Leía ayer con mucha tristeza la noticia que contaba que en España se cierran dos librerías al día. El año
pasado cerraron más de novecientas, y lo que es aún peor, solo abrieron unas
doscientas. Un verdadero declive cultural. Culpa de las descargas ilegales, de
la desidia lectora de un gran número de españoles y de un IVA salvaje y asfixiante para con la cultura, amparado por un gobierno inculto y un ministro de corte millánastraynista.
Hace unos años escribí un artículo sobre el tema,
cuando me llegó la noticia del cierre por agotamiento de varias librerías de
segunda mano donde solía comprar libros y revistas a menudo cuando viajaba a
las ciudades que las albergaba. La noticia no por conocida deja de ser menos
triste. Hay ciudades en las que se han ido cerrando calles enteras de librerías
en los últimos diez años, como ha ocurrido en la calle Canuda de Barcelona o la
Calle de las Huertas de Madrid, entre otras muchas.
Por suerte hay otras ciudades donde esta tradición
se respeta, puede ser porque sus habitantes lean más o al menos se lancen a
comprar más libros. Puede ser porque las leyes de impuestos sean menos
persecutorias con el gremio, o porque se enfoque el negocio desde otra manera.
Eso ocurre en Buenos Aires, donde las librerías de segunda mano crecen y se
reproducen por todos los barrios de la ciudad, incluso por calles extrañas
donde nunca te esperarías encontrar una tienda con libros y revistas usadas a
precios bajos. Lejos de avenidas importantes y arterías comerciales. En barrios
populares, tan importantes en esos lugares abandonados por casi todos los
gobiernos.
Las recorro por partes, pero raro es el día en que
no entro en una de ellas, y las visito con parsimonia, sin prisa, tocando los
libros, rozando las revistas, sobre todo las de historia. Mientras las muevo
observo los temas principales del que tratan, tanto de historia general
mundial, como las de temas argentinos, que son las que más me interesan ahora
mismo por mi trabajo. Sus precios siempre son muy ajustados, lo que permite que
si encuentras algo interesante no tengas que pensar mucho si llevártelo o no por culpa del precio.
En todas ellas siempre hay gente, evidentemente no
todos compran, muchos pasan la tarde observando simplemente, buscando algún
título en concreto, algún autor o edición extraña y casi única. Algo que no es
extraño en estas tiendas. Hay coleccionistas, amantes de un libro que lo colecciona
en todas las ediciones y años posibles. Escritores noveles y profesionales, o
investigadores que buscan documentación extraña o descatalogada para sus
trabajos futuros. Una fauna concreta y diversa que solo te encuentras cuando
entras en éstos locales.
Un verdadero paraíso para los que nos gusta o vivimos
revoloteando alrededor de la literatura y de la historia. Desde luego si esto
sigue así, pintan bastos para estos templos del saber, al menos en España. Con
esto no quiero decir que todo esté perdido, hay libreros que se aferran a sus
sueños, a su vida que son los libros y la cultura. Por ello valoro mucho sus negocios
y colaboro con ellos siempre que puedo. Sigo comprando ahí, evitando las
grandes superficies siempre que puedo, porque estos lugares tienen un encanto
que no tendrán nunca esas grandes superficies. Un rasgo que ni siquiera tienen
las librerías que solo venden libros nuevos, que son muy necesarios por
supuesto, pero que no tienen ese regusto a historia a cultura popular. Pero que
sin duda la tendrán con el paso de los años, si los políticos y las subidas de
impuestos salvajes contra la cultura lo permiten.
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