Si hay algo que
caracteriza al barrio porteño de Boedo son las esquinas, o más bien los
chaflanes que albergan negocios añejos, cafés históricos, heladerías y
confiterías clásicas.
Boedo no es un barrio clásico de la ciudad de Buenos
Aires, no lo es al menos como barrio, aunque sus calles si sean lugares
históricos, clásicos, con sabor a tango, a poesía y a fútbol. El gran San Lorenzo
de Almagro está presente de forma constante en el ambiente, incluso por encima
del sentimiento del otro equipo de la zona: el Huracán. Fue en el año 1972 cuando desde la avenida
Independencia hacía el este, acabando en la avenida Caseros, nació un barrio
independiente, produciéndose una escisión del barrio original que lo albergaba:
el de Almagro. El nuevo barrio se vertebra desde las avenidas San Juan y la
principal del barrio: la avenida Boedo, que al igual que el barrio recibe el
nombre de Mariano Joaquín Boedo, diputado salteño, y vicepresidente durante el
Congreso de Tucumán que se realizó desde 1816 a 1820, donde se declaró la independencia
de la nación argentina y se sancionó la primera constitución del país.
Boedo nació como un barrio proletario, lo sigue
siendo, pero tuvo un punto álgido cuando entre sus calles y sus cafés nació un
conjunto de intelectuales y escritores denominado grupo literario Boedo, del
que formaban parte entre otros: Leónidas Barletta, los hermanos González Tuñón
o Gustavo Riccio. Representantes de la literatura social, critica y acusadora
que se desarrolló en torno a las viejas casas bajas, de los molinos harineros y
de las pulperías. Y que en los años veinte del siglo pasado rivalizaba en el
intelecto, al grupo literario Florida, encabezado por Jorge Luis Borges.
Pero ya hemos dicho que si por algo es conocida la
zona es por sus características esquinas. La primera de ellas en la esquina con
San Juan y Boedo, allí se abre un café enorme, de madera y olor a cultura, decorado
con decenas de partituras de tangos y fotos en blanco y negro de tangueros y
bandoneonistas. En su día se abrió allí el café del Aeroplano, el Nippon y el
Canadian. En la actualidad el café y la esquina recibe el nombre de Homero
Manzi, escritor de letras de tango como “Che”,
“Sur” o “Bandoneón”, así como una veintena de guiones de películas
cinematográficas. La figura de Manzi es una de las principales causas por la
que, no hace mucho, la avenida Boedo ha sido nombrada por el gobierno de la
ciudad como Avenida del Tango, una denominación que también recibe la mundialmente
conocida avenida Corrientes.
Un poco más hacía el oeste de la avenida se
encuentra el café Margot, un café típico porteño, decorado con fileteados y sifones
de colores pitado a mano. Un barcito de barrio con aires de grandeza, mesas de
madera y suelo enlosado ajedrezado, y famoso por su sidra, sus picadas y sus sangúches de pavita, característica que comparte
con su vecina Confitería de Trianón. Aunque los originales, los de la receta
secreta son los de éste último.
En la intersección de Boedo con Carlos Clavo nace
la esquina de Osvaldo Pugliese, dedicada a éste amante de los barcitos y
confiterías de la zona. Músico nacido en Villa Crespo, que pasó a la historia
de la ciudad no sólo como uno de los máximos exponentes del arte patrio, sino
que además en el campo de la política se le conoció como una de las personas
más comprometidas con la sociedad que le tocó vivir, lo cual le llevó a la
cárcel durante el gobierno de Perón primero, y durante el gobierno militar de
facto de 1955, denominado Revolución Libertadora, después. Al salir de prisión
e incorporarse de nuevo a su orquesta, la cual no dejó de tocar ningún día en
su honor, se convirtió en uno de los mayores y más queridos animadores del Club
Atlético Palermo, pues en sus gradas se daban cita todos los opositores a la
políticas oficiales del gobierno.
Otra esquina llamativa es la que se forma entre Boedo y
San Ignacio, allí durante años se colocó una tribuna artesanal donde se daban
cita las voces más importantes del partido socialista, mostrando sus ideas y
arengando a los trabajadores del barrio. Esa esquina hoy se dedica a Francisco
Reyes, un escultor de origen almeriense, pero que desde su juventud se vinculó
a las calles de esta parte del barrio de Almagro, y después al barrio de Boedo.
Hay muchas más esquinas en la avenida Boedo, y en
otras partes del barrio que resultan llamativas, interesantes y a veces
absorbentes, pero nada mejor que pasearlas para descubrirlas, y para enterarse de
sus múltiples curiosidades charlando con los habitantes del barrio desde antes
de que fuera barrio, desde antes de que Boedo fuera Boedo.
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