Desde hace bastante tiempo hondea en la esquina de la
avenida 9 de Julio con la de Mayo, en el centro neurálgico de la ciudad Buenos Aires. Es de enorme tamaño, de mayor amplitud
que una sábana de cama matrimonial. Se sustenta de una de las farolas y de uno
de los innumerables semáforos de la avenida que divide en dos la parte baja de
la ciudad rioplatense. Un poco más allá, a unos metros, justo a los pies de
donde se levanta la estatua en homenaje al Hidalgo más conocido de la Mancha,
el caballero de la Triste Figura, aparece su campamento. En un primer momento
solo eran unas pancartas, pero con el tiempo se ha ido ampliado y haciéndose más
o menos grueso, fuerte.
Justo tras la bandera que hondea al borde de la vereda hay dos mesas hechas de palés de aglomerado, donde se muestran y venden collares y pulseras realizadas a mano por miembros del grupo que protesta pacíficamente.
El Whipala es un estandarte conocido como símbolo
del pueblo Aimara, un pueblo precolombino, originario de América del Sur, que
se reparte por los actuales países de Perú, Bolivia, Chile y Argentina, aunque en
realidad es un emblema general de todos los pueblos andinos. Los pueblos
indígenas que durante tantos siglos han sido masacrados, perseguidos y
expulsados de su tierra, pueblos que tras tantos problemas siguen luchando por
su territorio. Y sobre todo luchando contra las empresas, como Monsanto, que
están destruyendo las selvas del norte argentino, y del sur brasileño a base de plantaciones de soja transgénica.
Es un símbolo
curioso, colorido y cercano a la naturaleza. Por mucho que uno se empeñe -nos
empeñemos- en destruirla, hay pueblos que siguen sintiendo verdadera devoción
por la Pachamama. Sabiendo que lo verdaderamente importante es la tierra y no
el dinero. Pues cuando se sequen los ríos y hayamos extinguido los animales,
solo entonces nos daremos cuenta que no podremos comer billetes. Por ello, su
bandera muestra en pequeños cuadrados los colores del arco iris que los pueblos
andinos consideran el todo de la tierra. El rojo, la tierra (aka-pacha). El
naranja, la sociedad. Con amarillo, energía y fuerza (ch´ama-pacha). El verde,
las riquezas naturales de la flora y la fauna. El azul, como espacio cósmico e
infinito (araxa-pacha). Y el violeta, la expresión social y poder comunitario.
Todos ellos cruzados en diagonal por cuadros blancos (jaya-pacha), el tiempo y
la dialéctica, el arte, el trabajo, y la reciprocidad entre los pueblos
originarios y Gaia.
La lucha está servida desde hace mucho tiempo, y
las acusaciones vuelan de un lugar a otro. Los indígenas ─los pocos que quedan
en el país─, denuncian que los gobiernos expropian sus tierras echándolos de
sus pueblos y destruyendo sus aldeas. A la vez el gobierno, los acusa de no ser
tan pacíficos como se muestran, y de querer el poder sobre tierras que han
ocupado ilegalmente. La polémica está servida yo, como muchos, por más que leo
y pregunto no encuentro el más simple atisbo de quien puede llevar, o no la
razón. Posiblemente los dos, y también posiblemente ninguno. No sé a quién
pertenecen las tierras por las que combaten, por las que se disparan y por las
que muere gente. Casi siempre miembros de los pueblos originarios. Pero desde
luego, tirando de historia y observando las barbaridades que estas tribus, o
pueblos, han sufrido por culpa del “hombre blanco” a lo largo de los siglos,
viendo lo que se está haciendo con las
selvas, con las reservas y los paraísos naturales para conseguir más y más
dinero, me cuesta bastante, en ocasiones, hacer caso a según qué acusaciones, esgrimidas
por los gobiernos poderoso a sueldo de las grandes empresas.
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