Los desaparecidos de la última dictadura militar
argentina son un tema bastante recurrente en novelas y películas, he visto y leído
bastantes durante estos meses, pero a mí me ha costado enfrentarme al tema, no
porque no crea que es importante, sino exactamente por lo contrario. Me daba
miedo enfrentarme a ello de una forma inocua, soluble, cuando creo que en
realidad el asunto es mucho más farragoso que la mirada que se le da
actualmente. Como una herida cicatrizada por fuera, pero que siguen sangrantes
y doliendo en el interior de propios y extraños.
Desde el
primer momento que puse un pie en las calles argentinas, que charlé y observé
comentarios y situaciones, me di cuenta de que los desaparecidos argentinos son
los desaparecidos más presentes de la historia reciente de esta casa de putas
que algunos aún nos empeñamos en denominar mundo. Una historia oscura en un
país que lleva demasiado tiempo metido en la nube negra. Ciertamente me parece
muy bien que estén presentes, que sirvan como piloto de alerta para que el
asunto no se repita, una señal de bombardeo antiaéreo sonando en casa puerta,
esquina o barrio, donde se colocan esas placas oficiosas y fabricadas por
amigos y familiares de las víctimas-como ocurre también con las que hay en la
avenida de Mayo, en recuerdo de los muertos durante las protestas por el
corralito y la estafa de 2001-.
Lo que
no me gusta ya tanto-ni en Argentina ni en ningún lugar del mundo-, es que se
usen los desaparecidos y su memoria para hacer política. Los muertos de una
locura, sea dictadura, guerra, accidente o catástrofe deben de ser de todos, de
todos los civilizados, coherentes y buenas personas que detestan las muertes
injustas, claro. Lo contrario para mi es ensuciar su memoria, la de su familia
y la de todos los que sufrieron en sus carnes la persecución, la prisión, la
muerte y el exilio. De eso en España sabemos mucho, pues allí no vale con
acabar con tu enemigo-no sabemos tener contrincantes o detractores, todos son enemigos
mortales, otro síntoma más de que el mundo se va por el sumidero-. En la
historia española se ha repetido el asunto, la persecución. No vale con hacer
callar a tu enemigo, tienes que matarlo, esconder su cadáver, rapar y dar
aceite de ricino a su mujer y exiliar a sus hijos. Solo así el exterminador
queda tranquilo, aunque luego a alguno se le aparecen sus muertos cuando está a
punto de morir y no sabe lo que le pasa, donde meterse. Justicia divina
supongo.
Ese cainismo tan español que duele, se mezcla con los genes
de algunos argentinos. Fueron muchos años de Imperio español para que no se les
pegaran los dejes de maldad, envidia y soberbia de la madre patria. Y claro, al
final todo este batiburrillo de genes explotó por el peor de los lados.
El
caso-que me voy del asunto principal-, es que la ciudad está plagada de estas
placas de color terrosos, animadas cromáticamente por pedazos de azulejos que
se intercalan con las letras de forma caseras, en color blanco, que dan forma
al nombre del desaparecido, del militante y la fecha en que se convirtió
en humo-casi todos entre 1975 y 1977-.
Un recuerdo necesario, higiénico para la conciencia histórica y moral. Otras
similares, recuerdan donde estuvieron los centros clandestinos de detención y
de tortura.
Algo
similar a lo que ocurre con las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo, un grupo
de mujeres valientes, que se enfrentaron a los verdugos desde el interior de la
madriguera de la serpiente, que se parapetaron ante la Junta Militar para
llamarles asesinos cara al mundo, todo mucho antes del fin cantado de la Guerra
de las Malvinas, y la conferencia de prensa absurda y doliente del bastardo
Galtieri, que dejara claro que los militares usaron esa guerra para huir hacia
adelante, intentando mantener un poder que hacía tiempo que había muerto, y que
se dedicó a engañar a un país entero durante ese año, a sabiendas de que todo
el que era enviado a esa guerra lo hacía para morir por una lucha perdida de
ante mano, una lucha que ningún miembro
del gobierno militar quiso ganar. Estas protestas en la cueva del lobo, les valió
a muchas llevar el mismo camino que sus hijos. Otras desaparecidas más, como se
deben considerar a los muertos en esa guerra que bien sabían que iban a perder
desde el primer momento todos los Galtieri del gobierno.
Esas mujeres como digo, merecen todo el respeto de la
gente de bien, de todos los que luchan por evitar una nueva masacre, y que si
viviéramos en un mundo justo hace años que hubieran recibido el Nobel de la
Paz. Más allá de que ahora de nuevo se use su lucha, su valentía, para hacer una
política que nada tiene que ver con su lucha. Ellas se pusieron delante de
cualquier sigla, de cualquier pancarta y lucharon cara a cara sin armas y de
forma pacífica contra los verdugos, y ahora muchos se esconden detrás de ellas,
de su símbolo y de sus muertos para sumar votos.
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