jueves, 30 de abril de 2015

ASENTAMIENTOS


            En la provincia de Buenos Aires hay barrios céntricos, menos céntricos, zonas del extrarradio, conurbano, villas, asentamientos ilegales, y parece ser que ahora también legales. El de la imagen pertenece a la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, y forma parte de un grupo de diferentes agrupaciones de casas semiprefabricas que se están montando desde hace unos meses a la altura de la parada de ferrocarril de Tolosa, uno de los últimos barrios que se levantan en la capital platense en dirección a Buenos Aires.

            En los alrededores de los módulos ya finalizados comienzan a corretear sobre la tierra compactada los primeros niños, chavales que siguen una pelota de trapo entre coches destartalados y los furgones de otro siglo que sirven para hacer portes y fletes. Junto los carros de mano que utilizan a diario los cartoneros para recoger papeles y envases, por los contenedores de la ciudad. La fisonomía desde lejos me recuerda a los campos de refugiados montados para “recoger” ─y permítanme las comillas─, a las familias saharauis en el suroeste argelino de Tinduf. 
            Supongo que los habitantes de estos asentamientos, al igual que les ocurren a los olvidados de Tinduf, sufrirán los mismos desmanes, las mismas incomparecencias políticas y similares problemas alimenticios y sanitarios. Los problemas entre los olvidados de las sociedades que se las dan de evolucionadas son siempre similares, por muy lejos que estén en el mundo e incluso en las fechas históricas. Todos los países, lo continentes y las sociedades tenemos nuestras vergüenzas que nos encanta esconder, sin darnos cuenta de que detrás de los datos lo que se esconden son personas. 

miércoles, 29 de abril de 2015

PUBLICIDAD MACHISTA


Hacía tiempo que no veía uno de ellos. Una de esos enormes carteles luminosos, pagados por compañías internacionales de altos vuelos y que derrapan abierta y gravemente en el contenido de su publicidad. Tampoco es que en Buenos Aires, o en Argentina, el número de estos carteles de tendencia machista sea más alto que en otros países o ciudades. Con la próxima llegada del día de la Madre, ya he visto publicidades del estilo Para ti que te lo mereces todo, colocadas sobre centros de planchado y aspiradoras en establecimientos de la compañía de grandes almacenes más grande de España, ese del triángulo verde. Aunque también en otros más pequeños que todos conocemos, de esos que venden comida, ropa, electrodomésticos y hasta ruedas y baterías de coche. 
Seguimos teniendo, o al menos los dueños de estos grandes centros comerciales siguen teniendo, la idea cavernícola de que las tareas del hogar son cosas de ellas; de nuestras abuelas, de nuestras madres y de nuestras parejas. Supongo que porque ellos siguen viviendo así, echándose la siesta mientras su pareja friega los platos. Por suerte y aunque ellos no lo crean, las nuevas generaciones somos distintas, y desde nuestros años jóvenes, cuando nos tuvimos que ir a vivir fuera de casa de nuestros padres aprendimos a poner lavadoras, a barrer y a limpiar nuestras casas y sobre todo a cocinar a diario, sin que se nos caigan los anillos. A la fuerza ahorcan que dicen en mi tierra.
Pero ellos siguen en sus trece, y cada cierto tiempo proponen publicidades tan cavernícolas como la comentada del día de la madre, o la arriba expuesta. Donde la compañía automovilística francesa del rombo muestra su nuevo coche como símbolo de libertad masculina. Como si las mujeres no se sintieran libres al enfrentarse a un largo viaje, mientras se encuentran en la soledad de su coche, con la música o la radio puesta como único acompañante en las siguientes horas. Como si de primeras se vetara el uso de ese modelo al género femenino, avisándonos que si vemos a alguna dama conduciendo uno de estos coches, debemos pensar que se lo han tomado prestado a su marido, o que es un marimacho. 

Aunque hay otras publicidades que además de machistas son cutres, como la del tipo en camisa interior de tirantes que se sirve un buen vino mendocino en un vaso de refresco, mientras marca barriga sobre un horroroso bañador y enseña joyas de oro, al más estilo Tony Soprano. Todo esto, mientras es observado por una bella sirena sentada en el borde de una piscina de plástico azul. Ella, oculta sus pechos bajo su melena negra, poniendo de fondo el puerto de mercancías porteño, con grúas y edificios portuarios. Toda ésta mezcla inconexa, y estúpida, para intentar vender parrillas de jardín. 
Algunos deberían hacérselo mirar, pues en este último caso, el de las parrillas de jardín, si quitáramos a la sirena ligera de ropa que no viene al caso ni por asomo, y está ahí solo por el mero echo del morbo que ofrece al comprador, que de verdad cree que le caerán bellas mujeres del cielo solo por tener esa parrilla, el anuncio en sí sería una horterada, una cutrez sin sentido. Pues si al comprar sus parrillas te vuelves como el tipo de la imagen, es mejor pasar de largo y buscar otra tienda.

martes, 28 de abril de 2015

RECUERDOS DEL VIEJO PARQUE LEZAMA


          Suelo ir por allí al menos una vez a la semana, es el colofón al paseo dominical por San Telmo. Una costumbre adquirida desde mis primeros días en la ciudad, pues en ese barrio me instalé durante las primeras semanas de estancia. El parque es uno de mis fetiches desde mucho antes de conocerlo o pasearlo, lo es en realidad desde que leí por vez primera Sobre tumbas y héroes de Sabato, ya que una gran parte de la ficción que narra transcurre en su interior. 

Se encuentra al final de la calle Defensa, haciendo de frontera natural entre los barrios de La Boca y Barracas, enmarcado por un café histórico, el Británico y por otro con todos los visos de serlo, el Hipopótamo. En éste último, sirven la mejor sidra de grifo de la ciudad. Se puede disfrutar sobre las tradicionales mesas de madera, mientras ves pasar a través de sus ventanas turistas despistados con un mapa arrugado entre las manos, vecinos del barrio que se saludan a gritos y habituales de la zona, como limpiabotas y vendedores ambulantes.

            Siempre me entretengo por la zona a última hora de las tardes de los domingos, inmiscuido en los puestos ambulantes de libros de viejo y vinilos de otra época, que se colocan bajo las sombras industriales y abruptas del viaducto de la autovía de La Plata. Para los purista este el lugar que divide el Buenos Aires admisible de los barrios peligrosos, aunque para mí es un lugar tranquilo y siempre de feliz recuerdo. Después de dar cuenta de un café y una factura, o de una sidra y un tostado, mientras leo un rato u observo el devenir de los parroquianos, casi siempre en el Hipopótamo, me interno en el viejo parque.

            Dejando a un lado la enorme escultura fuente en honor de Pedro de Mendoza, fundador de la ciudad en ese mismo lugar durante el año 1536, se abre ante tus pies y tus ojos un laberinto de caminos adoquinados los principales, y en tierra prensada, al estilo del albero andaluz pero blancuzco el resto. Entre bancos de madera recién estrenados, y grandes jarrones desconchados y en ocasiones descoloridos, imitando a las decoraciones marmoleas clásicas de otras épocas y continentes. 



            Según te vas internando por los recovecos de sus jardines das con lugares magníficos que no esperarías encontrar en un lugar tan descuidado como este parque en la actualidad. Desde el monumento a la Loba capitalina amamantando a Rómulo y Remo, regalada a la ciudad por la república de Italia, y cercenado cuando en el 2007 el parque quedó totalmente abandonado, y en manos de los gamberros y desalmados que nunca respetan su patrimonio. Aunque de esto también tienen buena culpa los respetivos gobiernos de la ciudad, y de la provincia por su frialdad y parsimonia. Más allá aparece el monumento a la cordialidad argentino-uruguaya donado por la república Oriental del Uruguay, y que en estos años de olvido fue esquilmado. No solo eso, sino que estuvo a punto de desaparecer, pues una vez vuelto a restaurarse el parque, el actual jefe de gobierno de la ciudad comenzó a retirarlo, y de no haber sido por las protestas vecinales en pos de su patrimonio y de su parque, el gobierno hubieran acabado de hacer el trabajo sucio a los despiadados y malnacidos, que habían hecho del parque durante la última década su campo de pruebas particular del salvajismo, la anticultura y el despropósito a la inteligencia de una ciudad como Buenos Aires. Al final del paseo, podemos disfrutar entre los árboles milenarios una réplica de un templo griego enmarcado entre estatuas alegorías de la antigua cultura milenaria. 

            Rematando el parque, casi al final de la calle Defensa, se levanta el viejo caserón construido por el inglés Charles Ridgley, que a mitad del siglo pasado se convertiría en el Museo de Historia Nacional. La cordura llegó en el año 2013, cuando se declaró al parque Lezama como Monumento Histórico Nacional, un reconocimiento que debería haber llegado hace mucho y haber evitado así los años de olvido, de desmantelamiento, de ruptura y de deshonor que recibió, y que sigue recibiendo uno de los lugares más importantes de la vieja ciudad de Buenos Aires.

             Paseando por sus caminos intrincados, suelo imaginar todo lo que debió de ser el lugar, todo lo que ha visto y vivido la zona. Desde como ya hemos dicho la fundación de la ciudad, a la venta de esclavos, los duelos por honor a espada y pistola, los paseos de los enamorados del siglo XIX, las conversaciones entre conspiradores políticos, los negocios cerrados por comerciantes y negreros entre las antiguas verjas del jardín. Me pregunto a menudo cómo sería el parque en aquella época de esplendor en el que formaba parte del trio de grandes jardines de la ciudad, junto a la plaza Francia y las Barracas de Belgrano, antes del olvido y la insidia. Cuando el jardín de estilo francés contaba con una plaza de toros temporaria, que se colocaba sobre el flanco de la calle Brasil, un enorme lago con góndolas, que se hallaba donde hoy está el desvencijado y vallado anfiteatro atestado de pintadas estúpidas, y peligrosas botellas de cerveza y Fernet hechas añicos. Cómo sería el desaparecido quiosco donde los músicos amenizaban las tardes de los días festivos, el tambo donde se criaba ganado lechero, la pérgola, el rosedal, la pista de patinaje, o el pequeño circo que atesoraba el parque.

            Me figuro la belleza del viejo parque, su esplendor para un barrio que ahora vive sus horas bajas, y que suspira por lo que fue y que posiblemente nunca más volverá a ser, por la inoperancia de sus políticos, la dejadez de sus vecinos y la estúpida y cainita inquina de aquellos que lo único que buscan para divertirse es destrozar el patrimonio de todos, sin ni siquiera pararse a pensar que también lo es de ellos. Quedándome claro que para algunos pensar es un lujo, que no pueden ni quieren permitirse.


lunes, 27 de abril de 2015

VEDA ELECTORAL


Cuando me enteré que durante mi estancia en Argentina se llevarían a cabo diferentes elecciones, tanto para ocupar los nuevos puestos políticos a nivel nacional como local, supuse que me encontraría con un ambiente parecido al que ya viví en Francia durante el último cambio de gobierno, o al que suelo apreciar durante las elecciones de todo tipo en España. Pero aunque en muchas cosas son similares, en otras distan mucho de asimilarse.

Desde las últimas semanas vienen celebrándose las elecciones primarias por toda la geografía argentina. Unas elecciones que sirven como corte principal, pues los partidos que se presenten en esta primera ronda y no superen un porcentaje de votos, no podrán presentarse a las elecciones definitivas a mitad de año. También sirven para cortar cabezas dentro de los propios partidos, pues la mayoría presentan varias listas con diferentes nombres en cabeza. Los votos de los diferentes candidatos suman para el mismo partido, pero por su parte eliminan al que menos apoyos reciba, creando una cabeza única de cartel para las elecciones definitivas. Una suerte de primarias encubiertas tras las elecciones normales. 

Ayer se celebraron estas elecciones en la ciudad de Buenos Aires, aunque parecía que iban a celebrarse hace meses, pues pese a que la campaña comenzó hace unas semanas las paredes de todos los edificios ─incluidos muchos de los pertenecientes al patrimonio nacional─, papeleras, farolas, contenedores y hasta algún tipo despistado, que se quedó quieto en mitad de la calle más de cinco segundos, y al que los pancarteros confundieron con un ser inerte, llevan empapelados hasta la saciedad, unos sobre otros, desde los primeros días del año. Cuando llegué a la ciudad una de las primeras cosas que recuerdo me encontré, fue la publicidad electoral a brocha y pintura en las paredes que separan las villas y barrios del perímetro de la autovía que une la ciudad con Ezeiza.

El caso, más allá del gasto ingente de un dinero que el estado no tiene, despilfarrado para publicitar a los candidatos a gobernarlo, es que las elecciones en Argentina tienen unas leyes, o vetos, bastante curiosos, y que a los que venimos de Europa nos parecen bastantes extraños.
Entre otras cosas están prohibidas, bajo una dura sanción por violación del código penal, las manifestaciones culturales, sociales o deportivas. La liga de fútbol ha trasladado la jornada correspondiente hasta el siguiente fin de semana, los teatros y cines no abrieron sus puertas hasta cerrados los colegios electorales. El cine de mi barrio, el Gaumont en la plaza del Congreso sobre Rivadavia, ya anunciaba hace días que el domingo se abriría a las 19 horas, a pesar de exhibir películas a diario desde primeras horas de la mañana. Incluso el importante y majestuoso mercado de San Telmo se ha visto resentido, eliminando los puestos que se levantan más allá de la avenida de San Juan, al encontrarse en la misma calle de un colegio electoral.

También se prohíbe el consumo de alcohol en toda la ciudad, y no solo durante el espacio de tiempo en el que los colegios estén abiertos, sino que el veto comenzó a las doce de la noche del sábado, manteniéndose hasta las nueve de la noche del domingo. Tres horas después del cierre del último recinto de votación. Lo que hizo que los boliches no abrieran sus puertas la noche del sábado, o que muchos barcitos del centro cerraran durante la mañana y la primera parte de la tarde del domingo. Supongo, que es para evitar que se tomen decisiones estúpidas a la hora de votar influidos por el alcohol. Sería bueno que esta medida se aplicara también cuando se presentan las candidaturas. 

Por supuesto, al igual que en Europa; mítines, publicidad, comunicados y difusión de encuestas o sondeos electorales, están totalmente prohibidas durante la jornada, pero solo de forma analógica, pues por medio de las redes sociales o de los canales digitales no hay ningún problema en hacerlo. Como les digo, las elecciones argentinas tienen curiosidades y recovecos, que van más allá de meter un sobre en una urna de cartón. 

domingo, 26 de abril de 2015

PARQUES, CULTURA Y JACOBINOS


              Desde pequeño un dicho popular nos enseña que la música amansa a las bestias, cuando en realidad lo único que amansa a las bestias es la sangre, la otra mejilla y el dinero público en las cuentas oscuras trasalpinas. Para lo que no nos instruyen de niños, y lo tenemos que ir aprendiendo poco a poco en la vida, es que la única opción para frenar a las bestias es mediante el uso de la educación y la cultura. Cuanto más educación y más cultura menos miedo tendremos a las alimañas, menos nos dejaremos manipular por ellas. Siento romper con más de dos mil años de moral cristiana, pero cuando la bestia, el verdugo, nos atiza en la mejilla, la única forma de aplacarle no es ofreciendo la otra, sino arrancándole la cabeza.

            Por ello, cuando leo últimamente los periódicos, cuando veo las informaciones y veo cómo va avanzando la película general de nuestra sociedad, me sale la vena jacobina más radical, el abate Marchena más furibundo que todos llevamos dentro. Y como él, piensas que la única forma de salvar a la humanidad es pasar por la guillotina a media humanidad. Y ni con esas. 
            Por eso cuando veo escenas como las de ayer mientras paseaba por el centro de Buenos Aires, siento que no todo está perdido, que todavía se puede evitar que Caronte queme sus naves. A pesar que quede mucho para ganarles la partida a los malvados, a las bestias que nos quieren analfabetos y manipulables. De lo que tenemos mucha culpa nosotros mismos, pues no se puede ser romano y aplaudir las gracias a los bárbaros. Con actos como el que vi ayer, vamos rascando un poquito más de tierra de ese túnel que nos llevará a la superficie. 

            Como casi cada día, cruzaba un parque del barrio de la Recoleta para dirigirme a mi trabajo, era la primera hora de la tarde del sábado. El día a pesar de encontrarnos en el otoño austral era agradable, además no había ni rastro de las cenizas del volcán chileno que habían cubierto el cielo porteño el día anterior. Allí junto a un parque infantil, que cada tarde explota de felicidad y de sonrisas infantiles cuando llega el fin de la jornada escolar, un grupo de niños se sentaban sobre pequeñas sillas y mesas de plástico y colores vivos. Junto a ellos se situaban caballetes infantiles, donde los niños dibujaban y pintaban libremente. Los padres revoloteaban alrededor de los jóvenes pintores, comentándoles pormenores, precisando lo bonito de su dibujo. Mientras,  los monitores explicaban cómo podrían crear colores mezclando unos u otros pigmentos, enseñándoles técnicas, y dándoles nociones básicas de la historia de la pintura. Los niños disfrutaban y reían mientras aprendían, y se empapaban del gusto por algo tan necesario para sus vidas como es la cultura.

            Me quedé allí un rato observándolos, pensando en todo esto. Después de unos minutos giré sobre mis talones, al salir por la puerta del jardín urbano que da a la avenida de Las Heras, observé a una pareja de abuelos conversando animadamente en un banco, mientras compartían un mate. A su lado, inmiscuido en una lectura entretenida y con una sonrisa en la cara, su nieto de unos doce años disfrutaba como un cerdo en un lodazal de una novela juvenil.

            Tal  vez, y solo tal vez pensé al avanzar por la vereda derecha, en un futuro lejano podamos librarnos del yugo de la ignorancia gustosa. Tal vez algún día podamos pensar como griegos, luchar como troyanos y morir como romanos.  

sábado, 25 de abril de 2015

LA MAGIA DEL BAROLO


Hablábamos hace unos días de su remate, ese empíreo en forma de faro urbano que ilumina las noches porteñas con sus destellos, haciendo guiños de historia y sensualidad que cruzan el río de La Plata, y se sienten en Uruguay.

El edificio Barolo, o pasaje Barolo es lo más parecido a un libro, a una obra clásica hecha arquitectura. La locura o la obsesión de sus artífices nos brindaron un rocambolesco mamotreto de peculiar estilo, y maravilloso gusto que se levanta estoico en mitad de la avenida de Mayo.

Cuando el empresario Luis Barolo llegó de Europa a la Argentina en 1890, revolucionando la industria agropecuaria y la de los tejidos, poco o nada podría imaginarse que su obra culmen no sería la empresarial, sino la arquitectónica y por ende con el paso de los años, la turística. El empresario Barolo construyó una ingente industria, colocando las primeras hilanderías de lana peinada del país en la zona del Chaco. Importando después los tejidos resultantes, y haciéndose rico en muy poco tiempo. Pero su historia y su vida cambiarían en 1910, cuando en el centenario de la revolución de mayo, conocería al arquitecto Mario Palanti.

Luis Barolo tenía la intención de levantar un edificio en Buenos Aires, pensando en usar una parte como almacén de sus mercancías y alquilar el resto. Cuando el industrial y el arquitecto comenzaron a tratarse para acordar como sería la obra, se dieron cuenta de que tenían en común algo más a parte de su origen europeo. Los dos era unos enamorados, unos obsesos, de Dante Alighieri, y sobre todo de su obra culmen: La Divina Comedia.

Fue entonces cuando decidieron proyectar en el nuevo edificio el mayor homenaje al poeta italiano, llevar su obra a la arquitectura, y de esa rocambolesca pero brillante idea nació el edificio Barolo.
El edificio rompió los esquemas de la ciudad y del continente, pues fue el primero que albergó el uso del hormigón armado de forma artística. Pero también rompió los esquemas en altura: llegó a los cien metros, casi triplicando la altura permitida en la época, lo que obligó a pedir un permiso especial. Ese permiso ayudaría a que en el centro de la ciudad de Buenos Aires se levantara la que sería en su día la construcción más elevada de toda Latinoamérica. En su fachada revestida por mármol de Carrara, se entremezclan el estilo eclíptico con reminiscencias del neogótico, del art nouveau o del art decó. Rematando la estructura con un homenaje a la arquitectura islámica de la India, inspirando la cúpula sobra la que descansa el faro en el templo Rajanari Bhubaneshvar, representando el amor tántrico entre Dante y su amada Beatriche.  Lo que hace del edificio una pieza única, o casi. Pues aunque parezca increíble, el Barolo tiene un hermano gemelo en la ciudad de Montevideo: el Palacio Salvo, diseñado también por Palanti.
Como ya hemos dicho, el edificio es un gran guiño a La Divina Comedia, comenzando por los cien metros de altura ─uno por cada uno de los cantos que componen la obra del italiano─, así mismo los veintidós pisos que hacen referencia a cada una de las estrofas del mítico poema. En el palacio se observa una disposición general partida en tres, como lo haría la obra de Alighieri; Infierno, Purgatorio y Cielo.
El pasaje central del edifico, que une la avenida de Mayo con la calle Hipólito Yrigoyen ─antigua calle Victoria─, cuenta con nueve bóvedas que representa el infierno. Pero no es un infierno entendido como punto final, sino como punto de partida en la iniciación de las etapas que deben terminar en el seno del Paraíso. Además de ello, el pasaje muestra una rica decoración y ornamentación diseñada por el arquitecto, toda ella en homenaje y alusión a los detalles narrados en la obra de Alighieri. Incluso los quioscos de su interior que aún se conservan fueron diseñados para tal labor.

Dividiendo después en dos laterales los diferentes pisos, en los que se colocan once oficinas por altura en cada uno de ellos. Siendo éstos considerados por el arquitecto un lado como el Purgatorio y el otro como el Paraíso. Trazando y planteando  las puertas, los pomos, las ventanas, los muebles y las lámparas para cada una de las estancias, dependiendo de si estas estaban en uno u otro lado. Tanto en las bóvedas transversales como en las laterales aparecen inscripciones en latín perteneciente a la propia obra, pero también a textos de Virgilio, e incluso extractos de las escrituras bíblicas. Rematándolo todo con la luz del faro, en clara referencia a los Nueve Coros Angelicales que narra el italiano en su creación. 
Justo bajo el faro, en la bóveda central de la galería baja que sujeta la cúpula, se levanta una estatua en forma de cóndor que eleva el cuerpo de Dante  hacía el paraíso. La que se ve hoy es una réplica, pues la original acabó por vicisitudes de la vida en manos de un coleccionista de Mar del Plata que se niega a vendérsela al propietario del edificio. Pero aún hay más, pues bajo la galería aún se excavan en el suelo dos alturas más, dos subsuelos que el empresario Barolo utilizó como almacén. Pero que estaban diseñadas para albergar un elemento mucho más valioso: el cuerpo ─las cenizas más bien─ de Dante Alighieri. Evidentemente, esta empresa última nunca se llevó a buen término, y en el subsuelo del edificio lo único que hoy reposa es el viejo lecho de un río colonial. 

viernes, 24 de abril de 2015

LOS TREINTA Y TRES ORIENTALES


          Corría el año 1824 cuando se dio un hecho que decidiría la historia de América Latina: la victoria patriótica en Ayacucho. Este hecho refrescó las intenciones independentistas de los habitantes de la banda Oriental ─actual Uruguay─, que se encontraban refugiados en Buenos Aires después que en el año 1823 tuvieren que exiliarse, tras malograrse la insurrección armada urdida por ellos contra la invasión brasileña. Estos, los brasileños, habían sustituido al Imperio Portugués en el dominio del antiguo territorio del virreinato del Río de la Plata en 1817.
            Hoy apenas quedan recuerdos de aquel grupo que se reunió al calor de la conspiración para intentar llevar la independencia total a la actual República Oriental del Uruguay. Estos tipos, comenzaron a juntarse en busca de la definitiva expulsión de los invasores brasileños, y para ello se dieron cita en un edificio que se encuentra en la esquina de la calle Alsina con Defensa, entre los barrios porteños de Montserrat y San Telmo. 
            Allí a día de hoy en el chaflán del edificio, abre la puerta una farmacia histórica de la ciudad: la farmacia Estrella. Pero en su momento el negocio que daba servicio a la población era una sastrería que atendida Luis Ceferino de la Torre. Ese lugar recogió al nutrido grupo de libertadores orientalistas, que pasarían a la historia como los treinta y tres orientales. Aunque hay crónicas que dicen que fueron más, y que no aparecieron reflejados en las actas tras apartarse del grupo, o desertar directoramente. Otros apuntan a que debieron de ser treinta y tres exactamente, porque es el número de grados en las logias masónicas, sociedad a la que pertenecían todos, o al menos la mayoría de los luchadores por la independencia del actual Uruguay.

            Que se reunieran en una sastrería tenía su sentido, al menos lo tuvo cuando se decidió llevar a cabo el movimiento, pues con las telas de ese local se formaron las dos banderas tricolores en azul, rojo y blanco, que con la leyenda “Libertad o Muerte” portarían los tipos al declarar la revolución.


             En abril de 1825 el primer grupo de los treinta y tres orientales embarcaron en las costas de San Isidro con intención de cruzar el río de la Plata. Las autoridades argentinas sabían de la incursión pero les dejaron hacer, declarándose neutrales. Por su lado Juan Manuel de Rosas, el que sería dos veces gobernador de la ciudad de Buenos Aires, y el tipo que bautizó con su nombre uno de los periodos más importantes de la historia contemporánea del país financió la expedición.
            Una vez cruzado el río de La Plata, los dos grupos se reunieron el 15 de abril en la isla conocida como “Brazo Largo”, sobre el río Paraná, y desde ahí remontaron las aguas del río Uruguay, sorteando las patrullas brasileñas. Al pisar tierra uruguaya los esperaban patriotas locales que les sirvieron todo lo que necesitaron. El 19 de abril ondearon las banderas, y realizaron el juramente de liberar la patria o morir en el intento. El germen de la expulsión del invasor brasileño y de la lucha por independencia de la nueva República Oriental del Uruguay estaba sembrado, y poco tardaría en consolidarse.
            Desde el año 2010 una placa de mármol situada en la pared de la farmacia, que se eleva sobre la vereda de calle Alsina, lo recuerda.

jueves, 23 de abril de 2015

AQUELLAS TRISTES TARDES


            Como todos los días la lectura de una poesía, larga o corta, dulce o amarga, me acompaña con los primeros sorbos del café de la mañana, o con los finales del último de la tarde. Hay días como el de hoy, días del libro, de las letras, y sobre todo de los escritores y los lectores ─pues sin ambos no habría libros, ni empresa editorial que valga─, en los que apetece sumergirse en la dura, pero a la vez lucida, mirada de un tipo como Miguel Hernández. Posiblemente uno de los mayores poetas que ha dado España, y posiblemente también uno de los más tapados y olvidados durante muchos años. Hay quien tiene la fea e hiriente costumbre de juzgar a los intelectuales por sus ideologías, y no por sus obras. Será por ello que las poesías duran segundos, mientas las dictaduras lo hacen años. 
        Durante el tiempo que Hernández pasó en la cárcel hasta su muerte le perturbaban los recuerdos. Los de su hijo perdido, los de su amada perseguida, y los de su país en una guerra sangrienta entre hermanos. Allí construyó la columna vertebral de la poesía de la primera mitad del siglo XX. Allí escribió este poema, titulado Tristes guerras. Mientras recordaba las tristes tardes de guerra, aquellas tristes tardes. 


Tristes guerras

 si no es amor la empresa.

Tristes. Tristes.


Tristes armas

 si no son las palabras.

Tristes. Tristes.


Tristes hombres

 si no mueren de amores.

Tristes. Tristes.

miércoles, 22 de abril de 2015

LA CALLE DE LA LOGIA


             Paseo por la calle teniente general Juan Domingo Perón ─antigua calle Cangallo─, a la altura del 1259, sobre un par de cuadras de 9 de julio. Es la primera vez que paso por ese tramo de la calle y no sé muy bien porqué lo hago. Me dirijo a tomar un colectivo que me lleve a la Biblioteca Nacional, casi entre Corrientes y el Obelisco, y he decidido cambiar mi paseo diario para llegar hasta el Metrobus de 9 de Julio. Normalmente tomo el camino rápido, que es bajar por avenida de Mayo y desde Cerrito acercarme al carril central de la avenida, el que está adaptado para el uso del trasporte público, pero hoy algo me hizo seguir recto.

            Di un buen rodeo, iba bien de tiempo y al cruzar la avenida que une el Congreso con la Casa Rosada, proseguí por Talcahuano hasta que no se muy buen porqué giré a la derecha, y bajé hacía el río. Al poco comencé a darme cuenta que había entrado en esa calle por casualidad, una calle sin más, pero que ese giro iba a enseñarme una cara curiosa cuanto menos del centro de la ciudad.

            Lo primero que llamó mi atención fue una fachada de color rosa suave con ventanas y puerta de madera, y con el nombre rotulado en dorado. Me vi de pronto ante las letras clásicas en los cristales: Café de Marco, ponía. Comencé a darle vueltas al nombre, y caí en que el original café de Marco era el que se abrió hasta el año 1871 frente a la botica ilustrada. Un  lugar clásico durante el siglo XIX, y que se hizo famoso por las reuniones que llevaron a cabo en su interior los patriotas que desembocarían en la revolución del 25 de mayo de 1810. No sabía que el bar había reabierto de nuevo, no lo conocía. Pero además hubo un detalle que aplicó más mi curiosidad sobre el café. El símbolo situado sobre el portón principal, con el compás y la escuadra cruzados. El símbolo de las logias masónicas.

            Lo tomé como un detalle curioso más del lugar. No es extraño que forme parte de los numerosos lugares donde se reúnen estas sociales secretas desde hace siglos. Tampoco es extraño que un café histórico como lo fue éste, lo muestre abiertamente. En los años convulsos de la independencia se crearon, entre los militares y civiles que lucharían y conseguirían la emancipación total de la península de los antiguos virreinatos americanos, sociedades secretas como la que se reunía en la jabonería de Vieytes, la Sociedad Patriótica, o la logia Lautano. Esta última, con Alvear y San Martín al frente, acabó con el timorato gobierno del Primer Triunvirato, creando el Segundo con políticos más afines a la independencia, y llevó a cabo la Asamblea constituyendo de 1813. Por no hablar de la  influencia que tuvieron esta sociedades en la creación de la ciudad de La Plata.

            En eso pensaba cuando iba avanzando por la misma vereda, hasta que unos pasos más adelante tuve que pararme en seco. Frente a mí se levantaba un edifico pintado de rojo por completo, y que en ese momento se encontraba en obras. De nuevo mostraba el mismo símbolo sobre la puerta de entrada. Pregunté al portero de un edificio cercano que me aseguró que era una joyería masónica. Me animó a que me pasara por allí en unos días cuando acabe la reforma y pudiera observar el escaparate. Es realmente curioso inquirió. Me despedí de él prometiendo que lo haría, y seguí con mi runrún de sociedad secretas en la historia argentina dándome vueltas en la cabeza
            Por si no fuera suficiente, al poco tuve que bajar de la vereda y caminar por la calzada por obras, al volver a subir me encontré con una gran portada detrás de una valla verde. La fachada majestuosa, señorial, de otro siglo, con la fachada curvada hacía el interior y dos grandes columnas enmarcando la puerta de entrada. Sobre ella de nuevo la escuadra y el compás. En este caso no me hizo falta preguntar, un pequeño cartel me lo aclaró de inmediato: Gran Logia de la Argentina de libres y aceptados Masones. 
            Sin comerlo ni beberlo me había metido en el centro neurálgico de la logia más conocida del mundo. Aunque por supuesto no es la única, ni posiblemente la más poderosa, pero si la más conocida. En ello pensaba mientras ya dentro del colectivo, avanzaba por la avenida del Libertador. Tomé un par de notas en mi bloc, y me prometí tomarme un café en los próximos días en el de Marco, para analizarlo por dentro. 

martes, 21 de abril de 2015

UN PEDAZO DE DON ENRIQUE


            Hablar de cultura tanguera en Buenos Aires es prácticamente lo mismo que hacerlo del bandoneón, de su peculiar forma, de su sonido único. Pensar en la historia de este curioso instrumento es traer a escena al Pichuco Aníbal Troilo, entre otros muchos. Pero si lo hacemos en la actualidad, buscando el día de hoy, Bandoneón es sinónimo de don Enrique. Don Enrique Fasuolo.

            Enrique es un tipo entrañable, delgado, un tanto enclenque, al que le queda ancha la ropa impoluta que viste. Elegante y modesto. La espalda comienza a encorvarse a su paso tal vez por el peso de los años, de los buenos y de los malos que también los hubo, y los hay. Tal vez por los años de contemplación del instrumento, su bandoneón negro con incrustaciones en nácar blanco. Bellísimo. Unos años que le han turbado la vista, haciéndole necesario el uso de los anteojos modernos y plateando su cabello aún espeso.
            Lo conocí al poco de llegar a Buenos Aires, días después de abrir esta publicación, él tocaba su bandoneón junto a un violinista en la parada de metro de Lima, sobre el andén donde paran los vagones con dirección a San Pedrito, en la línea A. Justo al lado de mi casa actual, y que como si fuera un presagio marcó ese lugar de la ciudad como familiar antes de que lo fuera de verdad. 

            Enrique Fasuolo gravita en esa parte del subsuelo porteño junto a un compañero violinista que va cambiando según los días. Lo que no cambia es la hora. Diariamente, desde la una del mediodía hasta prácticamente las seis de la tarde se da cita ahí,  el sonido más característico de la ciudad y de su cultura. Enrique es como dicen aquí un tipo groso, que tal vez debería estar ofreciendo su arte, y su capacidad musical y cultural, en lugares más agradecido para ello que la calle o los andenes del subte porteño. No puedo entender que en lugares tan dados a la venta del folklore y del gusto cultural como La Ideal o el Torquato Tasso ─que en ocasiones te ofrezcan bajo pago bailarines patizambos y músicos irreverentes, que se ganan muy bien la vida con estos espectáculos grotescos, que dicen muy poco de su profesionalidad─, no tengan un espacio para este gran artista que se busca la vida en los andenes del metro y en las esquinas de las calles.

            Se podría decir que soy yo el que no valoro la labor de los bailarines y músicos mercenarios del tango, que hacen lo que pueden a cambio del sueldo y de los aplausos de los turistas bebedores de vino malo, y que tal vez valoro más a este hombre porque no conozco nada de la cultura patria. Pero no soy yo el único que lo piensa, pues en el año 2014 la Dirección General de Patrimonio e Instituto Histórico de la subsecretaria de Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura de la República Argentina, lo reconoció oficialmente –con título incluido-, como Artífice del Patrimonio de la ciudad de Buenos Aires. Considerándolo desde ese día como patrimonio viviente de la ciudad por su vida dedicada al bandoneón. Pero don Enrique sigue siendo fiel a su sitio en el metro, alegrando los oídos de los usuarios, dibujándonos una sonrisa cuando pasamos junto él y su compañero.
            Hace un par de semanas pasé por la estación de Lima a la hora que solía estar Enrique, pero el silencio llamo mi atención. No se oía el quejido del bandoneón. Al pasar junto al banco donde suele colocarse Fasuolo y su compañero encontré un folio pegado con un trozo de papel celo: Por un problema de salud no estaré tocando en el subte por unos días hasta nuevo aviso. Gracias por sus oraciones.

            Por suerte, después de una temporada sin saber de él, el pasado domingo lo reencontré en la calle Defensa, entre tenderetes de recuerdos y antigüedades. Rellenando el ruido de fondo del mercado de San Telmo. Me alegré mucho de volver a verlo, y sobre todo de volver a escucharlo. Bienvenido sea de nuevo.

lunes, 20 de abril de 2015

RICOS, NUEVOS TRABAJOS Y VIDA DE PERROS


            La imagen habla por sí sola, o eso creo, ustedes dirán. No es que éstos jóvenes vivan en macro mansiones del centro de la ciudad, y por ello se dediquen a coleccionar mascotas. Tampoco son activistas de movimientos animalistas, de los que usan sus tardes de asueto para sacar a los animales de sus cárceles perreriles, llevándolos a pasear por los principales parques de la urbe, e intentando reinsertándolos en la sociedad que los ha postergado al ascetismo de jaula comunal y cereales multivitamínicos de marca blanca. La trena de los chuchos, donde pagan ellos las consecuencias de la inconsciencia, y la estupidez, estoica de los que un día fueron sus dueños.

            Son simplemente víctimas ─ambos, paseador y paseado─, de la nueva estupidez del ser humano. Otra más. Aunque en ocasiones pienso que hablar de humanidad y estupidez es redundante, pues como comprenderán este nuevo empleo posmoderno es fruto de la necedad más hiriente, porque en esta ocasiona afecta a un tercero. El perro. 

            Me explico. Estos jóvenes que, en la foto, cruzan sobre el paso de la avenida del Libertador para situarse en la vereda de la Biblioteca Nacional de la República Argentina, son trabajadores. Su empleo consiste en pasear los perros de los vecinos de los barrios altos de la ciudad, normalmente los de La Recoleta, Belgrano y Palermo. Van recogiendo las mascotas por varias casas del barrio en cuestión, y de esa guisa, como si llevaran una manada de lobos amaestrados de diferentes tamaños y colores, recorren las avenidas y parques principales de la parte norte de la ciudad.
            Vaya por delante que me parece fantástico que los chicos se busquen la vida paseando los perros del prójimo. Lo que ya no me gusta tanto, y me gustaría señalar, es la actitud de los dueños de los animales para con sus mascotas. Para qué quieren ─me preguntó mientras les observo perderse en la lejanía─ un perro. ¿Será para que les reciba alguien con verdadero cariño cuando llegan a casa? Tal vez sea para tener un verdadero amigo que le escuche y nunca le falle. Supongo que hay vidas en que el único que hace esa labor de amistad es el perro. Si no es así, no me lo explico, no comprendo que lleva a una persona a ser tan egoísta de comprar un perro ─porque claro, estos son todos de pedigrí, y de “marca”. No son de los recogidos de las calles, o de las perreras donde viven los últimos minutos de su vida, esperando que un alma caritativa los salve de la inyección letal en la prórroga de su existencia─, y después olvidarse de sus necesidades más primarias y necesarias. 

            Ni siquiera se preocupan de pasearlo, se lo engalgan a otros a cambio de un puñado de pesos que a él ─o a ella─ no le suponen nada dentro de su sueldo galáctico. Nunca he podido entender por qué personas que no tienen tiempo libre en su vida, o que no quieren buscarlo, se empeñan en tener un animal a su cargo. Un animal que pasa la mayor parte de su existencia solo, sin jugar con nadie, sin recibir las caricias que necesitan, y sin que sus dueños los saquen a pasear ni una sola vez en su vida. 
            sin embargo, conociendo a estos animales, estoy seguro que a pesar de todo, del olvido, de la desidia, de la ineptitud, del olvido consciente, cada vez que su dueño abra la puerta de su casa éste lo recibirá como si entrara por la puerta un dios canino. Haciéndole una fiesta entre caricias, ladridos y revolotear de rabo. Mientras, su dueño se limitará a darle una leve caricia y ponerse a sus cosas, y él, aún agradecido vuelve a su esquina, esperando que al día siguiente vuelva su paseador para recibir algo de atención.

domingo, 19 de abril de 2015

NOCHES DE LUNA LLENA


             Dudo que haya en la ciudad, ni en el país, un lugar más mítico, un espacio más emblemático que él. Lo es así desde el año 1931, cuando el boxeador José Lectoure se hizo con un pedazo de tierra costera, sin apenas valor, para poder llevar allí, cada miércoles y sábados, las peleas de boxeo que tanto ansiaba el campeón argentino. Aún se pueden ver colgadas de las paredes de la pizzería Banchero, entre Corrientes y Talcahuabo, los recortes de prensa que narran sus hazañas deportivas.

            Al año siguiente Lectoure, y su socio Ismael Pace, haría que se levantaran las primeras gradas del que se conocería a partir de ese momento como Stadium Luna Park. Poco después se haría cargo de él Tito, el tío del boxeador. Cuando se inauguró, sus dueños rezaban para que no lloviera en mitad del combate, pues el recinto no contaba con techo. Las imágenes del original Luna Park, al modo de una cancha de fútbol, son realmente llamativa, al menos para los que siempre la hemos conocido con cubierta. Como se encuentra ahora, en su estado actual. 

            Se cubriría en 1934, y desde entonces ya sería un símbolo de la ciudad, convirtiéndose en el punto de referencia de la música y el deporte argentino, además de un punto ineludible al recorrer la eterna avenida Corrientes. Uno de los primeros actos multitudinario que albergó estuvo muy lejos de ser un acto artístico o una odisea deportiva, pues en el año 1938, cuando la Alemania nazi invadió Polonia, más de quince mil personas se juntaron en el interior del estadio cubierto para celebrarlo, rodeados de enormes banderas decoradas con esvásticas y simbología del III Reich. 
            Por suerte estos momentos demenciales fueron los menos, y el espacio ha pasado a los anales de la historia argentina, y mundial, por cosas mucho más agradables. Por sus tablas han pasado personajes como Frank Sinatra, Juan Pablo II, Ricardo Arjona, Liza Minelli, los Divididos, Anibal Troilo, Osvaldo Plugliase, Andrés Calamaro, Tequila, o Serrat y Sabina que grabaron allí sus últimos discos en directo. Uno de los mayores hitos fue el concierto despedida de Sui Generis, el primer grupo de Charly Rodríguez que fue fundado junto a sus compañeros de instituto, con los que coincidió en Caballito. Su barrio. Un grupo que tuvo que ampliar su última despedida en varias ocasiones, vendiendo más de 25.000 localidades de Luna Park.


Stadium Luna Park en los años 1932 y 1933.

Pero si por algo es recordado el viejo Luna Park, sobre todo entre los más viejos del lugar, es por haber sido escenario de los grandes combates de boxeo de la historia argenta. Y aunque cada vez en menor número, aún hoy sigue acogiéndolos. Allí se han podido disfrutar los puños de Monzón, Gatica, Locche, Omar Narváez o Acavallo.
También en Luna Park se ha llorado. En él se velaron por última vez los cuerpos de Ringo Bonavena, Julio Sosa, y sobretodo el de Carlos Gardel. Que después de ser velado en Estados Unidos y Colombia, tras el accidente aéreo que le costó la vida en 1935, fue despedido en Luna Park por toda la ciudad. El local, a pesar de todo; de las reuniones políticas, musicales o deportivas siempre ha llenado sus localidades. En la parte baja de Corrientes, la Luna siempre es llena. Todas las noches.

sábado, 18 de abril de 2015

CÚPULAS


             No sé cuántas hay en la ciudad, supongo que más de las que he visto, posiblemente menos de las que pienso: congreso, iglesia ortodoxa, catedral metropolitana… Las hay de todo tipo: clásicas, lobuladas, modernistas… Incluso podemos incluir entre ellas la más extraña de la ciudad: la esfera que compone casi en su totalidad el planetario Galileo Galilei.

            No es extraño encontrarlas a lo largo de las calles estrechas del centro de Buenos Aires, o en las cercanías de los parques y de las plazas, a veces aparecen allí estoicas, dejándose observar desde múltiples lugares. En otros casos se esconden tras portadas majestuosas o sobre entradas monumentales, obligándote a alejarte para poder contemplarlas en su totalidad. Otras veces te sorprenden ellas a ti mientras descansas a la sombra de los viejos árboles del bosque de Palermo.

           Junto a las cúpulas, las fachadas y los remates de los edificios dan muchas sorpresas más. El centro de la capital porteña es una verdadero museo al aire libre, a pesar de que muchas de sus obras hayan sido cercenadas, arrancadas, o mutiladas a los largo del último siglo. Pero entre los edificios sin alma, sin nada especial que ofrecer, entre los bloques de hormigón y cristal a veces aparecen fachadas novecentistas, cariátides y atlantes, que sujetan un balcón o un frontón. Elementos arquitectónicos que fueron auténticas obras de arte antes que se ocultaran bajo la negrura de la polución. 

            Pero no es solo la polución y las nuevas arquitecturas lo que nos oculta estas creaciones, pues en ocasiones vamos tan ensimismados en nuestros asuntos, o vivimos tan rápido,  que no somos capaces de levantar la vista para observar lo que hay más arriba de la línea imaginaria que crea nuestra mirada horizontal. A veces, por no romper esa línea, nos perdemos las hermosas situaciones que la ciudad, que todas las ciudades nos ofrecen. En ocasiones es analgésico separarse de la vida que trascurre por el suelo y dejar volar nuestra mirada, nuestro pensamiento, hacía las partes altas de la ciudad, de sus edificios devotos o laicos. 
            Siempre que paso junto a un parque donde hay una construcción imponente, de calidad artística, de siglos, como las que se levantan junto al Lezama, recuerdo los jardines de l`Hôtel-de-Ville en Rouen. Desde donde se podía observar bajo las sombras de los gruesos robles normandos la cabecera gótica de la abadía de Saint-Ouen. Ese día decidí olvidar la ciudad, las librerías y sus magníficas tiendas de antigüedades, incluso pasé por alto la historia de Juana de Arco y sus cafés a la sombra de la catedral pintada hasta la saciedad por Monet ─ya encontraría momento para ello en viajes sucesivos─. Pero, sin embargo, gané algo muy importante: la capacidad de tumbarme en un césped y mirar a las alturas, contemplando una magnífica obra de arte que ha superado muchas vidas como la mía, y que superará muchas más, además de poder valorar desde dentro un pulmón natural, en mitad de una de las ciudades más bellas del noroeste de Francia.