El
cementerio de La Recoleta tiene muchas historias que contar, muchas vidas que
se fueron antes de tiempo se cubren con sus bóvedas, e ilustran el recorrido más
misterioso o tétrico del barrio. Hay muchas historias más, pero tal vez una de
las más duras fue la que existió en torno a Rufina Cambaceres, hija del
escritor argentino Eugenio Cambaceres y de la bailarina italiana Luisa Bacichi.
La chica falleció al cumplir los diecinueve,
o eso fue lo que el médico que certificó su muerte creyó. La chica
perfectamente sana, sufrió un desmayo mientras se preparaba para acudir al
teatro, había perdido el conocimiento y alguien avisó al médico de la familia,
que para la desgracia de los presentes la declaró fallecida.
La costumbre por aquel entonces era enterrar
al finado de forma inmediata, por ello los padres de Rufina, llevaron el cuerpo
esa misma noche a reposar en la lujosa bóveda que la familia tenía en La
Recoleta, marchándose después a su casa a pasar el luto en soledad. A la mañana
siguiente, uno de los cuidadores del cementerio paseaba tranquilamente entre
los pasillos formados a base de enormes mausoleos, realizando su ronda
acostumbrada, cuando desde lo lejos creyó escuchar unos ruidos que nacían en el
interior de la bóveda recientemente sellada de la familia Cambaceres. Inmediatamente
avisó a las autoridades, y estas, se pusieron en contacto con la apesadumbrada
familia.
Cuando todos llegaron al cementerio
y abrieron el mausoleo, vieron que el ataúd estaba movido de su lugar. En la
familia caló la estupefacción y el desconcierto, mientras, la abuela se cargó
de valor y ordenó al guarda que abriera la tapa donde descansaba su nieta. El espectáculo,
pueden imaginarse debió ser desolador; el cuerpo de la adolescente se encontrada
de espaldas a la tapa, su rostro estaba cubierto de sangre, debido a los múltiples
arañazos que se había propinado por culpa de la desesperación. La tapa mostraba
un gran número de incisiones y raspaduras en el interior. La chica de nuevo no
daba señales de vida. Había muerte asfixiada, volvió a certificar le mismo médico.
A Rufina la habían enterrado viva,
fue la primera víctima de catalepsia que se conocido en Argentina-vaya a saber
usted los que fueron enterrados vivos con anterioridad, sin ser escuchados en
su lucha por la supervivencia-. Los médicos por aquel entonces-1902-, no podían
aún diferenciar los síntomas de la catalepsia de la muerte. Después del caso de
Rufina Cambaceres, se estipulo que los cadáveres debían ser velados al menos
durante veinticuatro horas tras la muerte, para evitar que nadie más fuese
enterrado vivo.
Su abuela, muy afectada por el hecho,
decidió construir un nuevo féretro sin ningún tipo de cerramiento, con la tapa
solamente apoyada sobre la caja. Lo revistió todo con un nuevo mausoleo. En él
se puede ver una escultura de la joven Rufina realizada por el alemán Richard
Aigner. La mujer aparece viva, descalza, con un pie en el escalón superior a
punto de entrar en la bóveda y la cabeza mirando hacía atrás, melancólica,
triste, derramando las primeras lágrimas y con una mano en el picaporte de la
puerta.
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