sábado, 4 de abril de 2015

REINA DE HOLANDA


Me dicen que se creó por el año 2004 más o menos. Supuse por el color, y por el nombre, que se levantó en honor de la reina Máxima de Holanda. Lo que no me dijeron, pero me enteré yo después, es que la plaza la pagaron de su bolsillo diecinueve empresa de origen holandés-eso dice lo oficial, aunque lo oficioso seguro que puede rebatirlo-, haciendo que de forma tácita el lugar se le dedique también a ellas.

Lo cierto es que llamó mi atención desde el primer día que paseé por Puerto Madero, al pasear el dique tres, desde la otra orilla del río. Pero no fue por su color, sino por donde se encontraba. Puerto Madero, sobre toda la parte que se levanta junto a la reserva natural de la Costanera Sur, que tiene narices el asunto, es una mezcla de restaurantes de moda, hoteles que mezclan igualmente el lujo y lo hortera, y grandes rascacielos que buscan hacer del viejo barrio portuario un Manhattan porteño. Aunque aún están en ello, y entre ese perfil pro moderno asoma aún un edifico de la antigua época, una especie de almacén o de silo de grano de color blanco. Recuerdo de cuando la zona que lustra su cara a base de dinero negro y pintura blanca era el centro neurálgico de la entrada y salida de personas y mercancías del país rioplatense. 

Aquel día llegué hasta la mitad del dique, para después cruzar por el puente más moderno que tiene la zona. Se le conoce como el Puente de la Mujer, y fue realizado por el arquitecto español Santiago Calatrava. Puente que aún sigue sorpresivamente en pie y entero, aunque ya empieza a acusar ciertas grietas, al menos en la cubierta de color blanco tan típica de las obras del valenciano. Más allá de la idea que dice que representa: dos amantes bailando tango, supongo, es una obra más de las suyas, difícil de diferenciar de cualquier puente de su creación en otros lugares del mundo. 



El asunto, es que al llegar al otro lado buscando observar más de cerca el viejo edifico, descubrí que a sus pies se levanta un muro pintado de naranja chillón. Solo después de acercarme mucho vi el letrero en el que se podía leer: Reina de Holanda. Justo a su lado, a sus pies más bien, alguien colocó una estatua de una niña con los brazo en alto, en clara representación de felicidad, y una fuente o espejo de agua que según las guías, dice representar los característicos canales de los Países Bajos. De lo que pude deducir que el tipo que lo hizo no había visto los canales de los Pises Bajos ni en las pinturas de Jan Van Eyck. 

El parque alberga más estampas holandesas de manual, como la decoración con tulipanes y caléndulas, que aunque menos conocidas que los tulipanes también son consideradas como la flor nacional del país europeo, rematando la plaza, o más bien el compendio de típicos tópicos, una pequeña estatua de una niña en edad escolar cargada con dos fardos en cada mano, y con la mirada perdida en el horizonte, que según la inscripción del pedestal que la sustenta es Ana Frank.

Supongo que el lugar es uno de esos arreglos urbanísticos que se hacen para blanquear dinero, mientras se maquilla como obra cultural. Y de paso que figure el nombre de una u otra empresa, o para que los tantos por cientos vuelen de las cuentas públicas a las privadas. Porque entiendo que el pueblo argentino tan monárquico él, y con esa gran historia de reyes y reinas, decida levantar un monumento a la consorte del rey Guillermo no tiene mucho sentido. Más si cabe si te das un amplio paseo por la zona y ves los alrededores, es entonces cuando te das cuenta de que es una obra, un homenaje cogido con pinzas, que no pega ni en la forma ni en el fondo, y mucho menos en la realización ni en la elección del lugar. Un pegote chapucero y, supongo, económicamente beneficioso para el que tuvo la real idea. No puedo dejar de fiarme de nuevo en el viejo almacén, el gran silo lo llamarían en mi tierra castellana o leonesa. Sin duda, pienso, al viejo almacén le quedan los días contados, es viejo, feo y estorba entre tanto rascacielos moderno y, sin ninguna duda, pronto caerá bajo las redes urbanísimas del gobierno y las constructoras, eliminando del todo la cicatriz que parece incomodar a las autoridades. Esa cicatriz que recuerda que Puerto Madero, mucho antes de ser la milla de oro de la pijería y de los rascacielos, fue un lugar de duro trabajo, y de penas. Penas que acompañaron tanto de los inmigrantes que llegaban primero, con una mano delante y otra detrás, como los que después tuvieron que salir del país, con una detrás y otra delante. Y en ese momento, cuando caiga el viejo almacén, por cercanía, caerá también la plaza de la Reina de Holanda, y su estatua de la niña feliz, y de una Ana Frank cosificada-palabra tan de moda en la prensa y sociedad actual, y que no sé si todos los que la usan de forma exagerada conocen su verdadero significado-. Y quien sabe si desaparecerá del todo, si se olvidarán de la consorte del rey holandés, llevándose por medio el dinero que costó levantarla, o si por el contrario se levantará de nuevo, volviendo a pagar por ella el mismo dinero, y las mismas comisiones. 

Aunque igual esta locura de regalías, chanchullos y tantos por cierno solamente sea cosa mía, que soy un mal pensado.

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