30 de diciembre
de 2004, diez y cuarenta minutos de la noche, barrio de Once, centro de Buenos
Aires. El infierno convertido en boliche. Caos, gritos, muerte, y después
muchas mentiras, muchos escurrir el bulto, y al final la búsqueda de culpables.
Búsqueda que se queda en una nube negra de negligencia y falta de justicia. Aclarando,
la tragedia del boliche República de Cromañón fue nuestro Alcalá 20. Un triste
remate de año para un año que no fue bueno, tanto el 2004 bonaerense, como el
1983 madrileño.
Cuando fui conociendo en profundidad
la historia de lo ocurrido en el boliche República de Cromañón-una recién abierta
sala de fiesta y recitales del centro de la ciudad-, no pude dejar de recordar
la tragedia de Madrid-también sumando irresponsables recuerda a la cercana del
Madrid Arena-, una de las peores de la capital, ochenta y un muertos, sin duda la peor tras los atentados del 11-M. La
de Buenos Aires fue también una de las peores de su historia, tal vez la peor-lo
que sumando el accidente ferroviario de Once del año 2012, hace que éste barrio
sea el que ha acogido las tragedias más recientes y traumáticas del país-, ciento
noventa y cuatro muertos. Solo quince de ellos eran mayores de treinta años, y
muchos de ellos lo eran menores de dieciocho. Incluso la noche se llevó a un
niño de tan solo seis años, que estaba allí acompañando a su padre, uno de los
encargados de la seguridad del local.
Esa noche, ya en plenas vacaciones de
navidad, con el verano austral en su pleno apogeo, las calles y los locales de
Buenos Aires estaban con el cartel de completo. Pero si había un local de la
zona que esa noche tenía el aforo más que completo, era el boliche República de
Cromañón, en él esa noche se iba a llevar a cabo el recital del grupo de rock nacional
Callejeros.
No llevaban más de unos minutos de concierto
cuando alguien, un descerebrado, decidió encender una bengala o un producto de
pirotecnia similar, todo ello en un local cerrado y que multiplicaba por cuatro
el aforo permitido. En seguida el aparato prendió una tela de plástico negro
que se encontraba cerca del escenario, la tela altamente inflamable ardió en
segundos, cuando el fuego terminó de devorarla se pasó a la guata y a la espuma
de poliuretano que recubrían el local. El resto fue cuestión de segundos,
interminables segundos.
Murales en recuerdo de las victimas sobre la estación
de ferrocarril del Once. Próxima a donde se encontraba el boliche.
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En seguida todo
se cubrió de humo negro y los primeros intoxicados comenzaron a caer al suelo. Otros
intentaron salir del local por las puertas principales del mismo, una huida entorpecida
por numerosas vallas que no deberían estar allí, además, la salida de
emergencia que debería estar expedita se encontraba cerrada con candados y
alambres, a pesar de que la luz marcaba que estaba en perfecto estado de uso. La
huida de las futuras víctimas también se vio cercenada por una escalera que no
debería estar allí-los planos del local no la reflejaban y se encontraba en el
centro del garito-, algo similar ocurrió con un mostrador que entorpeció la evacuación.
Pero ni con mucho estos fueron los únicos
fallos en la seguridad del local. El humo que a la postre acabaría con tantas
vidas, debería haber desaparecido del local de forma inmediata por las ventanas
superiores del mismo, y mediante los extractores colocados en la terraza del boliche,
al menos así debería de haber sido. Lo cierto es que las ventanas superiores se
habían tapiado, y los extractores no existían, pues alguien había decidió colocar
varias canchas de fútbol en la parte superior del local, lo que hizo que el
humo rápidamente ocupara todo el boliche. Los quince extintores colocados por en
el interior de la sala de poco sirvieron, pues diez de ellos se encontraban
inutilizados. Por si fuera poco, las personas contratadas esa noche para llevar
a cabo los primeros auxilios en el caso de que fueran necesario-y vaya si lo
fueron esa noche-, no fueron capaces de hacer nada, pues no tenían ninguna
preparación para llevarlos a cabo, el encargado del local había decidido
contratar gente sin preparación para cubrir el expediente y ahorrarse dinero.
Muchos de los jóvenes
que ese día ocuparon el boliche fallecieron, pero muchos más fueron heridos
graves-más de mil cuatrocientos-, y una gran parte aún siguen sufriendo los síntomas
tanto físicos como psíquicos de la tragedia, incluidos suicidios y tentativas
debido a graves depresiones.
La tragedia trajo muchos cambios en
las leyes de locales y boliches, concienció a la población de lo peligroso de
no respetar las leyes en los lugares donde se juntan muchas personas, y además
hizo que la legislación sobre normas de seguridad se volviera más dura e
intransigente con las faltas-aunque esto como en tantos lugares solo sirvió los
primeros años, siendo hoy de nuevo bastante laxos-. Por su parte los juicios
buscando a los verdaderos culpables siguen hoy en día. Entre otros se ha
acusado a los músicos del grupo, la empresa a nombre de quien estaba el local,
el supuesto dueño y un largo etcétera. Hasta hoy el único que se vio salpicado
y debió abandonar su puesto fue el por entonces legislador de la ciudad; Aníbal
Ibarra, al que todas la miradas apuntaron en un primer momento, algo que no le
ha servido de cortapisa para presentarse este mismo año a las elecciones para
ocupar el puesto que debió dejar por su poco cuidado en las leyes de seguridad.
Por suerte se candidatura fue desechada por el pueblo en la primera ronda.
El
lugar a día de hoy sigue siendo terrible, el local se derribó en parte, pues
quedó prácticamente arrasado tras el infierno terrenal de aquel 30 de diciembre,
donde se alcanzaron los cuatrocientos grados centígrados. Ese predio y parte de
la vereda se ha convertido en un santuario en recuerdo de los muertos, pidiendo
justicia para su memoria y sus familias. Los murales pintados por familiares,
amigos y artistas locales han ocupado todas las paredes de los edificios
cercanos, los nombres de los fallecidos lo ocupan todo, sus fotos en blanco y
negro aparecen en mitad del lugar, y también en muchos de los quioscos de
prensa de la plaza del Once, en el centro del barrio de Balvanera. Pero si hay
una cosa que señala el lugar, y que te encoge el estómago son las zapatillas
deportivas que cuelgan en racimos, son decenas de ellas, sostenidas de diferentes
cuerdas que cruzan la pequeña plaza homenaje. Esas zapatillas son de los
muertos y heridos de ese día, fue lo primero que se encontraron los bomberos
cuando entraron en el local después de la tragedia.
Portada dedicada a los fallecidos en la
tragedia de Cromañón por la publicación Rolling
Stone.
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