Entrar en el metro, o
en el subte, no es una de las cosas más agradables del mundo, sobre todo a
según qué horas y días. Pero a pesar de los apretones, del calor asfixiante de
los andenes, y del frio antártico del interior de los vagones, es un mal
necesario, sobre todo en ciudades mastodónticas. Aunque en Buenos Aires deja
bastante que desear en cuanto a sus dimensiones y conexiones.
Suelo hacer trasbordo a menudo en las estaciones
cercanas a plaza de Mayo, entre Catedral y Perú, o entre Avenida de Mayo y
Lima. Lo hago por cercanía, por comodidad, o simplemente por costumbre. Tal vez
porque me gusta pasear por sus angostos pasillos, donde siempre hay un chico
tocando una vieja guitarra a la que exprime toda su música, mientras su voz
rota, aderezada de tabaco negro, entona antiguos rocks. Pero sobre todo, porque
a lo largo de esos tubos iluminados con fluorescentes tuertos, asoman sobre la blancura
venida a menos de sus azulejos, dibujos, ilustraciones y homenajes.
Es
cierto que todas las ciudades con suburbano, brindan alguna de sus estaciones
para las ilustraciones de artistas y dibujantes patrios o locales. Cuando veo
las de subsuelo bonaerense, en las que se representan escenas típicas de la
superficie, los problemas sociales y los pensamientos terrenales de sus
habitantes. O las que homenajean a Quino, y a su personaje más internacional, la
inteligente y crítica Mafalda, suelen
venirme a la cabeza dos estaciones del metro de Lisboa.
Una de ellas está en la zona baja de la ciudad, es
de las más nuevas, al otro extremo de la línea de metro que pasaba por mi casa,
en Cais do Sodre. En todo el andén
puede verse varias reproducciones del conejo de Alicia en el país de las
maravillas corriendo. Un homenaje a todas las personas que a primera hora de la
mañana corren para llegar en hora a su puesto de trabajo. Sobre las cabezas de
los pasajeros estresados, y de los conejos del libro de las maravillas, una
leyenda: Estou atrasado. Omitiendo en
ambos lados, la última letra de la segunda palabra. Dejando claro que la gente
pasa por allí con tanta prisa que ni siquiera se percata de esa amputación.
La otra no es un dibujo, sino una frase pintada en
azul sobre los azulejos claros. Está situada en una de las salidas de metro de Universidade. Allí según avanzas lento por
un pasillo cuadrado, camino de comenzar un nuevo día en la facultad, puedes
leer: Se eu nâo morresse nunca! E
eternamente buscasse e conseguisse a perfeiçâo das coisas! A veces vale la
pena unos minutos de agobio bajo tierra con tal de descubrir estos guiños que
te alegran el día.
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