lunes, 11 de mayo de 2015

LA ESQUINA DE GARDELITO


             Es uno de los personajes perennes del barrio de San Telmo, uno de esos, que ya he comentado en alguna ocasión, suelo observar cuando sentado en algún café o terraza del barrio oteo la flora y la fauna de la zona. Gardelito se hace llamar, no conozco su verdadero nombre, posiblemente casi nadie de los que lo tratan normalmente lo sepan. Para todos es Gardelito, y a él le gusta ─le encanta─ que lo llamen así. Se le nota en la cara, en la sonrisa y en el brillo de los ojos cuando lo escucha.

            No sé cuál es su edad, pero le calculo unos setenta y cinco años, tal vez más. Siempre ataviado de un elegante pero viejo traje, en ocasiones blanco, otras veces marrón. Negro las menos. Tocado con un estiloso sombrero de fieltro. Siempre la misma corbata de estampados imposibles en rombos y filos dorados. En la punta de ella, comienzan a verse los primeros hilos deshilachándose sobre la camisa blanca, amarillenta del uso y los lavados. Zapatos negros, apagados casi mates del uso, pero siempre bien untados en betún y sin una mota de polvo. El limpiabotas del Dorrego, en la esquina de Humberto I y Defensa, se los lustra casi a diario de forma gratuita, mientras conversan animadamente. Los observo desde mi mesa, y me parecen viejos camaradas de batallón, de esos que fumaron tabaco negro sin filtro en una trinchera embarrada, llena de chinches y piojos. 

            Cada día a excepción de los domingos, que cambia de ubicación por la celebración de la feria semanal del barrio, se coloca en los alrededores de plaza Dorrego, el epicentro del porteño y canchero barrio de San Telmo. Siempre con su altar repleto de fotos de viejos tangueros y milongueros de la ciudad. Supongo que a muchos los trato a menudo, que algunos serían incluso amigos. Pero sobre todas, resaltan las imágenes de Carlos Gardel, abundan en las que el morocho aparece joven, con los ojos vivos y la piel tersa. Por supuesto también decora su esquina con fotos propias de juventud, en blanco y negro.  Mirar las fotos del desaparecido mito musical, y la cara de Gardelito, te lleva a pensar en el paso del tiempo, en el peso lapidario del avance de los años. El viejo músico avanza despacio, cansado, un poco encorvado hacía adelante, con las manos arrugadas que sujetan la guitarra casi con dedos rígidos y agarrotados. Tal vez sea por ello que la guitarra no vibra como debería, no suena con pureza ni limpieza. Su voz rota por los años, y la vida difícil, se aleja muchísimo del vozarrón de los años pletóricos de su ídolo. 

Cada vez que pago mi cuenta, y me levanto enfilando la calle empedrada que me lleve hacía la parte alta de la ciudad, paso a su lado saludándolo y pienso que su voz no es buena, que sus dedos apenas lo responden. Pero igual él sigue ahí cada día haciendo lo que le gusta, y eso, más allá de que lo haga mejor o peor merece un reconocimiento. 

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