Desde luego Buenos Aires es una ciudad de contrastes,
pero además de confrontaciones muy marcadas. Casi discórdicas. Una de ellas, la
que posiblemente llamó más mi atención desde el primer momento, es la costumbre
de la utilización de las botellas reutilizables, tanto de cerveza como de
gaseosas. Sobre todo las de sabor a cola. Estas últimas en dos formatos, la de
la marca más conocida de letras escritas sobre fondo rojo, que tiene un formato
de dos litros. Las botellas son muy diferentes a las que vemos ahora en Europa,
muy similares a las que se consumían en mi infancia, con el fondo rígido y casi
macizo. En este caso sin la protección de color negro que parecía un tiesto. Su
material es mucho más rígido que las botellas desechables. La otra marca de
cola, la del circulo de varios colores sobre fondo azul oscuro va más allá, y
sus botellas reutilizables o reciclables son directamente de vidrio. También de
dos litros, y comparada con las desechables pesan un quintal.
El marketing es claro: colocar las botellas
reutilizables junto a las desechables, marcando la gran diferencia de precio
entre una y otra. Incluso marcando un precio mucho más barato en las reciclables
de dos litros que en las normales de un litro. Buscando enganchar a la gente
por la vía del ahorro, y no por la del civismo. El caso, es que se decidan a
reciclar por si mismos o por no gastar más plata de la necesaria. Y se nota al
entrar en los supermercados, o en los maxi quioscos que las colocan en sus
primeras filas, para que casi se puedan ver desde la calle. La opción de
gaseosas y bebidas saborizadas es enorme, demasiado diría yo. Y demasiado normal,
es ver a los jóvenes y a los no tan jóvenes, con una bebida gaseosa de
diferentes sabores, colores y tamaños, en detrimento del agua. Lo cual, supongo,
acabará trayendo más de un problema de salud a bastantes de los habitantes que
las consumen en demasía.
El asunto, es que no es mala noticia que uno de los
productos más consumidos en el país, junto a la cerveza, tenga marcada esa
cultura tan local de guardar el casco o la botella de plástico rígido en casa,
y llevarla al supermercado o a la tienda del barrio para cambiarla por otra
lleva. Como se hacía antiguamente con el vino a granel, la leche, y con otras
bebidas normales en los hogares españoles de los últimos años del siglo pasado.
La forma de recoger las botellas se va modernizando
además, pues si en las tiendas, quioscos, o colmados de menor tamaño te las
recoge el empleado a la vez que te cobra la nueva, en los supermercados de gran
tamaño van instalando máquinas para tal cometido. El mecanismo es muy sencillo,
colocas las botellas en la cavidad preparada para ello, y te devuelven un tique
con uno u otro valor, dependiendo del recipiente y de la cantidad. Con ese
papel impreso te presentas en caja, y si llevas otra botella del mismo estilo,
lo comido por lo servido. Si no es así, la cajera te descuenta la suma al pagar
la compra. A pesar de todo, las cantidades de botellas de plástico no
reciclables que se acumulan en las papeleras, en los contenedores y en las
veredas son ingentes. Siendo un elemento muy valorado por los cartoneros, pues
a la hora de llenar su fardos de rafia es lo primero que buscan. El poco
civismo de unos le viene bien a la cartera de otros.
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