Cuando
me enteré que durante mi estancia en Argentina se llevarían a cabo diferentes
elecciones, tanto para ocupar los nuevos puestos políticos a nivel nacional
como local, supuse que me encontraría con un ambiente parecido al que ya viví
en Francia durante el último cambio de gobierno, o al que suelo apreciar
durante las elecciones de todo tipo en España. Pero aunque en muchas cosas son
similares, en otras distan mucho de asimilarse.
Desde las últimas semanas vienen celebrándose las
elecciones primarias por toda la geografía argentina. Unas elecciones que
sirven como corte principal, pues los partidos que se presenten en esta primera
ronda y no superen un porcentaje de votos, no podrán presentarse a las
elecciones definitivas a mitad de año. También sirven para cortar cabezas
dentro de los propios partidos, pues la mayoría presentan varias listas con
diferentes nombres en cabeza. Los votos de los diferentes candidatos suman para
el mismo partido, pero por su parte eliminan al que menos apoyos reciba,
creando una cabeza única de cartel para las elecciones definitivas. Una suerte
de primarias encubiertas tras las elecciones normales.
Ayer se celebraron estas elecciones en la ciudad de
Buenos Aires, aunque parecía que iban a celebrarse hace meses, pues pese a que
la campaña comenzó hace unas semanas las paredes de todos los edificios ─incluidos
muchos de los pertenecientes al patrimonio nacional─, papeleras, farolas,
contenedores y hasta algún tipo despistado, que se quedó quieto en mitad de la
calle más de cinco segundos, y al que los pancarteros confundieron con un ser
inerte, llevan empapelados hasta la saciedad, unos sobre otros, desde los
primeros días del año. Cuando llegué a la ciudad una de las primeras cosas que
recuerdo me encontré, fue la publicidad electoral a brocha y pintura en las
paredes que separan las villas y barrios del perímetro de la autovía que une la
ciudad con Ezeiza.
El caso, más allá del gasto ingente de un dinero
que el estado no tiene, despilfarrado para publicitar a los candidatos a
gobernarlo, es que las elecciones en Argentina tienen unas leyes, o vetos,
bastante curiosos, y que a los que venimos de Europa nos parecen bastantes
extraños.
Entre otras cosas están prohibidas, bajo una dura
sanción por violación del código penal, las manifestaciones culturales, sociales
o deportivas. La liga de fútbol ha trasladado la jornada correspondiente hasta
el siguiente fin de semana, los teatros y cines no abrieron sus puertas hasta
cerrados los colegios electorales. El cine de mi barrio, el Gaumont en la plaza del Congreso sobre
Rivadavia, ya anunciaba hace días que el domingo se abriría a las 19 horas, a
pesar de exhibir películas a diario desde primeras horas de la mañana. Incluso
el importante y majestuoso mercado de San Telmo se ha visto resentido, eliminando
los puestos que se levantan más allá de la avenida de San Juan, al encontrarse
en la misma calle de un colegio electoral.
También se prohíbe el consumo de alcohol en toda la
ciudad, y no solo durante el espacio de tiempo en el que los colegios estén abiertos,
sino que el veto comenzó a las doce de la noche del sábado, manteniéndose hasta
las nueve de la noche del domingo. Tres horas después del cierre del último
recinto de votación. Lo que hizo que los boliches no abrieran sus puertas la
noche del sábado, o que muchos barcitos del centro cerraran durante la mañana y
la primera parte de la tarde del domingo. Supongo, que es para evitar que se
tomen decisiones estúpidas a la hora de votar influidos por el alcohol. Sería
bueno que esta medida se aplicara también cuando se presentan las candidaturas.
Por supuesto, al igual que en Europa; mítines, publicidad,
comunicados y difusión de encuestas o sondeos electorales, están totalmente prohibidas
durante la jornada, pero solo de forma analógica, pues por medio de las redes
sociales o de los canales digitales no hay ningún problema en hacerlo. Como les
digo, las elecciones argentinas tienen curiosidades y recovecos, que van más
allá de meter un sobre en una urna de cartón.
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