sábado, 11 de abril de 2015

AZAR POÉTICO


                  A veces, después de un día largo de trabajo, de búsqueda infructuosa en los archivos ─uno de esos días en el que las horas pasan largas y plomizas, mientras la vista y la cabeza reposan pendientes de las palabras que van creciendo dentro del ordenador, formando artículos, trabajos o relatos─, me gusta relajarme leyendo algo interesante que nada tenga que ver con mi trabajo, siempre acompañando la lectura con un buena taza de café, o un mate bien cebado. Suele ocurrir siempre después de uno de esos días en los que solo me levanto de la mesa de trabajo para comer algo frugal, o preparar café, mientras consulto viejos libros y manuales para informarme más en profundidad de algún tema, o para inspirarme. En esos momentos suelo hacer algo casi de forma mecánica, mientras le doy el primer bocado a la comida o mientras sorbo el primer golpe de café humeante, me acerco a los libros de poesía ─siempre hay uno en mi biblioteca, por muy lejos que este de casa, o por muy parca en volúmenes que ésta sea en ocasiones─. Después vuelvo a mi sitio, y lo abro al azar, leyendo con parsimonia la poesía que me ha tocado en suerte. A veces la leo despacio, otras veces la releo ansioso. Hoy ha sido uno de esos días, y la poesía que el azar me ha regalado es una de mis favoritas. Se titula Los Conjurados, y la firma Jorge Luis Borges. Espero que la disfruten.


En el centro de Europa están conspirando.

 El hecho data de 1291.

 Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan

 diversas religiones y que hablan en diversos idiomas.

Han tomado la extraña resolución de ser razonables.

 Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades

 Fueron soldados de la Confederación y después mercenarios,

 porque eran pobres y tenían el hábito de la guerra

 y no ignoraban que todas las empresas

 del hombre son igualmente vanas.

 Fueron Winkelried, que se clava en el pecho las

 lanzas enemigas para que sus camaradas avancen.

 Son un cirujano, un pastor o un procurador, pero

 también son Paracelso y Amiel y Jung y Paul Klee.

 En el centro de Europa, en las tierras altas de Europa,

 crece una torre de razón y de firme fe.

 Los cantones ahora son veintidós. El de Ginebra,

 el último, es una de mis patrias.

 Mañana serán todo el planeta.

 Acaso lo que digo no es verdadero, ojalá sea profético.

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