su conversación y a sus amigos y se centran en dejar
expedito el banco. Después se apartan un poco. Dejan espacio a las señoras, y éstas
se lo agradecen con una sonrisa y unas palabras agradables. Las mujeres
comienzan a charlar de sus cosas, mientras, a su lado unos jóvenes a los que
muchos considerarían extraños por sus pintas o por su actitud disfrutan de su
música y de la tarde bajo en ombú de Recoleta.
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