Rodríguez Peña con Corrientes. Ahí. A ambos lados de la
vereda derecha, según dejas a tu espalda el obelisco y te diriges hacía
Balvanera. Allí prácticamente enfrentadas en lo geográfico, y en la actividad
empresarial, abren sus puertas dos establecimientos idénticos, que ofrecen ingentes cantidades de piezas del
séptimo arte.
Como supondrán el nombre de la tienda es un tanto
mentiroso, pues evidentemente no ofrecen todo el cine del mundo. El
establecimiento de enfrente tampoco lo hace, a pesar de que lo anuncien
ampliamente en su escaparate, aclarando bajo ello, a modo de titular más
extenso, que lo hacen desde los inicios
de este arte hasta nuestros días. Posiblemente podrían ofrecerlo, no lo dudo. Pero
lo diminuto de los locales así lo impide.
Lo cierto es que en su interior es mucho más fácil encontrar
cine clásico, o cine de autor, que cine actual. Lo cual tampoco está nada mal.
En seguida salen a tu paso ejemplos del principio de este arte, como Metropolis de Fritz Lang, El Acorazado Potemkim, de Eisenstein, o El nacimiento de una Nación de Griffith,
reconocida por ser la primera película de cine mudo que utiliza las nuevas
técnicas cinematográficas. Grabación denostada en su argumento por mostrar en él
claramente el racismo más rancio de Norteamérica, utilizando el filme como un canto
al heroísmo del Ku Klux Klan. Moviendo un
poco estas primeras caratulas en blanco y negro encuentro, como si nada, las
obras magnificas de Alfred Hitchcock. Geniales. También las primeras películas de
Charlot. Imprescindibles, por críticas y lucidas. Las estanterías superiores,
albergan a Los Intocables de Eliot Ness,
por ejemplo. También mucho cine de terror, un tanto de serie B, películas de cine
negro americano y de cine polar francés. Largometrajes, muy anteriores a la
época en la que François Truffaut aprendió lo que era un travelling.
Hay una gran sección de cine italiano: Pasolini,
Fellini, de Sica, Bertolucci… Me acerco a ella, mientras un tipo mayor, de unos
ochenta años, muy delgado, con la frente despejada y un tanto encorvado, demanda
la ayuda de la dependienta para dar con una película de Mastroianni. Una
grabación en donde comenta, parece ser, actuaba una prima suya. Una mujer que
ahora tiene 90 años y vive en California, y que tiene la mente tan perdida como
aquella película, y ni tan siquiera recuerda el título de su aparición más
importante en la gran pantalla.
Sin duda, pienso, los tanos de la ciudad son buenos
clientes, pues su cine es la parte más poblada de la tienda. Aunque tampoco
está mal nutrida la zona de cine español. La historia de los pueblos, su
inmigración, sus idas y venidas se marcan en el carácter de la ciudad, en cada
esquina. Incluso en sus tiendas de películas. Por ello me encuentro con la
filmografía completa de Berlanga, Buñuel o Carlos Saura, entre otros muchos. Por
supuesto no podía faltar Almodóvar. Incluso rebuscando un poco más allá, entre
películas de Ingrid Bergman y Al Pacino, me topé con una edición bastante
moderna de la vieja cinta de Ladislao Vajda, titulada Marcelino, pan y vino. Que el local, curiosamente engloba dentro
del género drama religioso.
Sin
No sé si las películas que se venden aquí en
formato digital cumplirían todas las normas de venta en Europa, al menos de
venta al público en un negocio con todos los permisos y papeles en orden, pues
las caratulas no son las originales de las productoras. Digamos que son
bastante cercanas a los trabajos manuales. Tampoco sus precios son elevados,
apenas superan los sesenta pesos, lo cual me hace sospechar que son algo
truchas, o falsificaciones. Pero en una ciudad donde se venden las copias
piratas de los grandes estrenos actuales, enfundadas en plásticos y fotocopias
en blanco y negro, en los quioscos de prensa a la puerta de los cines, no me
parece nada extraño lo que allí se ofrece, y estos establecimientos de posibles
falsificaciones de “alta” calidad llaman menos la atención.
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