El paseo fue asunto de estado, las críticas y las
alabanzas no se hicieron esperar, los partidarios de una y de otra idea no
tardaron en lanzarse discursos encendidos y exabruptos en las tertulias
televisivas y en los cafés. El asunto del traslado del sable del general San
Martín desde su actual lugar de reposo, en el Regimiento de Infantería de
Patricios en Palermo, a su nueva sala del Museo Histórico Nacional en San Telmo,
alborotó más los ánimos de unos y de otros, marcando de nuevo la frontera del
conmigo o contra a mí. Una situación social y política muy marcada en la
Argentina y que parece un fiel reflejo de lo que también se hace en España. Lo
malo se pega rápido y fueron muchos siglos de sangre mezclada.
El caso
es que dio igual que unos se quejaran, que se negaran al cambio de ubicación
del mayor símbolo del prócer libertario de América Latina, pues el sable corvo
del general San Martín después de muchos viajes, robos, desapariciones,
acusaciones y alguna que otra restauración, llegó a la vitrina central de una
nueva sala del museo, preparada solo para acogerle a él.
Los
problemas políticos, las pseudoideologías que todo lo embarran y las cabezonerías
periodísticas, convirtieron lo que se suponía un día de fiesta en un continuo
despilfarro de acusaciones y de teorías conspiranóicas de novela de ciencia ficción.
Aderezado todo al final del recorrido, ya en el parque Lezama, por los palmeros
gubernamentales. Un Sin Dios, que diría el bueno de José Luis Cuerda.
Recuerdo haber visto la primera parte del recorrido del
traslado del sable por la televisión pública mientras tomaba el primer café de
la mañana-era fin de semana-. El coche militar donde se exhibía el sable
avanzaba despacio por la avenida del Libertador, rodeado de pomposos caballos y
miembros de la infantería del regimiento de Patricios. Los atisbo parando junto
a la Torre de los Ingleses, al lado de Retiro, para en la plaza San Martín
rendir honor a los caídos en la guerra de las Malvinas-es curioso como en el país
se rinde honor a los caídos en esa guerra, mientras no se escucha ni se atiende
a los veteranos de la misma, que llevan meses acampados en la plaza de Mayo-,
para después seguir avanzando por Leandro N. Alem hasta la catedral. Fue en ese
momento, cuando el sable era desanclado del coche militar para entrar a rendir tributo
a su antiguo dueño, el cual descansa en una de las capillas laterales de la
catedral metropolitana de Buenos Aires, cuando apagué el televisor y decidí salir
a la calle. Crucé avenida 9 de Julio y dejando atrás la avenida de Mayo, callejeé
por Monserrat y San Telmo llegar a la parte baja de la avenida de la
Independencia, esquina con paseo Colón.
La
afluencia no era masiva como supongo se había esperado en un primer momento,
que fuera un día de fiesta cercano a un fin de semana no ayudaba a que los
bonaerenses acudieran, pues muchos se encontraban fuera de la ciudad. Además,
el cortejo se había trasladado de día para evitar la lluvia del sábado sin
apenas haberse anunciado dicho cambio. Unos hacían fotos, otros aplaudían, la
mayor parte miraba sin más. Recuerdo a unos bomberos casi a la altura del comienzo
de La Boca, venían en su camión y al ver pasar el cortejo se bajaron y
solemnemente se cuadraron ante la espada curva, pero poco más. El desfile siguió
hasta el parque Lezama donde finalizaría con la llegada del sable a su nuevo
hogar. Allí como digo le recibió la presidenta y un nutrido grupo de palmeros
con banderas de diferentes partidos, algo que siempre me produce desazón y
disgusto. Los héroes deberían ser de todos y no de unos pocos. Nunca me han
gustado los que se envuelven en banderas o se parapetan detrás de símbolos históricos
para hacer política, me parecen arrogantes y peligrosos. Tanto en Argentina
como en España siempre he pensado que algunas fiestas, algunos actos debería
ser solo del pueblo, nada más.
Tumba del general San Martín en el catedral de Buenos Aires. |
Tal vez por eso, en este caso estoy de acuerdo con los
que dicen que el sable debe estar en el Museo Histórico Nacional, porque es del
pueblo. Y un sable histórico como ese, no debería estar en ningún otro sitio
que en un museo histórico público, junto al resto de sables de héroes y próceres
de la reciente historia argentina. No me sentí a gusto cuando lo visité por
primera vez dentro del regimiento en activo del ejército argentino, no me
gustan los cuarteles-salvo cuando son exclusivamente museos-, y por eso creo
que las piezas históricas deben conservarse en los museos. Eso sí, con un
sistema de seguridad superior al que el Museo Histórico Nacional de Buenos
Aires tenía hasta hace poco, para evitar así nuevos robos, que lo cortés no
quita lo valiente.
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