Hoy en día ya no hay problemas para mantenerse
informado de lo que ocurre en tu país, en tu comunidad, o incluso en tu ciudad
por muy lejos que estés. Internet lo ha
facilitado todo en ese sentido. Cuando ocurre algo, rápidamente puedo leer la
crónica al minuto solo encendiendo el ordenador. En esos momentos siempre
vuelve a mi cabeza de forma recurrente la anécdota que alguna vez escuché ─o leí
en alguna entrevista─ a Eduardo Mendoza. Cuando el escritor catalán vivía en
Nueva York trabajando de traductor en la ONU, y para conseguir algún periódico español
─siempre atrasado─, tenía que ir hasta un pequeño quiosco de Times Square y esperar
a ver si ese día había tenido suerte, y podía hacerse con un ejemplar de Diario
16, Pueblo o de La Vanguardia.
Pero estos estos
avances, útiles a todas luces, también han traído aparejados a la comodidad cosas
más sucias y turbias. Las redes sociales lanzan miles de informaciones que en
muchos casos son falsas, antiguas, no están confirmadas o sondeados con
profesionalidad: en fin, que en vez de informar, desinforman. Lo mismo ocurre
con las informaciones sesgadas o partidistas que se toman en la red con el
mismo valor que la información de una agencia internacional, o de un periodista
que llega a las fuentes y se juega la cara para dar una información veraz. La
información verídica y real está ahí sin duda, pero entremezclada, embarullada
entre la inquina que sienten algunos tipos y tipas contra una u otra persona,
que son lanzadas a la red con intención de medrar y conseguir algún beneficio,
o simplemente para vomitar su odio y resentimiento contra un mundo que no
atisba a comprender, porque nunca le ha interesado hacerlo.
Sihay
algo diferente entre la información presentada en papel y la que se muestra en
las redes sociales eso son los comentarios que hacen los supuestos lectores.
Los que aparecen bajo en enlace, y que en la mayor parte de los casos son
frases que se escriben sin leer con detenimiento la nota informativa, e incluso
sin leer una sola palabra de ella. Además esa zona está atiborrada de personas
maleducadas, que buscan el insulto fácil, el choche con el contrario y en
muchas ocasiones utilizando una ortografía tan pésima que da dolor leerles. No
son pocos los que solo buscan el morbo, la descalificación, entrar a pegarse
navajazos inguinales cibernéticos con el vecino, en muchos casos sin dar la
cara, usando seudónimos o perfiles falsos. Los valientes.
Acusan
a unos y a otros, y preparan la hoguera y la pira inquisitorial a la vuelta de
cada noticia. Los comentarios serios, serenos y sensatos de personas que leen
las noticias, que se informan en varios medios y que saben con quien se juegan
los cuartos, se embarran con tipos que lo único que buscas es volcar toda su
frustración en las redes sociales. La coherencia y la educación se difuminan
entre el vandalismo virtual. Entre el analfabetismo más basto. Como si de
verdad pensaran que su sinrazón, sus insultos y su falta de educación y de
cultura les hace ser mejor personas, o más populares en su grupo de amigos de
red o de pandilla de barrio. Otros solo son radicales o trolls que buscan
insultar al de la idea contraria, que solo es capaz de defender a un partido, a
una ideología hasta los extremos más disparatados, sin pararse a pensar que tal
vez al que debería exigir con esa indolente actitud la defensa de sus derechos,
es al político o la partido que defiende con tanto ahínco sentado cómodamente
en el sofá de su casa. Convirtiendo entre todos ellos las redes sociales en un
monte Gólgota de pantalla liquida, donde se cree tener derecho a crucificar a
cualquiera por sus ideas o gustos, sin pensar la repercusión que esa caza de
brujas puede tener sobre ciertas personas, que reciben todo el odio de un grupo
de kukuxklaneros de portátil y teléfono inteligente ─a veces lo único
inteligente─. Destrozando con estas actitudes la verdadera intención con la que
nacieron las redes sociales. Pero ya saben, el ser humano es así, cualquier
cosa que le das ─que nos dan─, por buena que sea la destruimos en cuestión de
tiempo. Y sino fíjense lo que estamos haciendo con el Planeta.
Por eso a
veces me llena de alegría bajar a tomar café a un barcito de mi barrio en
Buenos Aires, y entre las viejas revistas dominicales y los periódicos del día
del país, encontrarme algún dominical español, aunque sea atrasado, poder leer noticias
y opiniones de escritores o intelectuales, sin que me salten los comentarios
radicales, cainitas, intolerantes y vomitivos que atestan las redes sociales y
las publicaciones digitales.
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