Autorretrato con chango y loro. Óleo sobre masonite, 1942. La
pintora mexicana Frida Khalo realizó innumerables autorretratos en los que
siempre aparece con los mismos rasgos en su rostro, sobre todo la mueca seria y
la mirada imperturbable, casi intimidatoria. Variando en todos ellos todo lo
que rodea a su tez, en esta ocasión la acompañan espigas de trigo y cebada, un
chango pequeño y un loro verdoso en su hombro, al más estilo de los piratas
peliculeros.
El cuadro aparece cubierto por un cristal blindado
colocado en un entorno un tanto extraño, junto a un Botero y decenas de obras
contemporáneas, no de ellos, sino de nosotros. Es decir obras de autores vivos,
en los que se mezclan vistas y módulos entremezclados de metales móviles y
fijos, que se mueven al notar los espasmos del tipo al que están atados, mediante
unas cuerdas estoposas, o cuando alguien acciona un botón escondido entre la
obra y la esquina de la pared.
No sé si llamó más mi atención por toparme con la
obra en cuestión rodeada de lo que estaba: intervenciones artísticas, performances,
puertas giratorias humanas, hombres con cabeza de luz que se pasea por el
edificio, pintores en paro que pintan indefinidamente una pared… o junto a
magnificas fotos en blanco y negro de los años sesenta sobre la violencia.
Aunque posiblemente lo hizo, lo de sorprenderme digo, porque era la primera vez
que contemplaba cara a cara una obra de arte de la polifacética artista
mexicana. Al darme cuenta que era un original me atrapo unos instantes, como me
ocurrió la primera vez que contemplé una obra de Van Gogh, o de Goya. Pues por
mucho que las haya estudiado, observado mil veces en manuales, libros,
diapositivas e imágenes digitales, como me ocurrió con los otros dos grandes
artistas, éstas no le hacen justicia. Pues lo que ofrece la pintura original es
franqueza, una obra donde se pueden ver los trazos, casi seguir las ideas y los
movimientos que imprimieron sobre el soporte los pinceles manejados por la
artista. Algo que no puede ofrecer ninguna imagen, por muy de última
generación que sea la cámara que la tome.
Una obra maravillosa que pasa de puntillas por el
museo Malba de Buenos Aires, sobre la avenida presidente Alcorta en Palermo.
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