A veces, después de un día largo de trabajo, de
búsqueda infructuosa en los archivos ─uno de esos días en el que las horas
pasan largas y plomizas, mientras la vista y la cabeza reposan pendientes de
las palabras que van creciendo dentro del ordenador, formando artículos,
trabajos o relatos─, me gusta relajarme leyendo algo interesante que nada tenga
que ver con mi trabajo, siempre acompañando la lectura con un buena taza de
café, o un mate bien cebado. Suele ocurrir siempre después de uno de esos días
en los que solo me levanto de la mesa de trabajo para comer algo frugal, o preparar
café, mientras consulto viejos libros y manuales para informarme más en
profundidad de algún tema, o para inspirarme. En esos momentos suelo hacer algo
casi de forma mecánica, mientras le doy el primer bocado a la comida o mientras
sorbo el primer golpe de café humeante, me acerco a los libros de poesía ─siempre
hay uno en mi biblioteca, por muy lejos que este de casa, o por muy parca en
volúmenes que ésta sea en ocasiones─. Después vuelvo a mi sitio, y lo abro al
azar, leyendo con parsimonia la poesía que me ha tocado en suerte. A veces la
leo despacio, otras veces la releo ansioso. Hoy ha sido uno de esos días, y la
poesía que el azar me ha regalado es una de mis favoritas. Se titula Los
Conjurados, y la firma Jorge Luis Borges. Espero que la disfruten.
En el centro de
Europa están conspirando.
El hecho data de 1291.
Se trata de hombres de diversas estirpes, que
profesan
diversas religiones y que hablan en diversos
idiomas.
Han tomado la
extraña resolución de ser razonables.
Han resuelto olvidar sus diferencias y
acentuar sus afinidades
Fueron soldados de la Confederación y después
mercenarios,
porque eran pobres y tenían el hábito de la
guerra
y no ignoraban que todas las empresas
del hombre son igualmente vanas.
Fueron Winkelried, que se clava en el pecho
las
lanzas enemigas para que sus camaradas
avancen.
Son un cirujano, un pastor o un procurador,
pero
también son Paracelso y Amiel y Jung y Paul
Klee.
En el centro de Europa, en las tierras altas
de Europa,
crece una torre de razón y de firme fe.
Los cantones ahora son veintidós. El de
Ginebra,
el último, es una de mis patrias.
Mañana serán todo el planeta.
Acaso lo que digo no es verdadero, ojalá sea
profético.
No hay comentarios:
Publicar un comentario