Cuando uno camina por la estrecha calle San Martín
se encuentra con una importante basílica, una construcción que pasa
desapercibida desde cualquier otro punto de la ciudad, sobre todo si se intenta
ver desde la amplia zona verde de la cercana plaza San Martín. Esta iglesia,
lleva el nombre de basílica del Santísimo Sacramento, y como todo en el viejo
Buenos Aires cuenta con una curiosa histórica detrás, la cual explica el porqué
de su práctica desaparición en el panorama visual de la zona.
Vayamos primero a la basílica, que fue creada como
una iglesia particular, en la que podrían casarse las parejas pertenecientes a
las familias de la alta alcurnia porteña, mientras que la cripta serviría como
monumental sepulcro de la familia Castellanos de Anchorena, una familia de alto
linaje histórico y de importante abolengo Patricio, que vivía justo en frente
de la Basilia, al otro lado de la plaza San Martín. La Basílica se construyó
con un estilo a medio camino entre el neorrománico y el neogótico. Los
arquitectos franceses que la construyeron-Coulomb y Chauvet-, se inspiraron en
la catedral de Angouleme. El edifico es rematado con cinco torres, tres en la
parte delantera y dos más sobre el ábside, el interior cuenta con tres naves revestidas
de granito azul, mayólicas venecianas, mármol rojo de Verona y mármoles de
Carrara, y se utilizó plata y oro para decorar el altar mayor. Se consagró en 1916, mientras se
hacía sonar la Quinta Sinfonia de Widor en su órgano de cinco mil tubos. Ese
mismo año el papa Benedicto XV la declaró basílica menor. Era-es- una obra
maravillosa, que iba a rematarse con la construcción en el solar delantero de
la nueva mansión de la familia.
En los años treinta, uno de los hijos de la familia
Castellanos de Anchorena, comenzó a mantener una relación con una joven llamada
Corina Kavanagh, que no era de estirpe burguesa, sino que pertenecía a lo que
podríamos llamar nuevos ricos argentinos. Es muy probable que la familia de la
chica tuviese más dinero que los del novio, pero la madre del chico, Mercedes
Castellanos de Anchorena, no vio con buenos ojos esa relación, que según ella
no era entre personas de la misma clase, y decidió que pondría fin a la misma
de inmediato. Evidentemente lo consiguió.
Corina jamás
se lo perdonó, comenzando a planear desde ese mismo momento, la que sería una
dolorosa y calculada venganza contra la que debería haber sido su suegra.
Aprovechó que la familia Castellanos de Anchorena estaba de viaje en el
extranjero, para hacerse por la vía rápida con el solar que ellos tanto
ansiaban. Ofreció el doble del dinero convenido con la familia a los dueños del
predio, que por aquel entonces pertenecía al hotel Plaza. Los propietarios no
se lo pensaron dos veces, aceptaron de inmediato.
Corina encargó al estudio de arquitectos Sánchez,
Lagos y de La Torre-el más famoso de la época-, la realización de un rascacielos en el solar que acaba
de comprar. El edifico se construyó rápidamente, tan solo demoró catorce meses
entre los años 1934 y 1936. El estilo
elegido fue racionalista con toques de art decó, y su característica forma escalonada
no solo fue dada por el diseño, sino que se usó para conseguir salvar el veto
que marcaba el código de edificación implantado en la época. El edificio cuenta
con treinta y tres pisos, ciento cinco departamentos de lujo totalmente
diferentes entre sí, piscina, doce ascensores, cinco entradas y cinco escaleras
independientes y locales en la parte baja, además de ostentar el privilegio de
haber sido el primer edifico del país que contó con aire acondicionado central.
Por si fuera poco, cuando se inauguró en 1936, el Kavanagh, era el edificio más
alto de toda América Latina.
Pero sobre todo Corina Kavanagh, tras la
construcción del edifico bautizado con su apellido, consiguió lo que buscaba
desde el principio con su venganza; ocultar desde el mayor número de lugares
posibles, la vista sobre la basílica creada por Mercedes Castellanos de
Anchorena, y que hasta ese momento era la envidia de toda la alta sociedad
bonaerense. Corina con su maniobra, no
solo consiguió dar al traste con el sueño de la familia Castellanos de Anchorea
de juntar su casa y su basílica, sino que además con su nuevo edifico, robó
totalmente la vista que éstos tenían de ella desde las ventanas de su palacio,
al otro lado de plaza San Martín. Pero la venganza aún tenía un punto más, pues
si los Castellanos de Anchorena querían ver la fachada completa de su basílica,
solo les quedaba la posibilidad de visitar un punto de la plaza; la estrecha
calle que se había dejado entre el edifico Kavanagh y la construcción colindante,
calle que fue bautizada con el nombre de Corina Kavanagh. Desde luego la señora
Castellanos de Anchorena, debió de arrepentirse mucho de haber dado al traste
con la relación de hijo y aquella chica. La venganza siempre se sirve fría,
pero a veces se vale de formas muy bellas para llevarla a cabo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario