Si
les hablo de la relación entre el Cid Campeador, Buenos Aires y Nueva York
muchos me dirán que estoy loco, o que me he pasado a la literatura de ciencia
ficción, pero no es el caso. Rodrigo Díaz de Vivar, su historia más bien, ha
conseguido unir estos puntos tan lejanos en el mapa, al que deberíamos sumar la
ciudad andaluza de Sevilla.
A parte de la enorme y potente
escultura del Cid que se levanta en Burgos, junto al río Arlanzón, hay varias
más en diferentes ciudades, pero tal vez las más importante tras la burgalesa,
sea la que se levanta entre la avenida que lleva su nombre y la calle Palos de
la Frontera de Sevilla, a unos metros de la Plaza de España de la capital
hispalense.
Y ahí empieza el embrollo, porque la
escultura de Sevilla, resulta que tiene dos hermanas gemelas, es decir
trillizas. Una colocada en Buenos Aires y otra en uno de los extremos de la
isla de Manhattan de Nueva York. Son exactamente iguales, la única diferencia
es su basamento, los pedestales quedaron a merced de los políticos locales y no
de la escultora que realizó las efigies del héroe castellano.
La escultura es obra de la artista
estadounidense Anna Hyatt Huntington, una de las artistas más prolíficas e importantes
del siglo XX americano. Anna estaba casada con Archer Milton Huntington, el
hispanista y arqueólogo-entre otras cosas-, americano, que en 1904 fundó la Hispanic Society of America en Nueva
York. La que a la postre será una de las mayores instituciones para estudiar el
arte y la cultura Española, portuguesa e Hispanoamérica del mundo. El museo
guarda enormes obras de autores españoles, tales como La duquesa de Alba vestida de negro de Goya, El conde duque de Olivares, o El cardenal Astalli de Velázquez, o
la serie de murales de Sorolla titulados Las
Regiones de España, además de obras de Murillo o Zurbarán. Aumentando la
colección con obras arquitectónicas medievales, como sepulcros o capillas
románicas llevadas piedra por piedra desde España-en aquellos años no había
ninguna ley que protegiera el patrimonio, y claro, nos esquilmaron-. Lo que se
complementa con todas la obras almacenas en el cercano The Cloister Museum, un museo formado a partir de elementos
arquitecticos y decorativos, llevados hasta allá también piedra por piedra
desde diferentes abadías medievales europeas. Lo que hace que en lo alto del
Fort Tryon Park, se recorte una silueta más típica del Mediodía francés que del
este de los Estado Unidos.
La estatua del Cid recién inaugurada en Caballito, aún
con su pedestal original.
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Aparte,
la Hispanic Society cuenta con una
biblioteca en la que se encuentran doscientos cincuenta incunables de la
literatura española. Estuve allí hace años, junto a un grupo de mi universidad.
El museo de la Hispanic Society estaba
cerrado por obras de remodelación, muchas de sus obras había sido cedidas para
exposiciones temporales, y los murales de Sorolla estaban de gira por diferentes
museos de España. Pero el director, al ver que habíamos cruzado medio mundo
para visitarlo se apiadó de nosotros, y nos llevó a un lugar donde no suelen
pasar las visitas; la sala de documentación de la biblioteca de la institución.
Desapareció el tipo, y al poco regreso con tres cajas de seguridad, acolchadas
y selladas que colocó en la mesa, las fue abriendo lentamente y nos las mostró
con sumo cuidado, en su interior había tres de esos incunables. El primero era
un libro de horas, con las páginas negras y el texto escrito en letras de oro,
las otras dos; la editio prínceps de
La Celestina y la primera edición de El
Quijote. Salimos sin haber visitado el museo, pero casi más contentos que
si lo hubiéramos visto. Y ahí, a la salida, justo frente a la puerta lo vi, me
percate de él, algo que antes no había hecho. Frente a mi había una escultura
del El Cid Campeador.
Ahí estaba la segunda de la
trilogía, exactamente igual que la de Sevilla, la que la escultora Anna
Huntington había realizado para la exposición Iberoamérica que se celebró en
1927 en la ciudad. Después, dejaría una copia exactamente igual en la Sociedad
que había fundado su marido, y la tercera decidió regalarla al pueblo de
Argentina, para que fuera colocada en algún lugar de Buenos Aires. El Cid
llegaría en barco a la capital porteña y permanecería durante un año en los
galpones del puerto, hasta que el 23 de octubre de 1935 fue inaugurada en el
barrio de Caballito, justo entre la intercesión que forman las avenidas Honorio
Pueyrredón, San Martín, Gaona, Ángel Gallardo y Díaz Vélez, un lugar de enorme
tránsito y de gran importancia comercial.
La escultura sigue ahí, aunque ha
recibido varias remodelaciones, en una de ellas se cambió su pedestal original
por uno más simple, pero que a pesar de ello sigue siendo el más alto de los
tres, con doce metros de alto. Ahora tiene bajo sus pies jardines y fuentes,
pero permanece en el mismo lugar, sobre las piedras que se hicieron traer
específicamente del pueblo burgalés Vivar del Cid, donde supuestamente nación
el guerrero.
Más tarde llegarían las demás esculturas que hay
diseminadas por el mundo, todas ellas similares a las tres llevadas a cabo por
Anna Huntington; en 1964 se levantará junto a la Gran Vía de Valencia una
réplica, realizada por el escultor Juan de Avalos. El mismo modelo del Cid y de
Babieca, también podremos encontrarlo en mitad de las ciudades norteamericanas
de San Diego y San Francisco.
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