En
Buenos Aires hay decenas, cientos de monumentos que representan a personas,
personajes o acontecimientos importantes de la historia del país. Todas-o casi
todos-las personas que han llegado a resaltar un poco en cualquiera que fuera
su campo de trabajo-sobre todos los políticos-, quieren que se les recuerde en
la capital. Todos quieren una estrella en la avenida Corrientes, un busto en alguno
de los parques o plazas de la ciudad, o un cuadro con su imagen en el museo de
Historia Nacional. Pero también Buenos Aires guarda un sitio para representar a
otros individuos, los que no han pasado a la historia por sus honorables actos.
Éstos, evidentemente nunca hubiesen querido aparecer representados para la
posteridad por sus acciones, pero están ahí.
Evidente no todos los que han tenido
una actuación cercana a la ilegalidad han quedado retratados-no habría sitio en
toda la ciudad, ni en todo el país-, pero algún colectivo sí que recibió su
tirón de orejas correspondiente en forma de escultura, que denuncia sus malas prácticas
a las generaciones venideras.
La pieza a la que me refiero, se
encuentra en uno de los laterales del que posiblemente sea el edifico más observado
de toda la ciudad de Buenos Aires, más si cabe, después de que hace unos años
lo decoraran con los enormes murales de Evita Perón. El antiguo Ministerio de
Obras Públicas, hoy Ministerio de Salud y Desarrollo Social. El edifico ya
desde el comienzo de su construcción trajo problemas por su situación
geográfica, pues se encontraba en mitad de la que iba a ser la nueva y
majestuosa avenida 9 de Julio. Esto hacía, que la futura calle más ancha del
mundo se estrechara en ese punto. Evidente comenzaron las discusiones entre los
responsables del urbanismo de la ciudad; hubo voces que pedían su destrucción
antes de ser terminado. Su ideólogo, Alberto Belgrano Blanco, fue partidario de
crear una torre similar al lado contrario, usándolas como puerta monumental de
entrada a la ciudad desde esa zona. Algunos lo trataron de loco por plantear
esa opción, mientras presentaban ideas
más acordes con su sentido común, tales como derribar el piso bajo de la
construcción para dar diafanidad a la zona-dejando los pilares, claro-, o los
que creían que el edificio debía moverse una cuadra mediante rodillos.
Más allá de ideas disparatadas, el
edifico con mucho trabajo se inauguró definitivamente en 1937 bajo la dirección
del arquitecto José Hortal, diez años antes de que la nueva avenida de 9 de
Julio llegara a su altura. Por entonces, el tema que estaba en boca de todos ya
no era si el edifico estorbaba o no, sino que las miradas y las malas lenguas
comenzaron a fijarse en las dos esculturas situadas a ambos lados de la fachada
principal.
Las
esculturas no formaban parte del proyecto inicial, de hecho son las únicas que
aparecen en todo el edificio. Parece ser que se ordenaron crear a medida que
avanzaba la obra, pues el arquitecto José Hortal se hartó de las numerosas
coimas y sobornos que tuvo que pagar a los funcionaros del estado, que le
amenazaban con no firmar los permisos necesarios o para las obras, por otro
lado lentas de por sí. Hortal decidió vengarse de ellos por su cuenta y de esta
curiosa manera.
Se cree que las obras escultóricas
fueron encargadas directamente por José Hortal al escultor Troiano Troiani,
algo de lo que no hay pruebas más allá del boca a boca, pues al igual que no
existen las esculturas en los planos originales, tampoco existe el contrato de
encargo de las mismas.
Lo cierto es que las esculturas
están ahí. Se realizaron en el estilo art decó y su posición y actitud no dejan
demasiado espacio para las dudas. Representan a un hombre que soporta un cofre
con dinero en uno de sus brazos, mientras que el otro aparece pegado al cuerpo,
volviendo la mano hacía atrás con la
palma hacía arriba, mientras muestra una mirada perdida o despistada. Solo les
faltó poner sonido, y que sonara un silbido cada vez que se acercar un
funcionario. Evidentemente no hay nada confirmado del porqué de estas
misteriosas esculturas, pero sabiendo la historia y viendo el resultado,
podemos hacernos una idea muy acertada del cómo y del porqué.
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