Escribió
Manuel Vázquez Montalbán en su novela Quinteto
en Buenos Aires: Nada más que en
Buenos Aires podría haber una barrio de psicólogos, y lo llaman, cómo no, Villa
Freud. Uno de los primeros pensamientos que tiene el bueno de Carvalho nada
más aterrizar en Buenos Aires, en busca de un primo que había vuelto desde
España para buscar a su hija robada durante la última dictadura argentina. Después
se iría a buscar un buen restaurante en la costanera, para dar rienda suelta a
su mejor cualidad después de la de descubrir entuertos; disfrutar gastronómicamente
de la ciudad.
Parece broma, una ironía o un
sarcasmo de los muchos que introduce Vázquez Montalbán en sus novelas de
Carvalho. Pero en este caso, no es así, el lugar existe, aunque no es un barrio
o villa oficial, no viene reflejada en el mapa-la mayor parte de villas, sobre
todo las más pobres y extensas tampoco aparecen-. Villa Freud es en realidad
una pequeña parte del barrio porteño de Palermo, ocupa menos de un quilómetro cuadrado,
y su epicentro es la plaza Güemes, encuadrada o encajonada entre la calle
Honduras, la avenida Scalabrini Ortiz, la avenida Santa Fe y la avenida Coronel
Díaz, y rematada por la iglesia del viejo colegio de Guadalupe.
Como imaginarán, que la zona lleve el
nombre del padre del psicoanálisis no es producto del azar. Hoy ya no es para
tanto, y el lugar es una plaza más del viejo Palermo, del Buenos Aires de
Borges, ese Buenos Aires que yo personalmente no veo por ningún lado. Supongo
que lo habrá devorado el nuevo tipo de vida que se ha instalado en la zona,
norteamericanizándolo todo, con colores, carteles enormes y establecientes de
comida rápida y café aguado. Pero ese lugar, esa plaza, un poco después de los
años sesenta del siglo pasado y en adelante, la zona se convirtió en el lugar elegido
por un enorme número de practicantes del oficio del psicoanálisis, y de la psicología.
En aquellos años se tenía la idea de que Argentina había un psicólogo por cada
seiscientos cincuenta habitantes, mientras que en Buenos Aires la cantidad era
de uno por cada ciento veinte. Y claro, la gran mayoría estaban instalados en
este quilómetro cuadrado de la ciudad.
Además de ello, el barrio ayudaba a avivar
la leyenda, pues comenzaron a abrir diferentes establecimientos que hacían
referencia al psicoanálisis y al propio Freud. Llamando la atención sobre todos
ellos, los cafés Sigi y Freud, decorados y ambientados con
fotos, libros e imágenes del austriaco. En su interior, se llegaron a realizar sesiones
grupales de terapia para psicoanalizar a los clientes de los cercanos gabinetes.
Hoy los cafés han desaparecido, también los amantes del psicoanálisis se han
ido diluyendo y muchos de los negocios fueron cerrando, y al final, han quedado
los psicoanalistas que hay más o menos en cada barrio, tal vez alguno más. Lo
que para la medía del país son más que suficientes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario