viernes, 28 de agosto de 2015

EL SABLE DEL GENERAL


            El paseo fue asunto de estado, las críticas y las alabanzas no se hicieron esperar, los partidarios de una y de otra idea no tardaron en lanzarse discursos encendidos y exabruptos en las tertulias televisivas y en los cafés. El asunto del traslado del sable del general San Martín desde su actual lugar de reposo, en el Regimiento de Infantería de Patricios en Palermo, a su nueva sala del Museo Histórico Nacional en San Telmo, alborotó más los ánimos de unos y de otros, marcando de nuevo la frontera del conmigo o contra a mí. Una situación social y política muy marcada en la Argentina y que parece un fiel reflejo de lo que también se hace en España. Lo malo se pega rápido y fueron muchos siglos de sangre mezclada.

            El caso es que dio igual que unos se quejaran, que se negaran al cambio de ubicación del mayor símbolo del prócer libertario de América Latina, pues el sable corvo del general San Martín después de muchos viajes, robos, desapariciones, acusaciones y alguna que otra restauración, llegó a la vitrina central de una nueva sala del museo, preparada solo para acogerle a él.

            Los problemas políticos, las pseudoideologías que todo lo embarran y las cabezonerías periodísticas, convirtieron lo que se suponía un día de fiesta en un continuo despilfarro de acusaciones y de teorías conspiranóicas de novela de ciencia ficción. Aderezado todo al final del recorrido, ya en el parque Lezama, por los palmeros gubernamentales. Un Sin Dios, que diría el bueno de José Luis Cuerda. 


          Recuerdo haber visto la primera parte del recorrido del traslado del sable por la televisión pública mientras tomaba el primer café de la mañana-era fin de semana-. El coche militar donde se exhibía el sable avanzaba despacio por la avenida del Libertador, rodeado de pomposos caballos y miembros de la infantería del regimiento de Patricios. Los atisbo parando junto a la Torre de los Ingleses, al lado de Retiro, para en la plaza San Martín rendir honor a los caídos en la guerra de las Malvinas-es curioso como en el país se rinde honor a los caídos en esa guerra, mientras no se escucha ni se atiende a los veteranos de la misma, que llevan meses acampados en la plaza de Mayo-, para después seguir avanzando por Leandro N. Alem hasta la catedral. Fue en ese momento, cuando el sable era desanclado del coche militar para entrar a rendir tributo a su antiguo dueño, el cual descansa en una de las capillas laterales de la catedral metropolitana de Buenos Aires, cuando apagué el televisor y decidí salir a la calle. Crucé avenida 9 de Julio y dejando atrás la avenida de Mayo, callejeé por Monserrat y San Telmo llegar a la parte baja de la avenida de la Independencia, esquina con paseo Colón.

            La afluencia no era masiva como supongo se había esperado en un primer momento, que fuera un día de fiesta cercano a un fin de semana no ayudaba a que los bonaerenses acudieran, pues muchos se encontraban fuera de la ciudad. Además, el cortejo se había trasladado de día para evitar la lluvia del sábado sin apenas haberse anunciado dicho cambio. Unos hacían fotos, otros aplaudían, la mayor parte miraba sin más. Recuerdo a unos bomberos casi a la altura del comienzo de La Boca, venían en su camión y al ver pasar el cortejo se bajaron y solemnemente se cuadraron ante la espada curva, pero poco más. El desfile siguió hasta el parque Lezama donde finalizaría con la llegada del sable a su nuevo hogar. Allí como digo le recibió la presidenta y un nutrido grupo de palmeros con banderas de diferentes partidos, algo que siempre me produce desazón y disgusto. Los héroes deberían ser de todos y no de unos pocos. Nunca me han gustado los que se envuelven en banderas o se parapetan detrás de símbolos históricos para hacer política, me parecen arrogantes y peligrosos. Tanto en Argentina como en España siempre he pensado que algunas fiestas, algunos actos debería ser solo del pueblo, nada más. 

Tumba del general San Martín en el catedral de Buenos Aires.

          Tal vez por eso, en este caso estoy de acuerdo con los que dicen que el sable debe estar en el Museo Histórico Nacional, porque es del pueblo. Y un sable histórico como ese, no debería estar en ningún otro sitio que en un museo histórico público, junto al resto de sables de héroes y próceres de la reciente historia argentina. No me sentí a gusto cuando lo visité por primera vez dentro del regimiento en activo del ejército argentino, no me gustan los cuarteles-salvo cuando son exclusivamente museos-, y por eso creo que las piezas históricas deben conservarse en los museos. Eso sí, con un sistema de seguridad superior al que el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires tenía hasta hace poco, para evitar así nuevos robos, que lo cortés no quita lo valiente. 


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