Absoluto, somos sólo tú y yo. Con esa frase acompañada por
los primeros acordes se presentó Ismael Serrano sobre el histórico escenario
del Gran Rex porteño. Corrientes enmudecía al mismo tiempo que el estómago
ochocientos cincuenta y siete de su anatomía urbana, representado en forma de gran teatro, reventaba en aplausos y
piropos al madrileño.
Siempre me gustaron los cantautores, en casa desde mi
juventud tengo discos ─primero cintas─ de Víctor Jara, Joan Manuel Serrat, Joaquín
Sabina, María del Mar Bonet, Leonard Cohen, Bob Dylan, Lluís Llach, Javier
Krahe, Raimon, Luis Pastor… Siempre que tengo oportunidad me acerco a
escucharlos en directo, es uno de mis pequeños placeres. Anoche volvió a serlo.
El nuevo disco muestra un lado salvaje del
compositor, una nueva vuelta de tuerca que bebe en los ritmos latinoamericanos,
mezclándolos con sus letras tiernas y de amores de ida y vuelta, con las marcas
para bien y para mal que dejan en las vidas de los que lo sufren. Volviendo de
nuevo a las letras duras, con mensaje, que buscan movilizar a los que las
escuchan y que meten el dedo en el ojo de los que se creen que son los amos de
la finca, y que nos tratan a los demás como mera mercadería. La llamada, tema
que da nombre al disco es una cruel representación de la realidad mundial en
general, pero de la de Argentina en particular. El clip grabado por la zona de
Avellaneda no deja lugar a la duda, y la letra te pasea de la mano por la
crueldad de la calle bonaerense.
El espectáculo que presentó anoche, más allá de la
música y de las letras, ha cambiado mucho desde la primera vez que lo escuché
en directo, allá por el año 2007. Fue un pequeño teatro en el centro de
Valladolid, el Carrión. Los dos teníamos más pelo, menos canas y alguna arruga
más nos marca la cara desde aquel día. Guardo la foto con cariño entre mis
posesiones, y de vez en cuando la miro recordando otras épocas, otras canciones
y otras ciudades.
Una presentación
aquella simple y sencilla, él con una guitarra acústica en los brazos, a su
vera un guitarrista con otra clásica desgranando los temas de Naves ardiendo
más allá de Orión. Ayer todo era distinto, el escenario mostró en todo tiempo un
mundo fantástico, de esos que evocan las películas de magia novecentista, un
poco circense de principios de siglo. Una alfombra oriental en el centro del
escenario agrupaba varias guitarras de todos los palos, detrás de ella un
baterista convencional y un percusionista bien pertrechado de instrumentos
latinos. A la izquierda un pianista, y a la derecha otro guitarrista
majestuoso. La escena simple, la enmarcaban unos árboles de luz imitando a
almendros en flor, que se encendían y apagaban según avanzaba el recital.
A mitad del espectáculo, Ismael se aparta del
centro y vuelve arrastrando una cuerda blanca, de pronto comienza a caer
lentamente un telón translucido, ocultando a los músicos que se dejaban ver con
el resplandor leve de unas luces tenues, lo cual daban a la escena un
resplandor de Santa Compaña musical, arrastrando tras ellos a todos los
asistentes. Gracias a este efecto, Ismael Serrano hizo llover por primera vez
en el interior del templo de la música porteña que es el Gran Rex. Mientras
entonaba un clásico de otra época tras la lluvia ficticia, el cantante apareció
guareciéndose bajo un paraguas con varillas luminosas, que evocaba a Gene Kelly
cantando bajo la lluvia mientras se deslizaba en la base de la famosa farola.
Su música,
y sobre todo sus letras, nos atiza lo suficiente para que no nos durmamos en
los laureles, para que los ratones no se vuelvan a dejar engañar por el
flautista, y éste nos lleve a su terreno. Haciéndonos fuertes, y echando de
Hamelín a los ladrones que nos esquilman el dinero y las ilusiones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario