Carlos María
de Alvear (Santo Ángel Guardián de las Misiones, Misiones Orientales, 25 de
octubre de 1789 - Nueva York, 3 de noviembre de 1852) fue un militar y político
argentino de larga trayectoria, que ejerció el Directorio de las Provincias
Unidas del Río de la Plata durante tres meses durante el año de 1815.
Esta es
la definición concentrada de la vida de Alvear, definición que se puede
encontrar en cualquier manual, libro, o entrada web si se busca el nombre del
militar y político argentino. La historiografía patria, y los habitantes de
Argentina, lo consideran un verdadero héroe nacional. Casi a la altura de José
de San Martín o de Simón Bolívar, y como tal lo tratan y lo veneran. Pero como
suele ocurrir en otros países, en éste también se cuecen habas, y la historia
que nos cuentan hoy en día de según qué personajes dista mucho de lo que
ocurrió en realidad.
Como militar, en sus primeros momentos, luchó en
España bajo el mando de las tropas nacionales contra los invasores franceses. Ya
en marzo de 1812 llega a Buenos Aires a bordo de la fragata inglesa George Canning. Inmediatamente es
nombrado capitán y sargento del escuadrón de granaderos a caballo. Junto a él, llegaría a Buenos Aires José de San Martín y
otros grandes militares que no habían estado en la ciudad durante la Revolución
de mayo de 1810. Muy cercano a las ideas
de San Martín, sería él, quien lo presentara a la sociedad porteña de la época,
convirtiéndose en fiel amigo y en padrino de boda del futuro héroe de la independencia.
Pronto, Carlos Alvear dejaría de lado sus ocupaciones
militares y formaría la Logia Lautano, un grupo secreto que dirigiría junto a
José de San Martín buscando cambiar el rumbo político del gobierno. Esta Logia,
o más bien algunos de sus miembros, llevaron a cabo en 1812 la asonada de
octubre, que acabaría con el poder del Primer Triunvirato, dando paso al
segundo y convocando la Asamblea constituyente del año XIII. Alvear se
encargaría de organizar las elecciones de los representantes porteños y de las
provincias. Siendo proclamado, como es lógico, como el primer presidente de
dicha Asamblea.
La Asamblea del año XIII debería haber dictado la
primera constitución patria y declarado la independencia. Pero eso no ocurre
porque Alvear se encarga de que no ocurra. Su ideología cercana a la independía
total comienza a mudar, y se aparta de José de San Martín. Con la excusa de la
amenaza exterior a la Asamblea consigue que el poder ejecutivo de ésta pase a
una sola personal, que tendría todo el poder. Pero a diferencia de lo que él
pensaba, la Asamblea nombra director supremo a Gervasio Posadas, y no a él.
Posadas era tío materno de Alvear, y éste no cesa hasta que Posadas renuncia a
su puesto para ocuparlo él. A pesar de todo, o debido a eso, su impopularidad y
por ende el del directorio es absoluta.
En estas, Manuel Belgrano, un intelectual de la
época además de uno de los más valientes militares patrios, despreciado y
odiado por todos los gobiernos juntistas y triunviratistas, al que nunca perdonarían
su obediencia, su decencia y el valor patrio en el campo de batalla, llega a
Río de Janeiro en mitad de un encargo diplomático. Allí, se entera de que
Carlos Alvaer ha enviado un mensajero para reunirse con el embajador inglés. En
el mensaje se decía que las provincias del Río de la Plata estarían orgullosas
de pertenecer a Gran Bretaña. Se pueden imaginar la cara de Belgrano al enterarse
de la traición de Alvear, a la sazón máximo representante de las Provincias
Unidas del Río de la Plata.
Cuando la noticia de la traición llega a Buenos Aires,
la situación de Alvear se complica mucho más. Éste se defiende aplicando una
férrea censura, persiguiendo, e incluso condenando a la muerte a sus
opositores. Mientras tanto, intenta enviar sus tropas a atacar el frente Oriental,
actual Uruguay, y a Paraguay. Pero los militares al mando y el cabildo se
niegan a obedecer sus órdenes. Las órdenes de un traidor. Uniéndose al pueblo en
la idea de deponer a Carlos Alvear de sus funciones.
Finalmente, es deportado a Río de Janeiro para evitar que
sufriera algo muy argentino: los escraches contra su persona. Que en aquella
época más allá de las caceroladas, solían implicar fusilamientos. No contento
con la primera traición, nada más llegar a suelo brasileño, lo primero que hizo
Alvear fue reunirse con el embajador de España. Le explica que él no tenía nada
que ver con independencia, faltaría más, e incluso llega a entregarle una
información sobre el estado actual de las fuerzas patrióticas, su ubicación
exacta en el territorio y cuales iban a ser sus próximos pasos a seguir. Una
segunda traición, mucho más grave, a la que sería la futura Argentina. Con el
final del poder de Alvear llega a su fin también la Asamblea del Año XIII,
aplazando la tan ansiada constitución y la independencia durante unos cuantos
años más.
La solución hubiera sido borrarlo de la historia
del país, o hacerlo pasar a los anales de la historia como lo que fue: un
verdadero vendido, un traidor que lo único que buscaba era el poder, fuera cual
fuera la bandera que ondeara en el fuerte de la ciudad o en el cabildo. Pero
sin embargo, hoy es comparado con los grandes héroes de la independencia
Argentina y Latinoamérica. Estas traiciones se obvian, consciente o
inconscientemente. Tanto es así, que una de las avenidas principales del
exquisito y lujoso barrio de la Recoleta, con los mejores hoteles, las más
lujosas tiendas y numerosas embajadas, lleva su nombre. Además, su figura a
caballo aparece resplandeciente entre la avenida del Libertador y la plaza de
Francia. Siendo a día de hoy el monumento más caro levantado en honor de nadie
en la ciudad de Buenos Aires.
Como
ven la memoria histórica es muy frágil, y lo es más cuando hay intereses
partidistas de por medio.
Imagen
actual de la avenida Alvear del barrio de Recoleta. Buenos Aires.
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