Muchas
grandes ciudades del mundo se han empañado en crear un punto de encuentro en el
centro de sus calles. Todas con una estructura básicamente similar, una plaza o
cruce de avenidas características, con un monumento importante cerca, con los
más importantes teatros a solo unos metros, y que sea de paso obligatorio para
propios y extraños. Después da dar con ese punto, se cubren las principales fachadas
de los edificios con enormes carteles de publicidad que siempre se anuncian lo
mismo- a los que pueden pagar las cifras exorbitantes que los gobiernos de la
ciudad piden, para dejarse ver en el lugar más exclusivo de la ciudad-, es
decir: empresas multinacionales de coches, refrescos y electrodomésticos que
todos conocemos. Se decora el asunto con algún anuncio giratorio que también se
ilumine por la noche, y en una franja baja se colocan una continuación de pantallas
led, por la que pasan a toda velocidad las cifras de cierre de las bolsas más
importantes del mundo y las últimas noticas ocurridas en el país, y después de
los deportes, lo acaecido en el resto del globo.
No sé cuál fue la primera ciudad en
ponerlo de moda, supongo que alguna anglosajona, que para eso del espectáculo y
los brindis al sol son los más entrenados. Tal vez Nueva York, con su Times
Square, y después los ingleses sentirían envidia de su viejos territorios y
llevaron el prototipo a Picadilly Circus. Más tarde pasaría con más pena que
gloria por otros países europeos, tal vez caló más en el viejo Dublín, donde se
intentó montar algo similar al comienzo de O`Connell Strett Lower, justo al
cruzar el río Liffey por el puente del mismo nombre. A Madrid, con bastante
demora también ha llegado, y se han empeñado en hacer su propio punto de
referencia de pantallas y colores chillones en la plaza de Callao, que ya lo
era un poco, pero siempre desde el respeto y la parquedad del edifico Carrión o
Capitol, y su anuncio de agua tónica.
Otras ciudades supieron mantenerse a parte y ahí siguen. París o Lisboa no solo
no han creado una plaza de luces y anuncios, sino que además siguen respetado y
creando leyes para salvaguardaras de la piqueta sus cafés notables y sus
librerías principales, por las que se han paseado millones de personas a los
largos de su existencia. Ahora son más que negocios, son puntos importantes de
la historia de un país, lugares que brindaron cobijo a muchos intelectuales y sabios,
que crearían obras para legarlas a la humanidad. También fueron lugar necesario
para las personas de un barrio o de una ciudad, que por azares, injusticias o
equivocaciones no pasaron a la posteridad, pero que igual dejaron su impronta.
Buenos
Aires también cayó en esa moda urbana, y alguien decidió que no había mejor
lugar que en la intercesión de las dos principales avenidas de la ciudad; entre
9 de Julio y Corrientes. Rematado todo por el enorme Obelisco. Desde luego, ese
es el punto idóneo, si lo que se quiere es crear un punto de referencia para
dar paso a la contaminación lumínica, y a la mala costumbre de tapar fachadas
de edificios clásicos de la ciudad. No me opongo a estos puntos, que a la larga
se convierten en puntos turísticos, donde hacerse una foto para recordar el
viaje por cualquiera de estas ciudades, pero si me gustaría que se pusiera el
mismo empeño en conservar el resto del patrimonio histórico de la ciudad. Que
se limpiaran los inimitables edificios de Callao o avenida Belgrano, que los
parques porteños volvieran a ser lugar de reunión y no de desprecio, que no se volviera a cerrar un lugar
centenario, como hoy ha vuelto a ocurrir por enésima vez este año, y tan solo a
uno metros de ese punto de encuentro colorido y publicitario, de la por otro
lado espectacular ciudad de Buenos Aires.
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