Vendedor
ambulante de chipá en línea de ferrocarril Gral. Roca.
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Son unos personajes
ruidosos, pero también necesarios en según qué momentos del día. Gritan
ofreciendo y desmenuzando las cualidades fantásticas y extraordinarias de sus
productos. Los suelo ver casi siempre en los mismos lugares, uno de ellos es la
puerta de la facultad de humanidades de La Plata, donde realizo mi estancia de
investigación. Se reparten entre las calles del nuevo campus, a las afueras de
la ciudad, en la zona conocida como El Bosque. Un lugar con reciente y negra
historia, la que llegó en la última parte del siglo pasado, cuando aparecieron los
militares y desaparecieron los estudiantes. Muchos de ellos militantes y
pertenecientes a la universidad de La Plata, la ciudad que más bajas sufrió
durante la purga lasciva de los milicos. El asunto merece un aparte para él
solo, que seguramente algún día trataremos, pues el nuevo campus se levanta en
las parcelas que ocuparon los antiguos cuarteles, donde se llevaron a cabo las
detenciones y las torturas sistematizadas.
Como ya les digo estos vendedores ambulantes suelen
ser gente joven, que se colocan entre las intersecciones de las facultades,
siempre en la calle y a la vista de todos, tanto desde la calle como desde las
ventanas de las aulas. Portan enormes cestos de mimbre, como hacían las
antiguas vendedoras del Buenos Aires del siglo XIX. Entre trapos gruesos de
colores vivos esconden sus productos para que mantengan el calor, la mayoría vende
empanadas, bocadillos de milanesa o pebetes de salami ─salame dicen aquí─, y
queso, panes rellenos de queso, jamón o verdura. Otros, sobre todo a primera
hora de la mañana, ofrecen facturas y churros rellenos de dulce de leche o
cubiertos de chocolate, algunos incluso las dos cosas. Se da la curiosidad que
las universidades son bastante diferentes a las europeas, ya he contado lo
politizadas que están, y lo normal de las intervenciones en mitad de las clases
─teniendo derecho ellos a hacerlo y tú obligación a permitírselo─, de grupos
enalteciendo una idea o defendiendo una ideología. Pero también son diferentes
en cuanto a la distribución de las cafeterías y las zonas de ocio. No son
pequeños restaurantes como en el caso Europeo, no cuentan con cocinas ─al menos
la mayoría─, solo con una barra para cafés e infusiones y un pequeño quiosco
con bebidas frías, galletas dulces y saladas, y por supuesto chocolates y
alfajores. En el campus de la Universidad Nacional de la Plata solo contamos
con un edificio de comedor, un bloque anexo sin apenas ventadas, pintado de
blanco como todos los edificios de la universidad, y colocado a varias cuadras
de la zona de aulas y oficinas. Es por ello que estos vendedores ambulantes,
pertrechados con cestas de mimbre y comida casera a buen precio, se vuelven
necesarios cuando el hambre aprieta.
El otro lugar donde son útiles y necesarios los
cesteros, y donde se entremezclan vendedores de todo tipo de productos, de toda
clase de catadura y jaez es el ferrocarril general Roca, que une la capital de
la provincia de Buenos Aires con la Capital Federal. De nuevo ofrecen a gritos sus
productos, que la gente sobre todo a la hora del almuerzo les quita de las
manos, vaciando sus clásicas cestillas en cuestión de minutos. Algunos ni
siquiera tienen que recorrer el tren completo para vender toda la mercancía. De
nuevo empanadas y pan caliente, aunque aquí se introducen cambios, aparecen vendedores
de tutucas ─maíz inflado azucarado al estilo de los famosos cereales de la rana
rapera, pero mucho más naturales y sabrosos─, chocolates, turrones y sobre todo
chipá, una especie de rosquilla enorme realizada a base de almidón de mandioca,
queso duro, leche, huevos, manteca y sal. La palabra es un término que proviene
de la lengua indígena guaraní. Un producto nacido en la frontera entre
Paraguay, Argentina y Brasil ─allí se denomina pão de queijo─, cuyo consumo se ha hecho muy popular por todo el
país como tentempié a mitad de la mañana, o como acompañante para el mate.
Estos cesteros que entre semana hacen su negocio con
estudiantes y trabajadores, aparecen los fines de semana en los lugares de la
ciudad donde se juntan la mayor parte de turistas. No es extraño ver caras
conocidas, cuando los sábados o los domingos te das un paseo entre puestos y turistas
de plaza de Francia, o por el mercado de San Telmo. Cada uno se busca la vida
como buenamente puede, y éstos lo hacen ofreciendo productos típicos, baratos, y
recién hechos.
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