Hablábamos
hace unos días de su remate, ese empíreo en forma de faro urbano que ilumina las
noches porteñas con sus destellos, haciendo guiños de historia y sensualidad
que cruzan el río de La Plata, y se sienten en Uruguay.
El
edificio Barolo, o pasaje Barolo es lo más parecido a un libro, a una obra clásica
hecha arquitectura. La locura o la obsesión de sus artífices nos brindaron un rocambolesco
mamotreto de peculiar estilo, y maravilloso gusto que se levanta estoico en mitad
de la avenida de Mayo.
Cuando el empresario Luis Barolo llegó de Europa a la
Argentina en 1890, revolucionando la industria agropecuaria y la de los
tejidos, poco o nada podría imaginarse que su obra culmen no sería la
empresarial, sino la arquitectónica y por ende con el paso de los años, la
turística. El empresario Barolo construyó una ingente industria, colocando las
primeras hilanderías de lana peinada del país en la zona del Chaco. Importando
después los tejidos resultantes, y haciéndose rico en muy poco tiempo. Pero su
historia y su vida cambiarían en 1910, cuando en el centenario de la revolución
de mayo, conocería al arquitecto Mario Palanti.
Luis Barolo tenía la intención de levantar un
edificio en Buenos Aires, pensando en usar una parte como almacén de sus
mercancías y alquilar el resto. Cuando el industrial y el arquitecto comenzaron
a tratarse para acordar como sería la obra, se dieron cuenta de que tenían en
común algo más a parte de su origen europeo. Los dos era unos enamorados, unos
obsesos, de Dante Alighieri, y sobre todo de su obra culmen: La Divina Comedia.
Fue entonces cuando decidieron proyectar en el nuevo
edificio el mayor homenaje al poeta italiano, llevar su obra a la arquitectura,
y de esa rocambolesca pero brillante idea nació el edificio Barolo.
El edificio rompió los esquemas de la ciudad y del
continente, pues fue el primero que albergó el uso del hormigón armado de forma
artística. Pero también rompió los esquemas en altura: llegó a los cien metros,
casi triplicando la altura permitida en la época, lo que obligó a pedir un
permiso especial. Ese permiso ayudaría a que en el centro de la ciudad de
Buenos Aires se levantara la que sería en su día la construcción más elevada de
toda Latinoamérica. En su fachada revestida por mármol de Carrara, se
entremezclan el estilo eclíptico con reminiscencias del neogótico, del art
nouveau o del art decó. Rematando la estructura con un homenaje a la
arquitectura islámica de la India, inspirando la cúpula sobra la que descansa
el faro en el templo Rajanari Bhubaneshvar, representando el amor tántrico
entre Dante y su amada Beatriche. Lo que
hace del edificio una pieza única, o casi. Pues aunque parezca increíble, el
Barolo tiene un hermano gemelo en la ciudad de Montevideo: el Palacio Salvo,
diseñado también por Palanti.
Como ya hemos dicho, el edificio es un gran guiño a
La Divina Comedia, comenzando por los cien metros de altura ─uno por cada uno
de los cantos que componen la obra del italiano─, así mismo los veintidós pisos
que hacen referencia a cada una de las estrofas del mítico poema. En el palacio
se observa una disposición general partida en tres, como lo haría la obra de
Alighieri; Infierno, Purgatorio y Cielo.
El pasaje central del edifico, que une la avenida
de Mayo con la calle Hipólito Yrigoyen ─antigua calle Victoria─, cuenta con
nueve bóvedas que representa el infierno. Pero no es un infierno entendido como
punto final, sino como punto de partida en la iniciación de las etapas que
deben terminar en el seno del Paraíso. Además de ello, el pasaje muestra una
rica decoración y ornamentación diseñada por el arquitecto, toda ella en
homenaje y alusión a los detalles narrados en la obra de Alighieri. Incluso los
quioscos de su interior que aún se conservan fueron diseñados para tal labor.
Dividiendo después en dos laterales los diferentes pisos, en los que se colocan once oficinas por altura en cada uno de ellos. Siendo éstos considerados por el arquitecto un lado como el Purgatorio y el otro como el Paraíso. Trazando y planteando las puertas, los pomos, las ventanas, los muebles y las lámparas para cada una de las estancias, dependiendo de si estas estaban en uno u otro lado. Tanto en las bóvedas transversales como en las laterales aparecen inscripciones en latín perteneciente a la propia obra, pero también a textos de Virgilio, e incluso extractos de las escrituras bíblicas. Rematándolo todo con la luz del faro, en clara referencia a los Nueve Coros Angelicales que narra el italiano en su creación.
Dividiendo después en dos laterales los diferentes pisos, en los que se colocan once oficinas por altura en cada uno de ellos. Siendo éstos considerados por el arquitecto un lado como el Purgatorio y el otro como el Paraíso. Trazando y planteando las puertas, los pomos, las ventanas, los muebles y las lámparas para cada una de las estancias, dependiendo de si estas estaban en uno u otro lado. Tanto en las bóvedas transversales como en las laterales aparecen inscripciones en latín perteneciente a la propia obra, pero también a textos de Virgilio, e incluso extractos de las escrituras bíblicas. Rematándolo todo con la luz del faro, en clara referencia a los Nueve Coros Angelicales que narra el italiano en su creación.
Justo bajo el faro, en la bóveda central de la galería
baja que sujeta la cúpula, se levanta una estatua en forma de cóndor que eleva
el cuerpo de Dante hacía el paraíso. La
que se ve hoy es una réplica, pues la original acabó por vicisitudes de la vida
en manos de un coleccionista de Mar del Plata que se niega a vendérsela al
propietario del edificio. Pero aún hay más, pues bajo la galería aún se excavan
en el suelo dos alturas más, dos subsuelos que el empresario Barolo utilizó
como almacén. Pero que estaban diseñadas para albergar un elemento mucho más
valioso: el cuerpo ─las cenizas más bien─ de Dante Alighieri. Evidentemente,
esta empresa última nunca se llevó a buen término, y en el subsuelo del edificio
lo único que hoy reposa es el viejo lecho de un río colonial.
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