Torre
y cimborrio de la catedral de Zamora. Decoración cerámica en andén de la
estación de metro de San Juan. Línea C, subte Buenos Aires.
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La construcción de los metros o subterráneo de
todas las ciudades cuentan con centenares de leyendas, historias y curiosidades.
El que más o el que menos tiene una o varias estaciones fantasmas, lugares
abandonados, zonas un tanto tétricas donde se han sufrido tragedias, accidentes
o acciones que han pasado a la historia por una u otra razón. La mayoría de los
países cuentan con estaciones que se plantearon mal y que nunca dieron servicio
a los metros, ni a los viajeros, como la estación Antoni Gaudí de Barcelona.
Otras se hicieron y dejaron de ser usadas cuando la longitud del convoy creció,
robando la utilidad a las viejas estaciones al resultar demasiado cortas para
las nuevas medidas de vagón, como ocurrió con la vieja estación de Chamberí de
Madrid. Por otro lado, con la creación de nuevas paradas las estaciones
quedaban extremadamente cercanas entre
ellas. Hace años escribí un artículo sobre éstas últimas.
El metro o subte de Buenos Aires por supuesto no va a ser
menos, y tiene muchas curiosidades e historias a sus espaldas. Hoy me gustaría
pararme en una de las que considero más importantes, al menos históricamente.
La línea C de subte
fue la primera que utilicé al llegar a Buenos Aires, y es una de las que más
sigo utilizando, tal vez porque es la que une las dos estaciones de ferrocarril
y la de ómnibus más importantes de la capital, la que va desde Constitución a
Retiro. Pasaron bastantes días hasta que el vagón en el que viajaba se detuvo
en mitad del andén, justo donde se encuentran los murales de cerámica en las
estaciones de la línea azul oscuro. Posiblemente algún otro día ya me habría
detenido a la misma altura, pero ese día miré por la ventana y lo vi. Aún
estaba encajando la imagen mientras el subte arrancaba y se introducía de nuevo
en el túnel. Pero no había duda, uno de esos murales cerámicos representaba la catedral
de Zamora.
Así era, en las siguientes paradas volví a fijarme y
se disiparon las últimas dudas. Entre las paredes del resto de las estaciones
aparecían imágenes de Valencia, Segovia, Barcelona, Córdoba, Burgos, León,
Oviedo, Santiago de Compostela y un largo etcétera. Me bajé en la parada de
metro de avenida de Mayo, muy cerca de casa, e intenté buscar alguna
información del porqué de esa decoración, incluso pregunté a algún trabajador
de los que se encuentran normalmente charlando en la puerta de la boletería.
Nadie supo, o quiso, decirme nada concreto. Por ello, al día siguiente decidí
pasarme por el archivo histórico de la ciudad.
La respuesta que recibí al preguntar confirmó que iba a
tener suerte. El archivero sonrió cuando le pregunté por la línea C, y dijo sin
pensarlo: Ah sí, la línea de los españoles. Al poco apareció con una carpeta
con toda la documentación, la colocó en una mesa lateral para que la ojeara y
se fue a por un par de cafés.
La obra de la línea
C comenzó el 9 de noviembre de 1934, pero habían tenido que pasar casi quince
años de tensiones y jugadas sucias entre empresas y gobiernos para que ésta
acción se llevara a cabo. En 1920 la dueña del cotarro, la empresa que manejaba
con mano de hierro el trasporte porteño, era la Compañía de Tranvías Anglo
Argentina, que desde 1913 construía la actual línea A y tenía planeadas otras
dos más, a lo que había que sumar tranvías y colectivos. Pero llegó la Primera
Guerra Mundial y con ella la recesión económica que puso a la Anglo Argentina
contra las cuerdas económicas, pues la parte Anglo de la compañía en mitad de
la guerra no tenía forma de seguir adelante con la inversión. Esto
evidentemente hizo enfadar a las autoridades bonaerenses que veían como el
tiempo pasaba y las obras no avanzaban. Cuando todo estaba mal se puso aún peor,
pues llegó el año 1929 con el crack económico que daría de lleno en la línea de
flotación de la empresa de transporte. La crisis un año después arrasaría la Argentina.
En estas estaban cuando hace su entrada en escena
la Compañía Hispano-Argentina de Obras Públicas y Finanzas. Esta compañía a
pesar del nombre, contaba con su sede en Madrid y su presidente era Rafael
Benjumea y Burín, a la sazón conde de Guadalhorte. Miembro de la más rancia
nobleza española y con amplios lazos de amistad entre las dictaduras
totalitarias que comenzaban a nacer en Europa.
Tras muchos años de conflictos entre ambas empresas y
el gobierno del Estado, éste último decidió rescindir el contrato con la primera.
En esto tuvo mucho peso la presión de los partidos obreros y de izquierdas,
pues la empresa Anglo Argentina, que tenía el control de más del ochenta por
ciento de la red tranviaria de la capital, desde 1918 venía subiendo el precio
del boleto a niveles impagables por los trabajadores. Pero no es oro todo lo
que reluce, y la empresa del conde de Guadalhorte pronto empezó a demostrar que
de transparente y de trigo limpio no tenía nada. Cuando el gobierno planteo
darle a su empresa el contrato de construcción y manejo de las infraestructuras
de trasporte de Buenos Aires, tanto los vecinos de la ciudad como expertos,
comenzaron a acusar a la empresa Hispano-Argentina de contactos con los
regímenes fascistas y totalitarios que comenzaban a crearse en la vieja Europa.
Además, tenían serias dudas de que las cuentas presentadas fueran reales,
creyendo que no era una empresa solvente para llevar a cabo la gran obra que
pretendía. Todas estas quejas se vieron silenciadas en julio de 1930, cuando el
Consejo de gobierno aprobó el proyecto de los españoles mediante ordenanza
sancionada por el gobierno de Hipólito Yrigoyen. También fueron totalmente
ignoradas y amordazadas, las protestas y sospechas, después de que el 6 de
septiembre de ese mismo año se llevara a cabo el golpe de Estado a manos del
teniente general Uriburu, de corte nacionalista-fascista, y que veía con ojos
golosos la relación del presidente de la empresa de trasportes
Hispano-Argentina con el totalitarismo europeo. Entre lobos no se muerden.
Recorrido
actual línea C de subte. Buenos Aires.
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La línea
comenzó a conocerse como la de los españoles no solo por el chanchullo para que
la realizara una empresa española, sino porque muchos de los que la
construyeron a golpe de pico y sudor era del mismo origen que el presidente de
la empresa. Eran tiempos malos, muchos españoles se habían ido a la Argentina
en mitad de la dictadura de Primo de Rivera en España, y les había pillado la
crisis financiera en tierras argentinas. Estos desempleados realizaban los
trabajos más duros, y cada día se acercaban al puerto y a las obras a cielo
abierto de Constitución a buscar un empleo para mantener a sus familias. Así
fue como comenzarían muchos de ellos a trabajar en la construcción de la futura
línea C de subte porteño. Pero además hubo una tercera relación con el pueblo
español, pues como sus críticos se temían, la empresa no tenía solvencia para
llevar a cabo la obra. La solución la encontraron emitiendo debentures, o mejor
dicho cédulas de ahorro –una especie de letras de la empresa─, que se vendieron
entre los inmigrantes españoles, haciendo valer (nunca mejor dicho) el valor
patrio de la empresa y su vínculo histórico con el país que los acogió.
Cuando por fin se comenzó a construir la faraónica obra,
la serpiente del fascismo ya estaba incubando sus huevos en el corazón de
Europa. En España se acababa de ir el dictador Primo de Rivera y estaba a punto
de hacer lo mismo la dictablanda de Belenguer, aunque pronto, y tras el corto
paso de la II República, llegaría la guerra civil y el franquismo. El fascismo
ya había llegado a Italia, y en Alemania Hitler acababa de tomar el poder. Un
par de años antes el dictador António de Oliveira Salazar se había hecho con el
poder en Portugal. La relación del conde de Guadalhorte con estos movimientos,
y el apoyo a su obra por parte del dictador argentino, hicieron que los primeros
coches usados en la línea C fueran provistos en 1934 por las empresas Siemens y Orenstein & Koppel de
fuertes vínculos con el nazismo. Ésta empresa, también aportaría los relojes
analógicos que caracterizan las estaciones, las instalaciones eléctricas y el
sistema de señales que opera hasta la fecha.
Fue en esas fechas cuando se inauguraron los murales
de cerámica con estampas de diferentes ciudades españolas que llamaron mi atención
hace un par de semanas. Esta decoración se toma en la actualidad como lo que
posiblemente se buscaba en día que se colocaron: un homenaje por parte de la
empresa a sus paisanos, a los de los que compraron las células de ahorro, y a
los muchos que trabajaron en su construcción. Pero en aquella época se
vendieron por parte del gobierno de facto como una verdadera muestra de los
ideales argentinos, sosteniendo la verdadera identidad de Argentina, que para
él y su gobierno emanaba de la tradición hispano-católica colonial. Oponiéndose
a la falsa identidad Argentina que habían construido los gobiernos liberales y
probritánicos, a los que el gobierno militar de Uriburu venía a sustituir y
borrar.
Después vinieron los problemas de construcción típicos,
las trabas económicas que se verían incrementadas por los cambios políticos en
el gobierno nacional, y los tejemanejes típicos de estas construcciones en los
que hay mucho dinero público en juego. Incluso en el año 1939 tras muchos
quebraderos de cabeza, la compañía Anglo-Argentina volvió a hacerse con el
poder, dejando moralmente y sobre todo económicamente hundida a la empresa
española. Golpe que se amplió cuando vencieron las cedulas de ahorro que habían
vendido a miles de inmigrantes españoles, un gasto que por supuesto la empresa
no podía cubrir. Esto no solo fue un escándalo que afectó a la empresa del
duque español, sino también al gobierno del país latinoamericano. Finalmente se
solucionó cuando la dictadura del teniente general Arturo Rawson decidió
estatizar las deudas de la empresa española a cambio de que la empresa cediera
todos sus bienes a la corporación. Pero estas son otras historias que tal vez
tengamos tiempo de tratar otro día.
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